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El éxodo hacia una lucha compartida
Por Alfredo Grande
(APe).- No estoy seguro de que todo tiempo pasado fue mejor. En todo caso, si lo mejor es enemigo de lo bueno, todo tiempo pasado es más bueno, aunque no necesariamente mejor. Quizá lo bueno sea justamente ser tiempo pasado. O sea: un tiempo que ya pasó y que podamos recordarlo desde este tiempo que está pasando. Pensar en el tiempo pasado es lo mismo que sostener los recuerdos. Y no podemos vivir de recuerdos, pero tampoco podemos vivir sin recuerdos. O sea: sin pensar en el tiempo pasado.
Era una ceremonia familiar ver el álbum de fotografías. Las comparaciones con las imágenes de la actualidad no siempre eran favorables. El tiempo pasado tiene no solamente el beneficio de la duda, sino incluso el beneficio de la impunidad. Hoy puedo aceptar que todo tiempo pasado fue distinto, y no pocas veces, peor. La frustración con el presente y el terror al futuro, son condicionantes suficientes para idealizar lo que ya pasó.
En un tiempo pasado había una materia que se llamaba instrucción cívica. Donde enseñaban que había tres poderes del Estado. El Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. En ese tiempo pasado los diarios informaban, quizá de diferentes maneras, pero informaban. No había perspectiva de género, y tampoco demasiadas otras perspectivas que las ya consagradas por los usos y costumbres. La historia se tomaba sus siestas, y no sólo en las provincias. La modorra costumbrista fue sacudida por guerras, revoluciones y catástrofes que todavía se pensaban como "naturales”. Las democracias temblaban, pero seguía vigente el credo de que eran lo mejor de lo peor. La vacuna contra los totalitarismos de “izquierda y de derecha” era la democracia. Más allá de la realeza. Más allá de las políticas colonialistas de las grandes potencias imperiales.
Los Estados Unidos de Norteamérica tenían como marca de fábrica ser la “gran democracia del Norte”. La anomalía a la matrix capitalista fue sepultada en los 90, dando paso al fin de la historia. En realidad, de las otras historias que hoy llamaríamos alternativas. La aldea global pasó a ser el capitalismo mundial integrado. Y el año dos mil nos encontró unidos y dominados.
Nuevamente los males de las puebladas rebeldes e insurgentes fueron curadas y prevenidas con las vacunas de las democracias representativas. En el 2001 escribí un artículo para Enfoques Alternativos, revista en papel, sin archivo digital, dirigida por el sabio economista que fue Jorge Beinstein. Su título: “Democracia restitutiva: del ritual al escrache”. La representación comenzaba a ceder el espacio político a la gestión. Con cierta nostalgia recuerdo una propaganda sobre un candidato a no me acuerdo que cargo, al que denominaré “el ignoto”, que solamente decía: “tiene gestión”. De qué tipo, en que, para que, no interesaba. La serpiente ya había puesto otro de sus huevos.
Pero era necesario otro componente para sepultar no solamente lo revolucionario, sino también lo democrático. El que ha democracia mata, a democracia muere. Los centros de poder trasnacional experimentaron en sus propias empresas la fusión entre gestión y digitalización. Invito al lector a una breve, pero necesaria lectura dentro de esta lectura, porque si bien creo que pensar es delirar un poco, necesito una referencia para mantenerme en “un poco”.
El Microchip, o también llamado circuito integrado (CI), es una pastilla o chip muy delgado en el que se encuentran una cantidad enorme de dispositivos microelectrónicos interactuados, principalmente diodos y transistores, además de componentes pasivos como resistencias o condensadores. El primer Circuito Integrado fue desarrollado en 1958 por el Ingeniero Jack St. Clair Kilby, justo meses después de haber sido contratado por la firma Texas Instruments. Los elementos más comunes de los equipos electrónicos de la época eran los llamados "tubos al vacío". Las lámparas aquellas de la radio y televisión. Aquellas que calentaban como una estufa y se quemaban como una bombita.
En el verano de 1958 Jack Kilby se propuso cambiar las cosas. Entonces concibió el primer circuito electrónico cuyos componentes, tanto los activos como los pasivos, estuviesen dispuestos en un solo pedazo de material, semiconductor, que ocupaba la mitad de espacio de un clip para sujetar papeles. El 12 de septiembre de 1958, el invento de Jack Kilby se probó con éxito. El circuito estaba fabricado sobre una pastilla cuadrada de germanio, un elemento químico metálico y cristalino, que medía seis milímetros por lado y contenía apenas un transistor, tres resistencias y un condensador. El éxito de Kilby supuso la entrada del mundo en la microelectrónica, además de millones de dólares en regalías para la empresa que daba trabajo a Kilby. El aspecto del circuito integrado era tan nimio, que se ganó el apodo inglés que se le da a las astillas, las briznas, los pedacitos de algo: chip. En el año 2000 Jack Kilby fue galardonado con el Premio Nobel de Física por la contribución de su invento al desarrollo de la tecnología de la información.
Tan sólo ha pasado medio siglo desde el inicio de su desarrollo y ya se han vuelto ubicuos. De hecho, muchos académicos creen que la revolución digital impulsada por los circuitos integrados es una de los sucesos más destacados de la historia de la humanidad. Revolución pero digital. Se habla con cierta ingenuidad de “nativos digitales”. O sea: los hijos del chip. De los otros hijos, los de la materialidad natural, más de la mitad tiene hambre. Y el hambre es la matriz de todos los terrores y todos los horrores, incluyendo los asesinatos seriales. Insisto: no es lo virtual lo que nos habita. Nos habita lo digital. Es decir: el soporte digital que sepulta a las democracias y a las políticas, y entroniza a las realezas financieras y a la gestión empresarial. Una aplicación, Uber, destrozó al sindicato de taxistas. La robotización del transporte eliminará a los choferes. Casi todos los servicios serán brindados por robots cuidadosamente programados. Sergio Massa será un antepasado de las nuevas formas de subjetividad digital.
Hoy en muchos formularios realizados por internet hay que marcar un casillero que dice: “no soy un robot”. Lo curioso es que ese formulario está robotizado. Hoy no se trata de una demanda sostenida por deseos. Los algoritmos formatean los deseos para manipular la demanda. Los paraísos además de fiscales, son digitales. Los infiernos son naturales. La brecha digital cada vez será mayor. Hasta lograr dos mundos escindidos que no entrarán en conflicto: la concentración de las tecnocracias y la dispersión de los nomadismos tribales. Que nada tiene que ver con la virtualidad. Incluso es lo opuesto.
La Gestión Planetaria Digital no podrá ser enfrentada. Pero podrá ser neutralizada si en forma colectiva nos implicamos en un éxodo para una lucha compartida. Ni gestión ni representación. Presentación permanente de colectivos con la firme convicción que tierra también hay una sola. Y no permitiremos que violen sus entrañas para generar su absoluta destrucción.
Cuando aceptemos que todo pasado fue peor, el presente y el futuro será una cosa y la misma cosa. Y nos prometeremos una tierra donde solo haya lugar para la vida.
Edición: 4137
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