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Por Mónica Russomanno
(APE).- No todos los chicos van a la escuela en la Argentina, y algunos van pero la lluvia no los moja, se dejan resbalar por la gramática y los ángulos isósceles, por las paralelas y los acentos prosódicos. Dice el CIPECC que más de 720 mil alumnos están ausentes de las escuelas argentinas, y que unos 730 mil mayores de 15 años son analfabetos, y, cosa que a los que vivimos aquí no nos extraña; existe una profunda desigualdad entre las jurisdicciones. Esto hace que mientras en la capital vayan a clases nueve de cada diez chicos, en Misiones, Santiago del Estero y Corrientes sean seis o cinco los que persistan en cargar sus exiguas mochilas.
Más ausentismo en las provincias pobres, más analfabetismo. Y es la pobreza y la indigencia, es la falta de creencia social en el antiguo Dios de la educación que traería trabajos mejores, es la desarticulación familiar, la falta de escuelas, la inadecuación de esas escuelas a las zonas donde debiesen arraigarse. Es la falta de alimento en la etapa de lactancia y primera niñez. Es, además, una cultura que pretende trazar con línea de tiza mojada un rectángulo extraño sobre un antiguo entramado de tejido en hebras de colores.
Que dos mas tres da cinco como resultado se enseña sobre el dos mas dos, no sobre el dibujo que deja la arena en la playa, sobre la delicada caligrafía de los insectos alrededor del fuego, sobre el sonido de las vacas parturientas en el verano. Intentar esa extraña adición de conocimientos inconexos, saberes que no casan, crea siameses, perros con tres patas, fenómenos.
La vicedirectora la retaba y la retaba. Argumentaba, le explicaba, esgrimía razones.
La nena tenía la perfecta pura sólida expresión de no estar. Sobre ella las palabras llovían, se resbalaban, no dejaban ni una ínfima huella de humedad. La nena se escuchaba para adentro mientras el reto diluviaba.
Yo las miraba con el asombro que me provoca una y otra vez descubrir que la gente hablando no se entiende, y es necesario un conjugarse de astros y condiciones favorables para que alguien haga un efímero contacto con otro ser.
La nena, apenas un piojito marrón, se miraba para adentro con los ojos rasgados. La Vicedirectora la retaba y le hablaba de Jesús, de sus enseñanzas, de que debemos ser buenos y obedientes.
Una palabra se coló dentro del muro.
La nena sonrió con absoluta salida de sol en la cara. Con voz precisa dijo "el Viernes Santo Jesús muere, y el diablo anda suelto".
No venía a cuento. Hubo un silencio. Paró de llover.
La vicedirectora la mandó de vuelta al aula con la sensación de haber perdido el tiempo.
La nena se llevó el cuerpito oscuro por el patio, se llevó su Jesús moreno, su Diablo blanco.
Por el aire la seguían santos milagreros, pachamamas, cintitas contra la envidia, amuletos de colores, antiguos nombres de dioses dormidos.
Si. La vicedirectora había perdido el tiempo.
Fuente de datos: Agencia de Noticias Argenpress y Diario La Nación 14-05-06
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