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Por Sandra Russo
(APE).- Del 2001 quedaron imágenes relampagueantes de cacerolas y represión. El epicentro de la furia estuvo en el epicentro del poder. Aquellas imágenes que la memoria colectiva retiene con nitidez, sin embargo, fueron nada más que la explosión de una crisis que venía arrastrándose y cuyas principales víctimas no tienen reflectores ni flashes sobre sus cuerpos flacos. Un informe de nombre casi paradójico, Encuna (Estudio nutricional y de las condiciones de vida de la niñez pobre del norte argentino), encargado por la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Unión Europea a la Cruz Roja alemana y a la Cruz Roja argentina, permitió recientemente conocer el saldo persistente de esa crisis en los hogares con necesidades básicas insatisfechas en el nordeste y el noroeste argentinos. Casi el 70% de los pobres de esa vasta región pasa hambre. El 43,3% declara que pasa “mucha hambre”.
Realizado entre fines de 2003 y principios de 2004 entre hogares por debajo de la línea de pobreza en Jujuy, Salta, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones, el informe fue procesado este año y, de acuerdo a los responsables de la Cruz Roja, entregado en julio a los ministerios de las áreas de Salud y Desarrollo Social nacionales y provinciales. Cortocircuito: en esos ministerios niegan conocer el informe.
A los encuestados se les preguntó si habían tenido que reducir su dieta, suprimir alimentos o dejar de comer. El 69,9% contestó que sí. Los matices van de un 56,9% en Catamarca a una escalofriante 89,2% en Salta.
Según los expertos, los datos que arroja el Encuna pueden servir para dar cuenta del problema más grave que azota a esa región: no la desnutrición aguda, que puede revertirse con tratamiento adecuado, sino la desnutrición crónica, cuya manifestación más evidente es la reducción de la talla. Esta última es señal de indigencia estructural, es decir, de una tragedia extendida no sólo sobre las vidas de miles y miles de niños y adultos, sino sobre el paisaje todavía potencial de las nuevas generaciones.
El ministro de Salud, Ginés González García, ha manifestado que el Gobierno no cuenta hoy con datos precisos sobre la niñez desnutrida. Cada provincia maneja sus propios datos, pero a la hora de cruzarlos no se usan los mismos parámetros: algunos toman en cuenta el bajo peso y otros la talla, de modo que de la sumatoria de datos es imposible discernir si se habla de desnutrición crónica o aguda y en consecuencia no se sabe dónde atacar primero. El resultado es confusión y más hambre.
Alejandro O ´Donnell, prestigioso médico nutricionista y director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil, dijo que “hay una fuerte censura de las autoridades, que no quieren dar a conocer los números. Falta criterio para evaluar, para tomar medidas. No podemos saber si estamos mejor o peor. Podría decir que el flujo de comida está llegando mejor. Pero debe haber un cambio de mentalidad, porque los planes no fomentan la cultura del trabajo y son instrumentos que sirven a otros fines”. Es increíble, sencillamente, que un país cuya población navega en buena parte en las aguas oscuras del hambre, tarde tanto y se ocupe tan mal de poner a funcionar la brújula más urgente.
Fuente de datos: Diario La Nación 30-11-04
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