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Por Alfredo Grande
(APe).- La cultura de las derechas ha ganado la batalla cultural. Mejor dicho: las batallas culturales de una guerra cultural y política de siglos. Hoy la solidaridad es una ley o un dólar. Y confundimos solidaridad con justicia social y justicia social con enfrentar y aniquilar todas las formas de saqueos. Si el acto de gobernar es una asociación ilícita en una escala global, la política pasa de ser el arte de gobernar al arte de robar y asesinar. Cambiemos fue la expresión más alta de esta metamorfosis, ya que el hambre rigurosamente planificado es otro de los campos de exterminio de la cultura represora. Recordemos que aquello que para la izquierda es un problema, para la derecha es una solución.
Pero hablar mal del asesino no impide el asesinato, hablar mal del violador no previene la violación, hablar más del ladrón no impide el robo, hablar mal del golpeador no impedirá el femicidio. Las políticas activas para neutralizar los delitos del gobierno gerenciador del Estado terrorista de Cambiemos, han estado ausentes. O incluso presentes para consolidar aquello que luego se critica o reprocha. No hubo un paro general decretado por la CGT. Se toleró a pesar de las paso/plebiscito que el mandato constitucional se cumpliera, más allá y más acá de los daños irreparables que se seguían cometiendo.
Y desde ya, no era tarea sólo del peronismo ponerle tarjeta roja al demonio del apocalipsis. Pero era más acentuada la responsabilidad de los partidos mayoritarios y populares de frenar lo antes posible la matanza. Se optó por la coartada y el taparrabos de los plazos constitucionales. La constitución dice otras cosas y garantiza cosas mucho más importantes que los malditos plazos constitucionales. La protección integral de niños y niñas, sin ir más cerca.
El presidente electo abrazó y acarició al presidente eyecto. No puso otra vez la foto de Videla, pero tampoco repudió a la bestia. Por eso para que haya un Frente coherente, consistente y creíble, nunca puede ser de todos. Porque en los todos están los muchos que acompañaron, que amplificaron, que potabilizaron a las aguas contaminadas que bajaban de la casa rosada. El mismísimo Alberto no votó a Scioli en el balotaje, a pesar de que un servidor, no sí que tan humilde, escribió un trabajo para fundamentar el “voto en negro”. Creo que para muches votar a Scioli o a Macri no era lo mismo, pero ambas opciones eran insoportables.
Como canta Nati Mistral “Yo lo comprendo”. Pero el mayor juego a la derecha que se hizo en estos últimos años fue el apoyo descubierto y encubierto a las políticas del neoliberalismo por parte de sectores partidarios, empresarios, sindicales. Pensemos en las elecciones del 2017. Para enfrentar al tsunami arrasador, cuando la línea de pobreza e indigencia ya alcanzaba a los asalariados, sin mencionar a los parias en situación de abandono en la calle, cuando el hambre se convertía en el verdugo más letal y más cobarde, empezó a construirse el post macrismo. Que no es lo mismo que el anti macrismo, ya que eso conlleva un ataque a la matriz concentrada y oligopólica de la tierra, la energía, los alimentos, y no estamos ni queremos estar para esas aventuras. A pesar de salarios y jubilaciones descuidadas, reaparecen los precios cuidados. En realidad: cuidado con los precios. Y el mandato de consumir sin diferenciar consumo de consumismo.
Hay una deuda externa no pagable pero hay deudas internas no pagables justamente por el consumismo. Algunos llaman a esto monto mínimo de la tarjeta. Yo prohibiría las tarjetas de crédito. Tiembla el Comafi. Porque en realidad es una forma de legalizar la usura más brutal. Algún gurú que haga un manual de autoayuda para dejar de tarjetear. La cultura de la tarjeta es otra de las herencias malditas de Domingo Delirio Cavallo, que bancarizó la vida.
Lo bueno del neoliberalismo es que te da las oportunidades para cambiar el fundamento monetarista de la vida. Lo malo de la socialdemocracia es que las desperdicia. Este es el momento más propicio para volver a pensar todo. Desde el preámbulo de la constitución hasta el desafío de vivir con lo nuestro. Mientras siga siendo nuestro, lo que parece poco probable.
Hacerle el juego a la derecha es sostener alianzas de un oportunismo putrefacto, donde la masa de ayer es la plastilina de hoy. Tomando la forma del molde que la contiene.
Hacerle el juego a la derecha es fechar el comienzo de la catástrofe desde el calendario electoral partidario. Nos recuperamos de la dictadura cívico militar y los organismos de derechos humanos y los combatientes por todas las formas de lo revolucionaria son evidencias suficientes. Pero no hay recuperación total del menemismo, primer ensayo del liberalismo privatizador. Ese primer mundo de juguete que nos vendió el mismo que hizo explotar una ciudad para ocultar tráfico ilegal de armas. Que supo hacerle el juego a la derecha como un gran maestro del ajedrez. Se ocupó de los niños ricos que tenían tristeza pero no de los niños pobres que tenían y tienen hambre. En vez de averiguar y macartear con quien le hace el juego a la derecha, hagamos entre todes los rebeldes y revolucionarios el juego a la izquierda. La que supo tener el peronismo, el radicalismo, los socialismos, comunismos y trosquismos.
En la lucha contra las dictaduras no se pedía carnet de afiliación. Y hoy enfrentamos a Estados terroristas que asesinan con drones o con tarifazos. Que no es lo mismo, pero es igual.
Ser izquierda es intentar perforar en forma colectiva todas las formas de la cultura represora. Incluido el capitalismo, aunque no solamente. Una lista que vale la pena construir. Por eso propongo seguir jugando- luchando en nuestro bosque clasista, especialmente mientras los lobos estén.
Pintura: “El infierno de los pájaros” de Max Beckmann
Edición: 3918
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