Escrache

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Por Ignacio Pizzo (*)

(APe).- En estos tiempos donde se acentúa la concentración, el despojo, la aceleración y la pandemia interminable, hemos naturalizado y legitimado el hambre a gran escala. Denunciar el crimen del hambre en medio de nuestro sistema-mundo resulta paradojal, pero merece la obligación de realizarse. Por un lado, nuestra Constitución señala que la falta de medios para subsistir sería ilegal según las enumeraciones del Artículo 14 bis. Letra muerta. Sin embargo, el sistema democrático que oferta candidatos para representar al “demo”, parece legitimar que en nuestro país y en el mundo, existan pérdidas de vidas por causas evitables. Es decir, lo legal se contrapone una vez más con lo legítimo. Responsables directos en conjunto con sus mecenas inculcaron hace mucho tiempo la libertad individual, la libertad de ser rico y famoso, sin importar cuántos cuerpos haya que pisotear. Como sociedad nos hemos subordinado a los arquitectos que han diseñado el país de los abrazos rotos.

Periódicamente se publican cifras de pobreza, de devaluación de salarios, de inflación. La riqueza no se cuestiona, no se condena, parece intocable, parece legítima.

En los años en que la impunidad de los hombres de la jineta era ley , con obediencias debidas, puntos finales e indultos, organizaciones de derechos y humanos como por ejemplo HIJOS, entre otras , motorizó una lucha incansable de condena social, que posteriormente presionó a que la justicia ciega, sorda y muda no tuviera otra opción que volver a sentar en el banquillo a los acusados de los crímenes más aberrantes, a los ejecutores materiales utilizados para que el liberalismo, ese mismo que sostiene la libertad de ser rico aniquilando almas, se pudiera implantar.

Esas condenas sociales traspasaron los límites de lo impune, de la complicidad civil, de la connivencia empresarial que aún no vio de frente un escritorio de un tribunal, no obstante, algunos generales decrépitos de ese grupo mafioso repartidor de terrores, encontraron sus últimos días tras la reja de cárceles comunes. Porque la legitimidad otorgada por las organizaciones motorizó a parte de la sociedad a que, aunque bajo reglas del poder, se pudiera condenar a los genocidas. Aunque muchos portadores de cargos políticos se apropiaron de esa conquista que no les pertenece, lo real es que los juicios y las condenas fueron triunfos políticos que comenzaron con los escraches.

Es por esto que es permisible soñar con un masivo escrache conjunto, colectivo, a gran escala, que desnude cada mansión, cada piso y semipiso en los grandes barrios señoriales de nuestra ciudad y del resto del país. Escrache donde se estampen las fotos de cada uno de los niños y niñas fallecidos por causas evitables, escraches donde cada auto de alta gama de los responsables del hambre: ya sean empresarios, funcionarios y representantes cómplices de la política, ricos de toda riqueza, y que han accionado el gatillo del poder, pueda ser empapelado con la pura inocencia sobre esos parabrisas polarizados que esconden a sus verdugos.

Que cada niño o niña asesinado o asesinada por la bala narco-policial, por la desnutrición, por la malnutrición - es decir el hambre sistémico-, por las sustancias psicoactivas aniquilantes, por los venenos del agronegocio, por las aguas danzantes repletas de cianuro de las mineras, por los productos de la tierra con aroma y gusto a hidrocarburos y la lista continuaría, tenga su mural en la ciudad con su nombre, su apellido y su tránsito histórico para que se convierta en fachada de las casas de sus captores de subjetividades , que se ocultan cobardemente en sus edificios de doble cristal, en sus barrios cerrados, en sus castillos modernos cotizados en billones, en Puerto Madero, Nordelta, Miami o las Islas Caimán.

En un orden alternativo que condena a millones al domicilio de la miseria y la humillación, este escrache no es un mecanismo vengativo, es la justa justicia contra la farsa liberal que tiene por objetivo dar vía libre a la acumulación de riqueza a costa del hambre de la mayoría.

Que se impriman gigantografías de cada uno de los miles de niños, niñas y adolescentes marcados con la lacerante mutilación hambreadora, cada niño guaraní, qom, wichi, mapuche, kolla, quichua, deberá tener impresa miles de copias con su imagen para confrontarla con los poseedores del todo, esos que incluso algunos se han negado a pagar por única vez un aporte a la fortuna declarada, pero que sabemos off the record, y no tanto, que es mucho más de lo que la planilla de la AFIP constata.

Que podamos portar pancartas, y levantar banderas, detrás de cada madre que marcha contra el gatillo fácil o contra el paco, sus vendedores y sus jerarcas. Que en cada pancarta y bandera se señale la historia fotografiada de ese almita que no conoció los privilegios de ser niño en Argentina. Que haya copias para adornar las ciudades y los barrios, con sus inocencias, sus pies descalzos, sus sonrisas borradas de un plumazo por los autores materiales e intelectuales.

Detrás de los grandes mercados, hay personas. Detrás de corporaciones, empresas y organizaciones supraestatales hay almas, cuerpos y mentes que se corporizan y tienen forma humana, tienen nombres y apellidos. Aunque sus publicistas coloquen las marcas en las marquesinas, vale la pena saber quiénes son los responsables políticos del infanticidio.

(*) Médico generalista. Casa del Niño de Avellaneda. Cesac 8 CABA

Edición: 4083


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