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Por Alfredo Grande
(APe).- Domingo de urnas, según la expresión de Horacio Verbitsky. Las urnas, altares de las democracias celestiales. El domingo 22 se consuma la paradoja final de la cultura represora: votan en forma secreta, universal y obligatoria, los esclavos del sistema imperial representativo. Votan en el circo posmoderno de los cuartos oscuros. Oscuros y fétidos. Donde toda la podredumbre de los parásitos que medran en los túneles y pantanos del estado, busca su lugar en el Olimpo del Poder. Poder construido como Trino: tres en uno. Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Todos son Padres, todos son sus Hijos, pero no hay espíritus santos.
Los miserables que ganan más de 150.000 pesos evaluando aumentos del 10% para sueldos de 15.000 pesos. Caballos de calesita que siguen rotando en un movimiento circular que lo llevan siempre al mismo lugar. Ni siquiera tenemos sortija en el cuarto oscuro, así que eso que votamos lo estamos pagando con los impuestos al consumo. Necesidades básicas, pero insatisfechas. Necesidades no básicas, siempre más y más satisfechas. Imposible distribuir riqueza cuando nada se hace para impedir la acumulación pornográfica. Decile al fachero del barrio que tiene varias mujeres que distribuya alguna.
El fracaso de la profecía alfonsinista no es solamente el fracaso de un gobierno. Es la clausura de un horizonte que incluía el “nunca más”, el preámbulo de la Constitución y el “somos la vida, somos la paz, somos la junta coordinadora nacional”. Antes fue la masacre de Ezeiza y el golpe de estado contra Héctor Cámpora, apuñalado por la espalda y por la espada del General. Pero como la cigarra, tantas veces la mataron y siguió votando…Y el voto es un alucinógeno poderoso. Olvídate de la mescalina y el peyote. Y te la creés que votás porque hay democracia, cuando apenas es democracia porque se vota.
Cuando se te va la resaca, y te conectás con la realidad real, o sea, aquella que exige un crítico pensar, no un pensar críptico que es lo opuesto, entonces te viene el voto triste. Melancólico. Rencoroso. Desilusionado. Todos los hombres, todas las mujeres, todos los políticos son iguales. ¿Iguales en qué? En su capacidad de capturar el voto. Pero esa ofrenda al Dios Candidato o a la Diosa Candidata, necesariamente será defraudada. De diferentes maneras. Por exceso o por defecto. Porque en la ofrenda, en el voto, está implícita la alucinatoria visión de que “nada me faltará”. Y en el marco de una cultura represora, modo de producción capitalista, siempre mucho faltará. Los socialdemócratas repartirán mas sobras. El centro derecha menos. El neo fascismo casi nada. Pero ninguno pondrá en el banquillo de los acusados y menos en la base de la guillotina a los dueños y dueñas de todos los banquetes. El Banquete, y no me refiero al de Platón, no se toca.
Los pobres nunca tendrán el platón necesario para darse un pequeño banquete. Pero en la Argentina cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel. Como nos enseña el tango Corrientes y Esmeralda. Y entonces la clase trabajadora siente y piensa como clase media, la clase media siente y piensa como clase alta, y la clase alta, si alguna vez siente y piensa, lo invierte en turismo internacional. “No es lo mismo un cooperativista que un pequeño burgués sin plata”, escribí para irritar a los cooperativistas de mercado. De tanto conformarnos con poco, cada vez nos conformamos con menos y pronto nos conformaremos con nada. Pudimos tocar el cielo con las manos, y ahora tocamos el infierno con los pies. Como autistas, iremos a votar. No todos. No todas.
El alucinatorio social y político nos brinda el manto de neblina necesario. Candidatos corruptos, ladrones, mentirosos, asesinos, veteranos de felonías y traiciones. Ya ni siquiera es suficiente que se vayan todos. Ahora será necesario echarlos. Con las armas del pueblo, que no es lo mismo que un pueblo en armas. Tranquilos, queridos liberales asustados. La comuna de París está olvidada. Por ahora marchamos. Y votamos. Sin honra. Sin dignidad ciudadana. Sin memoria histórica. Sin ternura. Sin utopías. Sin sueños posibles. Sin convicción. Entre los que quieren volver y los que no piensan en irse, hay más abrazos que trompadas. La desaparición forzada de personas fue la pedagogía de la dictadura que bien aprendieron los demócratas, clonados en albaceas testamentarios de los genocidas de ayer, hoy y mañana.
No voy a votar la vida. Prefiero honrarla.
Edición: 3466
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