Galletas de barro

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Por Silvana Melo

(APe).- Tiene once años y la piel marrón por origen. Tiene hambre y bajo los ojos se le han juntado arruguitas, como si fuera viejo. Y acaso ya lo es. La membrana blanca, en sus ojos, es amarillenta. Nació bajo aires caribeños y a veces él mismo no puede creer que la vida se empeñe en encenderle una llamita cada amanecer. Unos 80 chicos morían por día de hambruna en Haití antes del terremoto. Ahora quién sabe. Ya no se cuentan. Ya no se pueden contar.

 

Recostado contra una pared del barrio de Cité Soleil, en Puerto Príncipe, abre la boca y se anima. Acaba de probar el primer bocado de una galleta de barro. Uno de los alimentos fundamentales de los niños haitianos, ahora que la comida subió el 76 por ciento después del terremoto y las judías, el arroz y los cereales no están al alcance de la gente desechada del mundo. De los que quedaron vivos luego de que el sismo de enero mató a 200 mil o a 300 mil, según la agencia que informe. No importa. Cien mil más o menos no hace a la diferencia cuando ya la mayoría había sido relegada a los containers globales de los desperdicios.

Compró la galleta, hecha esencialmente de lodo, en el mercado de La Saline. Le queda el sabor en la boca durante horas y cada vez que saque la lengua mostrará tierra que quedó ahí, sin atinar al camino de la garganta. Las "picas", como les dicen en la calle, también se han vuelto caras. Y además hacen mal a la panza, producen dolores, fiebres –el fango trae toxinas y parásitos- y por supuesto son una condena a la desnutrición.

La gran pantalla global ya se corrió de Haití. Dejó de ser noticia. A veces el dolor puede mostrarse por unos días pero cuando el hambre y la desgracia se extienden en el tiempo y tantos se enteran de que antes del desastre nada era muy distinto, se desnudan las responsabilidades. Y a los poderosos del mundo nos les conviene que se anden mostrando sus culpas tan groseramente.

La comunidad internacional mediática ya no se entera ni se interesa en que los niños haitianos comen galletas de barro de la misma manera y con el mismo gusto a herrumbre en la boca que el día anterior al terremoto. Donde jamás nadie sabrá dónde fueron a parar el millón de dólares que tan hollywoodentemente aportaron Brad Pitt y Angelina Jolie. O los 15 mil del Presidente norteamericano, que donó su sueldo. Pero sí se puede imaginar que las fuerzas militares estadounidenses y de las Naciones Unidas, que tan generosamente invadieron el país en medio de un estado que se derrumbó con los edificios, se quedarán como para siempre. En una intervención más que nadie anunció ni admitirá.

Creadoras, las invasiones e intervenciones sucesivas del primer país que independizó a los esclavos negros, de las galletas de barro de hoy y de toda la historia.

En una cárcel abandonada un grupo de chicas de 17, 18, 19 años, preparan las pastas. A las cuatro y media de la mañana se juntan y mezclan los ingredientes en grandes barriles. Barro, sal y manteca de verdura de baja calidad. Parece que construyeran ladrillos y no galletas. Así, como ladrillos, caen las galletas de barro en las panzas y en el futuro tan corto de los pobres en Haití. Las dejan secar en la terraza en filas interminables. Y después las llevan al mercado.
Sacan el material de la tierra que se acumula en las afueras de la ciudad, cerca de los basureros. La masa que consumirán quienes además pagarán por ella, es veneno puro. Los pibes no crecen y no piensan. Les mata los músculos y las neuronas.

Se venden en La Saline por nueve céntimos de euro. Son, para muchos, las tres comidas diarias. Es que una taza de arroz cuesta 20 céntimos de euro. Ni en sueños se puede llegar.

Muchas de las galletas se rompen en el traslado o el manoseo. Entonces los más desgraciados, los más pobres de toda pobreza, compran de a pedacitos.
Se mueren como hormigas bajo el agua hirviente. Sus padres huyen a otras tierras donde se coma algo más que barro. Y los dejan a su suerte. Se los llevan los tratantes, con la excusa de la adopción. Se mueren de sida, de parásitos, de toxinas, de virus, de hambre y de sed.

Es el genocidio silencioso de los niños de Haití. Ya sin cámaras que muestren al mundo las cordilleras de escombros ni los ojos amarillentos del morenito de once que traga las últimas migajas de su galleta de barro.

Fuentes de datos:
Tribunal Internacional sobre la infancia - Diario El Mundo, España

 

Edición: 1724


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