Hoy ya es tarde

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Por Alfredo Grande

(APe).- Me he puesto a pensar en estas últimas semanas, qué tipo de espacio vacío queda cuando un amigo se va. Más allá de si se puede llenar con la llegada de otro amigo, me interesa evaluar de qué vacío estamos hablando. ¿De afectos? ¿Sentimientos? ¿Ideas? ¿Sueños?.

Quizá el espacio vacío sea la multiplicidad de vacíos que, justamente por ser tales, no tienen espacio. Mantener el espacio ya es algo. Un espacio vacío nos habla de algo que estuvo, y que ya no está. Ni siquiera está el espacio. La curvatura del tiempo nos hace alucinar con la idea del eterno reencuentro. Alucinación tan necesaria como inútil. Ya lo dijo


 el poeta: esas golondrinas ya no volverán. Al menos de la misma manera. O de manera parecida.

Hay tiempos y espacios que tienen formas tan diferentes a la conciencia cotidiana, que escapa a los molinos de nuestros pensamientos. Y de nuestros sentimientos. En el mito del eterno reencuentro, el pasado está en el por-venir. Construcción imaginaria y deseante. O sea: el espacio vacío sigue siendo eso, un espacio. Si está vacío, podrá ser colmado. Si hay nada, algo hay, aunque sea nada. No creo
que estemos condenados al éxito, pero si al menos estamos condenados al minimalismo de la positividad.

Yo mismo escribí: “la diferencia entre poco y nada es mucho”. ¿Y si así no fuera? Es decir: ¿si la diferencia entre poco y nada fuera poco, incluso fuera nada? La maza sin cantera. A lo mejor ni siquiera
es importante negociar la sangre derramada. La sangre también se seca, los vientos de la historia soplan en todos los sentidos, y lo que ayer fue un juramento, hoy se convierte en una traición.

En el “Cyrano de Bergerac”, monumental obra poética de Edmond Rostand, luego de ser herido a traición por un lacayo del Poder, el poeta y espadachín exclama: “no me hirió paladín fuerte, me hirió un rufián por detrás, para no acertar jamás, tampoco acerté con mi muerte”. Mi amado Cyrano lo dijo hace más de cuatro siglos. El dolor y la indignación de ser asesinados por rufianes y a traición. Sin la dignidad de un Héctor y un Aquiles, en un combate por el honor y el amor.

Estamos, y no siempre, preparados para que el enemigo nos enfrente. Nos combata. Nos arrase. Preparados porque siempre hemos sabido que hay amigos, adversarios y enemigos. Que no estamos todos en el mismo barco. Si hay naves de los locos, también hay naves de los asesinos. Y que toda lucha es cruel, que toda lucha es mucha, y que solamente podemos soportarla cuando estamos implicados en colectivos. O sea: en grupos con estrategias de poder. Pero cuando los amigos se van, o traicionan, no solamente queda un espacio vacío. Hay un vacío de espacios. Y de tiempos. No podemos pensar el vacío. Quizá nombrarlo. Quizá invocarlo. Pero no pensarlo. Porque el acto de pensamiento es una forma de llenado de ese vacío.

El vacío es el horror del origen que tiene todo, pero no tiene origen. ¿Cómo entender el origen de los amores, de las ideas, de las causas, de las entregas? ¿Cuántas razones
tiene nuestra vida que en toda nuestra vida no entenderemos? En aquellos días y aquellas noches cuando la constituyente social nos interpelaba con “ahora es cuando”, yo pensaba, tal vez porque quería pensarlo, que otro mundo no sólo era posible, sino que además era probable. “Ahora es cuando” me pareció una respuesta implicada a la eterna pregunta: “¿y para cuándo?”. Ahora es cuando. Pero ahora no es cuando, porque el ahora ya no está entre nosotros.

Que amanezca me parece poco. Además, hay amaneceres que solamente continúan el horror de los anocheceres del dolor y del espanto. Cuando el amigo se va, ese espacio queda vacio de palabras. Y de cosas. Las palabras y las cosas. La maza sin la cantera.

Frente a la pornografía del puro relato, no nos resignamos a la pornografía de la cosa impura. Ni el oro ni el barro. Solamente la lucha templará el buen metal y entonces no habrá
corrosión que degrade las luchas populares. Habrá que buscar otros mazos y otras canteras. Pero sin pagar el peaje ingenuo de que el futuro es nuestro. O que el pueblo unido jamás será vencido. Siempre que llovió paró. Nunca es más oscura la noche que cuando está por salir el sol. Cinco por uno no va a quedar ninguno.

Traigamos arcilla para el hombre nuevo. Demasiadas aguas y demasiados cadáveres pasaron bajo los puentes. Pensemos, al menos pensemos, que las generaciones más jóvenes, incluso las que todavía no han nacido, tendrán que pagar por nuestros errores, por nuestras vacilaciones, por nuestras idolatrías, por nuestras incoherencias, cobardías, por nuestros realismos y grotescos mágicos.

Hemos sostenido a demasiados anticristos y demasiados falsos profetas. Pero podremos recuperar la desgarradora pregunta del Nazareno: “padre, ¿porque me has abandonado?” Aunque no tuvo respuesta, hago mía el valor de esa pregunta. Porque coloca en el punto límite de la más extrema implicación, una verdad que devora: “sé que me has abandonado”. Y entonces sé, dolorosamente sé, que hoy ya es tarde.

Edición: 3153


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