Galván y la vigencia de Roca

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Por Carlos Del Frade

 (APe).- Cuando la Argentina todavía no se llamaba así, cuando el sueño colectivo inconcluso de la revolución de Mayo comenzó a andar, que en el trono de la vida cotidiana esté la noble igualdad, la mayoría de la población vivía en los territorios que luego fueron nombrados como las provincias de Salta y Santiago del Estero. Dos poderosas razones daban fundamento a la existencia colectiva: la cercanía con el virreinato del Perú, por un lado, y los extraordinarios bosques de quebracho, por el otro. No es casual que la incipiente industria nacional surgiera en esos lugares.

 

A mediados del siglo diecinueve, la geografía cambió como consecuencia del primer saqueo económico ambiental, la destrucción de aquellos árboles en homenaje al ferrocarril y los alambrados de las estancias que repetían el modelo feudal de explotación donde los pueblos originarios y las familias gauchas que habían sangrado por las ideas de la independencia, la revolución y la felicidad colectiva importaban menos que la riqueza concentrada en pocas manos.

Comenzó el circuito más feroz y contundente del sistema, matar para robar, construir desiertos desapareciendo a los molestos de siempre y llamar a la matanza conquistas del desierto y avance de la civilización. Sucedió en la Patagonia, en el Chaco santafesino y también en Santiago, Salta y Jujuy.

Se consolidaron las familias que desplazaron a los españoles de sus antiguos negocios y comenzaron las relaciones carnales con los imperios de los distintos momentos.

Por eso Julio Argentino Roca, el Videla del siglo diecinueve, fue dos veces presidente de la Argentina, la expresión individual de las clases dominantes del noroeste argentino. Los mismos sectores que despreciaron a Belgrano, Güemes y Artigas.

La tierra en pocas manos. Las manos rebeldes, bajo tierra. Esa fue la ecuación desde entonces.

En la Argentina del tercer milenio, mientras la soja siga siendo sinónimo de bienestar y riqueza, Roca resurge como máximo valor: la vida de los nadies no vale nada ante la urgencia de alambrar y multiplicar rentas.

Miguel Galván lo sabía. Tenía 40 años y fue acuchillado en el cuello por un hombre de apellido Riso, integrante de las fuerzas de tareas de un terrateniente salteño, Figueroa.

El hecho sucedió en el paraje El Simbol, cuya jurisdicción está repartida entre Santiago del Estero y Salta. Dicen que Riso quería alambrar.

“Familias del paraje Simbol venían siendo hostigados por sicarios de la Empresa Agropecuaria La Paz SA de Rosario de la Frontera, Salta, que pretende alambrar parte del territorio de las comunidades indígenas Lule Vilela, que el pasado 15 de setiembre habían realizado la primera etapa del relevamiento territorial”, sostuvo el documento del Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero Vía Campesina.

Algo parecido había ocurrido el 16 de noviembre de 2011 con Cristian Ferreyra, en la localidad de San Antonio, territorio de Santiago del Estero.

En la Argentina del tercer milenio, más allá de los bellos discursos, es el dios soja quien exige la inmolación de tierras y hombres en homenaje a los intereses de pocos en connivencia con multinacionales.

Son los gobiernos, nacionales y provinciales, quienes siguen esa matriz y promueven los negocios que explotan y extranjerizan los diferentes recursos naturales, los llamados bienes comunes.

De tal forma, Roca sigue vigente más allá que ahora sea desplazado del billete de cien pesos.

Su continuidad se expresa en la sangre de Miguel Galván.

Una vez más, como a fines del siglo diecinueve, en estos arrabales del mundo la tierra debe estar en pocas manos y, por lo tanto, las manos rebeldes, bajo tierra.

Fuentes de datos:
Diario La Capital y Clarín del viernes 12 de octubre de 2012.

 

 


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