Hambre: el crimen fácil

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Por Alfredo Grande

(APe).- Me miró seriamente. Habitualmente decía cosas espantosas, y entonces me miraba serio. O, mejor dicho: solemne. Como si dijera algo importante. Algo trascendente. Algo que podía perdurar en el tiempo. “Lo fundamental es que un genocidio -agregó con un guiño cómplice- que vos sabés que lo es, no parezca un genocidio”. Y, para intentar demostrar una sabiduría de la que carecía, sumó: “Como la mujer del César: no importa que lo sea, pero sí importa que lo parezca. Bueno acá lo que importa es que no lo parezca”.

Me di cuenta de que, como siempre, la derecha tiene razón. Aunque siempre es una razón represora. Descubrimiento de América, cruzada civilizatoria, conquista del desierto, estamos en el primer mundo, achicar el estado es agrandar la nación, costo social del ajuste, honrar la deuda, los argentinos somos derechos y humanos.

Mi miró con esa sonrisa forzada. “Así es nomás. Es genocidio, pero no lo parece. Es como la realidad virtual antes del soporte digital”. No pude disimular un gesto de asombro, aunque en estado embrionario. “Está bien, lo admito. Lo leí en una actualización del google. Pero me gustó”. Pensé, obviamente sin decirlo que, después de todo, es la mejor manera de pensar, que las religiones, especialmente las monoteístas, siempre supieron construir realidades virtuales. Aunque las denominaran celestiales, porque como ya quedó dicho y sellado, lo importante es parecerlo.

“En todo caso, dejar la palabra genocidio en un sentido abstracto y siempre referenciando hechos del pasado. Que naturalmente repudiamos. En este presente monoteísta del dios mercado, no hay genocidio. Puede haber perdedores, pero también hay ganadores”. Pensé, obviamente sin decirlo, que los perdedores son legión, mientras que los ganadores son miembros selectos de un club privado.

Llevando en su extremo límite lo que estaba escuchando, la economía mundial no es demasiado diferente a un enorme campo de exterminio. Si bien en algunos lugares es muy evidente, y por eso los refugiados son algo así como naciones nómades, en una mirada macro, pero macro en serio, el turismo, esa forma de antropología imbécil, lograba el espejismo del intercambio cultural y de las formas más sofisticadas del crisol de razas. Muertos más, muertos menos, diferentes formas de solución final están siendo experimentadas.

“Me parece que está distraído” escuché desde un eco lejano. Le contesté que sí. Porque siempre conviene empezar una discusión diciendo sí. El “no” prepara la defensa, el sí, sobre todo si es enfático, la desarma. Entonces le dije con una sonrisa apenas esbozada, que me había dado cuenta de que era un asesino a sueldo. De cuanto era el sueldo y quién se lo pagaba, era un tema para ser estudiado.

Rió con ganas. “Me gusta su franqueza. Y me honra su caracterización. Yo no nací para matar. Pero nací para vivir y para eso alguien, bueno, muchos, tienen que morir. Por goteo o a chorros. Pero tienen que morir. Si son pequeños, incluso bebés, mucho mejor. Es más fácil. Más que hacer algo malo, es suficiente con no hacer algo bueno. El derrame nunca es de riqueza, el derrame siempre es de miseria. En ese sentido, soy un asesino serial. Y el más peligroso porque soy licenciado en economía y administración de empresas”.

No hacer algo bueno. Entonces el hambre no es problema. El hambre es la solución. La desnutrición, la neumonía, la contaminación con venenos del suelo, aire y agua, son apenas las armas. Que no parecen armas pero que al no hacer lo bueno, terminan siendo armas de destrucción masiva. Me retiré en silencio.

Alguna vez escuché que la salud mental es la capacidad de tolerar la verdad. Carezco completamente de esa capacidad. Un profesor medio loco me dijo una vez que “la única verdad es la transformación revolucionaria de la realidad”. No encontré a nadie que se banque esa verdad. Me refiero a los diferentes gerentes y ceos que ha tenido el Estado. Si los designios de dios son inescrutables, los de las redes sociales son más inescrutables todavía.

De puro aburrido me puse a leer: Hay un genocidio cotidiano que en los territorios va diseminando altarcitos en los que quedan las vidas de las infancias entregadas como un diezmo a los dioses. Niñas y niños nacidos en un presente que no les deja otear siquiera un pedacito de futuro. Van quedando en el camino, como Maylén, como Griselda Tejerina, como la pequeña del Valle de Tulúm, que estaba extremadamente flaca y con su pancita hinchada. Infancias que no cuentan para el día de las niñeces de este domingo porque nunca son parte de las celebraciones y los oropeles. Llegaron a la vida con un tatuaje indeleble en su propia crónica de los días que les aseguró un sitio preferencial en la cartografía del desconsuelo.

No entendí que significaba la cartografía del desconsuelo. Y así, sin entender, me di cuenta de que estaba llorando.

Edición: 4165


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