Identidad mapuche: dolor fantasma

La ministra de Seguridad estigmatiza a las organizaciones mapuche con el sello de terroristas. Desde pequeños, los niños de las comunidades traen el recuerdo de un dolor atávico. El que la medicina huinca, que los discrimina en sus hospitales, no puede curar. Un dolor fantasma, una pena que duele en una parte del cuerpo que no existe.
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Por Martina Kaniuka

(APe).- Viven como los árboles rebeldes, con las raíces desnudas rompiendo el hormigón de las veredas emprolijadas en las ciudades que una vez supieron ser bosque.

Algunos vuelven a cementarlas, a fuerza de vergüenza, tristeza, ira, miedo, ansiedad.  El alcohol, las drogas y la depresión, son consecuencias necesarias y lógicas, aunque la sociedad huinca las señalará como verdades absolutas y generalizaciones incuestionables, sin importar cuántos hayan quedado en el camino. Los señalará en los barrios ocupados por casas con techos alpinos y ciudades pensadas para el turismo, antes tierras sin borde, cortadas milimétricamente con el bisturí del buen gusto hegemónico del opresor.

Los jóvenes mapuche son vagos, alcohólicos, drogadictos, oscuros y violentos, sostendrá la sociedad huinca irrefutablemente entonces, como cuando la cadena de supermercados La Anónima -los mismos Braun Menéndez que comerciaban “indios”- cuente la historia de su origen, nombre a los primeros pobladores con ojos color del cielo y se olvide mencionar los $252 que paga la hora de trabajo a sus empleados, oriundos de las comunidades.

Dicen que dicen, y hay un largo debate detrás de ello, que la capacidad de recordar -aquella de procesar la información a través del lenguaje- se adquiere aproximadamente a los tres años. Hay otros que, reaccionarios, sostienen que los primeros recuerdos los traemos incluso desde el útero, desde la semana número seis de gestación.

Desde pequeños, los niños de las comunidades mapuche traen el recuerdo de un dolor atávico. Esa clase de dolor que la medicina tradicional huinca, que los discrimina al ingresar a sus hospitales, no puede curar. Un dolor fantasma, una pena que duele en una parte del cuerpo que no existe. Una palabra en la lengua dormida, en un idioma antepasado que conocen desde que se le abre la puerta al mundo, pero no siempre llegarán a pronunciar.

Si crecieron en un lof en su territorio ancestral, más cercano escucharán el llamado a la lucha por su tierra y reconocerán en la suya a la historia que la escuela se encargará, a puro dogma y revisionismo histórico, de convertir en objeto de su vergüenza. La doble negación del adoctrinamiento pesará sobre sus pequeñas cabezas y aprenderán la historia de un país que los reconoce como “preexistentes a la formación del Estado” en su Carta Magna, mientras los reprime, desaloja y persigue, considerándolos “terroristas”.

Los superhéroes de Marvel convivirán con los hombres de leyenda que hoy son, devenidos fábula, exhibidos en piezas en museos por su lucha contra el hombre blanco, evidenciando la moraleja: la muerte ha sido el precio de su identidad.

Cada tanto alguna raíz emerge, mostrando algún brote de la injusticia original, encarnizada pena, cada vez más difícil de ocultar. Son los jóvenes mapuche detenidos por gendarmes, antes de conocer la decepción del primer amor, por tener en el rostro el color de las montañas. Son las niñas que serán mujeres ajando sus manos en trabajos mal pagos, olvidando el tejido para atrapar sueños. Son los pibes mapuche con la llaga de quienes por linaje nacieron libres y fueron rastrillados al infierno de la pobreza estructural.

El trauma primigenio no terminó con la primera colonización. RIGI mediante los capitales están listos para extraer todo lo que la tierra albergue y expulsar todo lo que sobre ella descanse. Paradójicamente, a ellos siempre excluidos, eso los incluye. 

De vez en cuando, contenida en el pecho como un murmullo bárbaro, una historia que parecía impronunciable se hace grito y rompe la carne.

Y por si acaso decidieran recordar, la semana pasada Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad Nacional, ha puesto a todas las organizaciones mapuche bajo vigilancia, dando de baja el acceso a cuentas bancarias, pensiones y AUH, incluyendo al menos a seis integrantes en una lista terrorista (Nahuel, Jaramillo, Bonefoi, Colhuan, Santana y Coña).

Otra vez el estigma, empujando a los más jóvenes para no decirse mapuche en voz alta. Para no levantar la vista y el puño del suelo y esconder el nombre, como una mancha, debajo de lo encajado en las placas tectónicas de lo políticamente correcto. Y como las crecidas de los ríos hasta que se rompen los diques, aguantar, otra vez, todo el silencio, el doloroso silencio hasta empezar a reconocerse en lo indecible, por el simple hecho de ser, que en mapuche es sinónimo de resistir.  

¿Cuántos pueden escuchar el llamado de su propia identidad? ¿Es un alarido, un rasguño, es un dolor punzante adentro del cuero, es un pinchazo consciente, es el recuerdo de un sueño, es “la rastrillada de un corazón arrastrado”1?  

Con la derogación de la Ley de Emergencia Territorial Indígena (26.160) en diciembre de 2024, los desalojos ilegales para beneficiar a capitales extranjeros y proyectos megamineros y los planes de ordenamiento territorial, prevén otra larga cadena de resistencia para el pueblo mapuche.

No hay sincronía entre su forma de vida y los planes para la reconversión del sistema a la matriz extractivista. Para quienes imaginan un mundo distinto, existe esa posibilidad. Ellos tienen en cambio que olvidar el que conocen, vivieron y llevan dentro, mientras averiguan cómo sobrevivir a éste. Ahí, donde habita el dolor fantasma.

  1. Liliana Ancalao ↩︎

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