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Por Mariano González / Fotos: Ana Laura Beroiz
(APe).- La conquista comenzada siglos atrás, sigue su desolador avance esclavizando cuerpos, territorios y mentes, con la necesidad y la certeza de disciplinar todo atisbo de resistencia. Lleva en sus entrañas la voracidad del sistema que castiga con la espada y la cruz los cuerpos y los territorios rebeldes, los cuales son necesarios reducir al más cruel despojo; mientras maquilla los discursos perpetúa las cadenas.
Manuel de los Santos Aguilar fue uno de esos cuerpos. Y su testimonio, entre sollozos, surgió tras la misa de Francisco en Paraguay, en el marco del cierre de su gira por Latinoamérica. El adolescente, de 18 años, le susurró al Papa que de chico había sido explotado y maltratado.
A poco de cumplir 10 años de edad, su familia, signada por la suerte de los desposeídos, mordió el anzuelo de los nuevos espejitos de colores y entregó a Manuel a una familia de mejor nivel adquisitivo bajo la ilusión de que así, tal vez, su hijo podría estudiar y soñar con la tan mentada movilidad social. Pensaban que la mera voluntad podría torcer los ejes de la desigualdad estructural. Pero dentro de la nueva familia, Manuel fue víctima de numerosos abusos y condenado a la servidumbre doméstica, alejado de todo atisbo de guardapolvo escolar, confinado a la frialdad de un galpón que apenas era capaz de contener el breve calor que exhalaba el recuerdo de un fuego.
La historia de Manuel es la de tantos niños paraguayos y del mundo, que suman en total a alrededor de 15 millones, robados a sus familias de origen, para ser entregados a familias pudientes como criados domésticos. Esa práctica, en Paraguay, se conoce bajo el nombre de criadazgo y goza de cierta naturalidad, comenzando con el eufemismo utilizado para disfrazar una práctica esclavista. Bajo el manto del cinismo del buen amo que da lustre a las cadenas de su esclavo, se venden ilusiones por grilletes y se acepta esto como un intercambio libre.
A pesar de las recurrentes recomendaciones de organismos internacionales y del esfuerzo militante de muchas organizaciones sociales, alrededor de 50 mil niños en Paraguay están en condiciones de criadazgo. A su vez, esta práctica permanece íntimamente ligada con la trata de personas con fines sexuales. Más de la mitad de las mujeres rescatada de las redes de trata fueron criadas durante su niñez. La zona de la triple frontera, donde confluyen las cercanías de Argentina, Brasil y Paraguay, es testigo también de estas prácticas serviles.
La noticia publicada por el diario La Nación, repercutió fuertemente entre los lectores. Y a todos nos depositó bajo la misericordiosa mirada del pontífice; nos invitó a chasquear los labios y a mover la cabeza en señal de reprobación mientras imaginábamos la benevolente caricia del Papa. Manuel le susurró su verdad a Bergoglio, que habrá sentido bajo sus pies el desfile de sombras que su institución esclavizó. Habrá presentido las oscuras tertulias y el blindaje ideológico que la iglesia otorgó a la Conquista del Desierto a finales del 1.800, respaldando la entrega de niños y niñas indígenas a las familias pudientes para que sean criados domésticos, restableciendo la esclavitud que la Asamblea del año XXIII había abolido con los vientos rebeldes de Mayo. Los diminutos pies descalzos presintiendo el barro y la viruela en la Isla Martín García habrán sacudido el cetro dorado del Papa, hijo de las mismas manos que enterraba.
Los “ladrones del paraíso”, como solían llamar los representantes de la iglesia a los indios que obligaban a convertirse al catolicismo, lo habrán mirado a los ojos masticando cinismo. Habrá escuchado tras su nuca las miradas silenciadas bajo una picana de los hijos que le arrancaron a toda una generación. Habrá mirado hacia abajo mientras las voces le susurraban lo mismo que Manuel, aunque el aparente silencio de las puertas cerradas dominara la escena.
En Paraguay, estas prácticas serviles son hijas de un largo derrotero comenzado con la llegada de la colonia española. Durante el período del conquistador Domingo de Irala nació el sistema de Encomiendas, bajo la forma de mita y de yanacona. Corría en 1556. La mita era un régimen de pago y cristianización de los indígenas guaraníes que servían al amo. El yanaconato, un régimen de perpetuidad servil como castigo a aquellos indios que se rebelaban al poder de la corona que arrasaba las vidas, los territorios y las riquezas de la región. Bajo este régimen, encontraron los guaraníes muerte y desolación pisoteando los sueños brillantes de la tierra sin mal. Derivada de la yanacona, fue la naboría, régimen de servidumbre doméstica, donde los niños y niñas eran entregados a una familia española para que le sirviera y ésta debía educar y vestirlos bajo los cánones de la cristiandad. El criadazgo actual, encuentra sus primeros destellos en estos sucesos y en una serie de prácticas que los poderes establecidos intentaron e intentan institucionalizar para perpetuar sus intereses.
Resuenan entre los algodonales que quiebran las jóvenes espaldas, las palabras del dirigente de la elite agraria exigiendo la reglamentación del trabajo infantil para que las manos ampolladas de la niñez no incumplan en las largas jornadas de cosecha.
Camina Manuel por las calles de Asunción, siente el peso de una historia y una raza sobre los hombros aún cansados. Se detiene en una esquina de Asunción donde las últimas hojas del otoño se le resisten al impiadoso viento. Mira las cadenas invisibles y perfumadas de tantos otros esclavos. El viento le trae su susurro, que años atrás fue de otros y que será el grito que mañana, asesinando la oscuridad cortará las cadenas definitivas de la niñez.
Edición: 3001
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