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Por Carlos del Frade
(APE).- La palabra hogar deriva del vocablo fuego. Así lo establece esa seductora disciplina que se llama etimología. Las primeras familias humanas alrededor del fuego, imaginando lugares donde guarecerse de la lluvia, los calores de oprobio, los fríos de muerte y de la ferocidad de los animales.
El fuego como primer elemento de racionalidad, como escalón que distinguió la especie de todas las demás.
Civilizaciones humanas alrededor del fuego.
Quizás por aquellas memorias, la palabra hogar, sinónimo de vivienda y familia, síntesis de ambas, son hijas del fuego.
Pero la etimología presenta las cosas, explica otras, pero no puede con todo lo que suele encubrirse en cada una de las palabras que intentan dar cuenta de lo que sucede en la realidad de un país del tercer mundo, como la Argentina. En la orgullosa y prepotente capital del estado nacional argentino.
Aquí las cosas no responden a la etimología, son consecuencias de una manera de vivir acorde a las sobras de los manjares de pocos y que condenan a vivir cómo y dónde se puedan a los miles y miles que no participan de la fiesta privatizada.
La vida no es vida y entonces las palabras que nombran las cosas de esas existencias ya no son ni quieren decir los antiguos conceptos.
En una villa cercana a la Ciudad Universitaria de la Capital Federal, las llamas se devoraron la vida de un bebé de apenas un año y días, la de su tía de siete años y la del papá, un muchacho que superaba los diecinueve.
El hogar en cuestión era un conjunto de paredes de plástico y techo de alfombras.
No era ni una casa, ni una vivienda, ni un hogar. Simplemente era el sitio en que intentaban refugiarse de los primeros y crueles fríos del invierno anticipado.
La causa del fuego fue, dicen las crónicas periodísticas, un mechero mal apagado.
Mentira.
El principio del infierno del cartonero Ariel Quiones, como se llamaba el papá que abrazó hasta el último momento a su chiquito, había empezado antes de la noche en que un candil no se extinguió.
El mismo infierno que se come el significado de la palabra vida y de casi todas las otras palabras que pueblan el idioma de las mayorías.
El fuego se tragó el hogar de Ariel, su hijito y su cuñada, porque hace rato que las mayorías arden en hogueras construidas y alimentadas por el privilegio de unos pocos.
No hay etimología posible para explicar la vida cotidiana en un sistema que condena a los que son más a conformarse con mecheros, paredes de plásticos y techos de alfombras.
Quedan, en todo caso, las palabras que impulsan una necesaria rebeldía a favor de los que quieren pelear para que sus chicas y chicos tengan un futuro distinto al impuesto por las minorías.
Fuente de datos: Diario Página/12 19-05-06
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