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Por Carlos del Frade
(APE).- Le llamaban Arquímedes. No era un científico, pero los bolivianos, paraguayos, huarpes, araucanos, criollos e ingleses que estaban en el campamento del Plumerillo junto con él, lo bautizaron como aquel sabio griego. En realidad era un sacerdote.
Pero el tipo creía que si los cristianos de su pueblo decidían pelear por la libertad, él debía sangrar junto a ellos y, si sus conocimientos lo permitían, hacer las armas para expulsar a los invasores.
Arquímedes era el fraile Luis Beltrán y hacía fusiles para la independencia.
Allí, en el corazón de Mendoza, al pie de las montañas más altas del mundo.
La historia oficial no reparó demasiado en este cura que construía armas para la revolución. Y aquellos mendocinos de entonces no se asustaban con los fusiles bendecidos para lograr la independencia. Porque el miedo estaba en vivir sin libertad, en existir sin poder ser lo que ellos querían ser.
El tiempo pasó en las tierras mendocinas y el ejemplo del cura y de los que siguieron al sacerdote y al general correntino quedó en estatuas y avenidas.
Ahora el miedo parece ser la cuarta dimensión que acompaña a cada mortal en estos parajes cósmicos.
No solamente hay largo, ancho y espesor. También hay miedo.
Y en esa cuarta dimensión todo entra en sospecha.
Un muchacho, un juguete, una manera de pensar cómo vivir bajo los efectos de esa cuarta dimensión.
Un pibe de diecisiete años llevó un encendedor con forma de revólver en su mochila.
Y fue castigado por semejante hecho que atenta contra las buenas formas de una escuela mendocina de medio millar de muchachos y que tiene como director a un hombre que entiende como pocos lo que significan las buenas costumbres y los valores que genera esa cuarta dimensión llamada miedo.
“Lo trajo para hacerse el valiente. Acá hay una muy buena disciplina”, sostuvo con orgullo el director de la escuela, Daniel Costella. Y anticipó que habrá sanciones para el pibe y el dueño del juguete, otro compañero de curso. Según el funcionario, el chico de diecisiete años dijo que lo trajo porque le sirve para protegerse cuando sale del barrio. El caso fue derivado al Consejo Asesor de la institución para que falle al respecto. Los padres “están destrozados porque se trata de una buena familia”, volvió a calificar Costella en un perfecto manual del sentido común de la cuarta dimensión del miedo. El hombre se jacta de una buena disciplina y de saber qué es una “buena familia” y por eso mismo es capaz de castigar al muchacho por semejante amenaza, un revólver de juguete que nunca usó en la escuela para asustar a nadie. Pero él, Costella, se debe a la cuarta dimensión que fabricó el sistema y debe castigar.
Sin embargo, desde la Dirección General de Escuelas no creyeron necesaria la intervención del equipo de contingencia: “No se trata de un arma sino de un juguete”, sostuvieron con otro tipo de sentido común.
Habrá que volver a contar la historia de los que soñaron con una Patria Grande en esas tierras de desbocada hermosura de Mendoza.
Habrá que contar una y otra vez que muchachos de quince años aprendían a manejar las armas que construía un sacerdote que creía que el peor miedo era vivir sin libertad y bajo la opresión de unos pocos.
Esos pibes del viejo campamento del Plumerillo no entrarían en la escuela del señor Costella. Serían sancionados por querer participar de un proyecto de liberación.
Y ni hablar del cura que hacía fusiles.
Fray Luis Beltrán sería expulsado de la institución y su obra en pos de la invención de un país sin miedos absurdos no entraría en los manuales escolares.
La cuarta dimensión del miedo necesita, entre otras cosas, del exilio de la historia popular.
Para que alguien que lleve un juguete con forma de pistola sea sancionado como merece, como impone esa cuarta dimensión.
Fuente de datos: Diario Los Andes - Mendoza 13-04-05
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