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Por Carlos Del Frade
(APe).- Había que trozar el cuerpo de Evita y mandarlo al fondo del mar, dijeron algunos almirantes. Otros, del ejército, decidieron secuestrar su cadáver y esconderlo. Pero el cadáver no terminaba de morir. Nuevas generaciones argentinas lo revivieron a su manera, lo dibujaron, lo pintaron, lo hicieron bandera y no hubo forma de mantenerlo en secreto. Nunca la terminaron de matar. Desde el maravilloso cuento "Esa mujer" de Rodolfo Walsh al notable libro "Santa Evita" de Tomás Eloy Martínez, la historia se vuelve mito pero no hay caso, no muere, por más que hoy la fecha diga que hace sesenta y seis años piantó hacia otro sitio del universo, al mismo tiempo que algunos escribían: "Viva el cáncer".
Ana y Eva
Ana trabajaba en el Pami 2, el policlínico que está en el corazón de Arroyito en la ciudad de Rosario. Ella siempre fue revolucionaria, cuestionadora y empecinada. En los años setenta fue una de las tantas víctimas del Auschwitz rosarino, el servicio de informaciones, en la esquina de Dorrego y San Lorenzo, en la ex jefatura de la policía. La torturaban y le gritaban que ella era otra de las que se había creído eso de Evita revolucionaria. Lo cierto es que Ana sobrevivió y sigue creyendo que, efectivamente, en ese cuerpo menudo y melena al viento que tenía Evita, había una síntesis de una transformación tan profundo que hasta el día de hoy genera rechazo en los sectores acomodados.
Florinda y Eva
Florinda Lidia era hija de una mujer que trabajaba en casas que nunca fueron suyas y de un estibador portuario cuando Rosario era "el granero del mundo". Se alimentó a mate cocido por las noches junto a sus dos hermanas y apenas tuvo un solo libro que le pudieron comprar. Fue con el peronismo que pudo tener su primer par de zapatos y visitar el centro de la ciudad. Era de Laborde, provincia de Córdoba. Era dulce, inteligente y debió ser feliz un poco más.
Cuando murió Evita tenía 21 años. Nunca la terminó de llorar. Cada vez que la televisión le traía su voz, se sentaba al fondo de la cocina y no podía gambetear que venían desde el fondo del alma. Hoy, sesenta y seis años después de la muerte de aquella mujer, algunas fotografías de Florinda deambulan en la casa de sus nietas a las que no pudo disfrutar de forma completa porque algo se había roto en su interior.
Sin embargo, en algún lugar del cosmos, ella, Florinda, sentirá algo especial cuando una de sus nietas anda con una imagen de su querida Evita con el pañuelo verde en su cuello. Puentes generacionales. Fechas que abren ventanas hacia las profundidades de todos los que vivimos en estos atribulados arrabales del mundo. Ahí anda Evita y miles y miles de Florinda que todavía buscan la merecida felicidad.
Florinda es mi mamá y para ella, hoy, 26 de julio, era un día muy especial.
Edición: 3663
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