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Por Silvana Melo
(APe).- Aun ante un amparo judicial, el presidente se niega a bajar un tuit en el que difama a un niño autista de doce años. Sin filtro inhibitorio para la inhumanidad, el hombre elegido para gobernar este preámbulo del fin del mundo no encuentra limitaciones para la afrenta. Los viejos y los niños son los vértices de sus preferencias. Y en el medio, lo demás.
Ian Moche se define dentro del espectro TEA, una condición que lo incluye, para el presidente, dentro de una multitud que pretende CUDs (Certificado Unico de Discapacidad), pensiones por discapacidad, aumento en los salarios de los prestadores, una presencia del estado imprescindible para una comunidad definitivamente en estado de abandono. Cuya emergencia fue votada en el Congreso y vetada alegremente con su firma –alegremente no es un eufemismo, el veto fue festejado- y sus protagonistas amenazados y corridos por la gendarmería, aun con sus muletas y sus sillas de ruedas. Una semana fantasmagórica. De película de terror bizarro filmada escena a escena por la troupe presidencial, donde la diputada Lemoine pedía que a la madre de Ian Moche le quitaran a su hijo. Y todo el ejército de sicarios streamers y trolls en un desguazamiento tecnológico del niño que no debe haber sido gratuito para su salud psíquica. Las agresiones, multiplicadas, según el abogado familiar, Andrés Gil Domínguez, surgieron “tanto desde su cuenta oficial como desde las fuerzas de asalto paraestatales que en banda digital se dedican a agredir a todos sus críticos”.
Todo porque en 2024 el Director de la Agencia Nacional de Discapacidad, Diego Spagnuolo (sigue en su cargo) le dijo a Marlene Spesso, mamá de Ian, que si había tenido un hijo con discapacidad era problema de la familia y no del estado. Y además le había reprochado: “¿por qué yo tengo que pagar peaje y vos no?”.
Luego de un intento de desmentida por parte de Spagnuolo, llegó la invitación al programa de Paulino Rodríguez. “Pautino”, en el infantil juego con los nombres que el presidente utiliza para agredir. Después el tuit. “Pautino siempre del lado del mal. No falla nunca al momento de operar en contra del gobierno. Siempre del lado de los kukas… no falla…“. La foto, Paulino Rodríguez con Ian. Es decir, el lado del mal es Ian.
El tuit está ahí. Fijo.
Y el presidente se niega a bajarlo. Aun con una orden judicial.
Dice que lo tuitea en forma personal. No como presidente. Y que el niño es un activista y se lo tiene que bancar. Que le están cercenando su libertad de expresión.
El detalle es que el presidente nunca es una persona. Es el presidente 24 x 7. Se lo dijo la Justicia. Ian es un niño. Es autista. Tiene doce años. 24 x 7. Y la libertad de expresión la cercena el estado a las personas. No un niño autista de doce años al presidente.
Esta pelea es de un adulto contra un niño.
De un presidente contra un niño autista de doce años.
De un hombre que dice groserías en un acto de niños de primaria. Les habla de burros y esas cosas. Y festeja cuando los niños se desmayan porque nombró a los zurdos.
De un hombre que en la Asamblea General de la ONU, determinó que Argentina fuera el único país del mundo que votara en contra de intensificar los esfuerzos para prevenir y eliminar toda forma de violencia digital contra las mujeres y las niñas.
De un hombre que dispuso que se desarticulara el Plan Nacional de Primera Infancia y Centros de Desarrollo Infantil de todo el país y 150.000 chicos y chicas de 0 a 4 años dejaran de recibir asistencia.
De un hombre que terminó con el Plan Enia, de prevención del embarazo adolescente
De un hombre que decidió que no se entregaran más netbooks ni libros a las escuelas.
De un hombre que decidió no proveer más alimentos a los comedores comunitarios.
De un hombre que decidió una reducción del 75% del presupuesto destinado a las políticas públicas de niñez y adolescencia.
De un hombre que soñaba con bajar la edad de imputabilidad de los niños a los 10 años. No pudo. Apenas puede bajarla a los 14. Pero el fortalecimiento de la política represiva contra la infancia es directamente proporcional a la caída del estado, a la marginalidad creciente y a la privación de los alimentos a través de las organizaciones.
De un presidente contra un niño autista de doce años.
De un presidente contra la infancia que debería ir cimentando con pies debiluchos un país invernal. Un topo que vino a destruir el estado desde adentro, como él mismo se definió. Como las termitas que se comen el techo de madera y hay un momento en que el techo es el cielo. Y el estado no está más. Y no hay más control. Ni más reglas. Ni más refugio. Ni más asistencia a quienes no tienen cómo. Ni con qué. Ni con quién.
“El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los niños encadenados y bañados en vaselina”. Así lo definió. Al estado. Cuando aún no había asumido. Con horribles metáforas sexuales, de pedofilia y perversión.
Apenas una muestra de lo que vendría.
Un presidente contra un niño autista de doce años.
Un presidente contra todos los frágiles.
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