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Por Silvana Melo
(APe).- La América Latina sojuzgada, injusta, profunda, a veces se parece a la patria grande. Aquella que de vez en cuando desentierra sus bártulos originarios y saca de la galera una comunidad kolla en Iruya que llora a una maestra que caminaba nueve horas para llegar y en una de las caminatas no llegó. Una comunidad diaguita en El Tolar que corre cinco horas entre las montañas para bajar a un chiquito accidentado a catre y a hombros. Una comunidad qom que pelea por sus tierras en la Formosa de Insfran, una comunidad wichi que quiere maestros bilingües para no perder el tronco de su cultura en el chaco salteño. Una comunidad mapuche instalada en la tierra que señaló la machi, donde están las curas para el cuerpo y el alma, tierras suyas apropiadas por el poder. Un aymara que pone a Bolivia en pie y su siembra no se marchita. Y un hijo del encuentro feroz de Cajamarca que llega a la presidencia del Perú.
A veces las emergencias de los que fueron desterrados del sistema, las emergencias concebidas como lo que emerge de repente de la faz de una tierra donde intentaron sepultarlos, a veces las emergencias de los deportados de esta vida, la de acá, se convierten en hitos. En mechas encendidas que dejan ver y estallar a los postergados.
Desde la maestría argentina (la de los maestros, no la académica) denostada en totalidad y olvidada en el sacrificio, se construye humanidad.
Y a veces se pierde la vida. A 3.300 kilómetros de la Cajamarca donde Pizarro traicionó a Atahualpa y 500 años después un maestro moreno llega a presidente, Celeste De los Ríos salió a pie desde la escuela de alta montaña de Iruya para llegar al pueblo. Eran las dos de la tarde y tenía unas nueve horas de descenso por delante. No calculó que la noche sería tan rápida y que el viento y la nevisca serían enemigos mortales. Desde la comunidad kolla tenía que llegar –por montañas de hasta 5 mil metros de altura- al paraje que tiene acceso vehicular. No llegó.
“Cuando hay viento sí o sí tenés que pasar arrastrándote por esos lugares y posiblemente la haya derrumbado el viento”, dijo una referente kolla. Celeste cayó entre las piedras y murió por los golpes.
Mientras tanto, el corazón del mundo late en el AMBA y describe a los integrados a su infierno. Los otros, la maestría rural que camina horas por montañas y por ríos, que soporta el veneno con que la fumiga la matriz productiva de alimentos, que no es rentable por eso no tiene caminos y está siempre por ser expulsada con escuela y todo. Y los niños, solos de toda soledad.
Entre los picos y los valles de la cordillera vive la comunidad diaguita, criando y sembrando su propio alimento, sin camino ni tecnología. A 3.800 kilómetros de aquel encuentro de la Cajamarca, donde Atahualpa intentó escuchar el libro de Valverde y ningún dios le habló, hay una escuelita en El Tolar donde la maestra va y viene caminando y en burro. Amalia Agüero, la directora relató a APe: “Es todo muy sacrificado. Demasiado. Son 9 horas a lomo de mula que no es fácil. Recorremos cuatro horas por el lecho de un río; luego subir montañas, bajarlas, volver al río. Es durísimo. Al ser puna no tenemos árboles. Si nos toca un día de sol, es todo el trayecto en sol. Si nos toca lluvia, es todo el trayecto en lluvia. Si toca nieve, es todo nieve. Si hace frío, se escarcha el terreno y los animales se pueden resbalar, desbarrancar. La gente misma, lo transita con burro, con mercadería. Y corren el riesgo de perder el animalito, la mercadería. A veces tienen que bajar con sus niños a hacerlos vacunar en el hospital y no es fácil. Es muy dura la vida de ellos”.
La escuelita de El Tolar, el niño diaguita y su directora asomaron a los medios cuando lo bajaron en cinco horas, desesperadamente, hasta el camino por donde puede pasar alguien. Una piedra se le cayó encima y lo dejó sin dientes y con la mandíbula quebrada.
A 3.800 kilómetros de la Cajamarca donde nació un campesino en las antípodas del padre de su contrincante presidencial. Fue Alberto Fujimori –padre de Keiko- quien ordenó el secuestro y el asesinato de centenares de personas. Y mandó a esterilizar a 272.028 mujeres indígenas de zonas pobres y rurales. Para que esa morenidad, ese origen, esa desgracia, no se reproduzcan.
En la América Latina empobrecida y desterrada colisionan brutalmente la conquista y los sobrevivientes, el capitalismo feroz y la cosmovisión originaria, la vanagloria europea y la irrupción del origen desde su confinamiento.
Es impensable un wichí o un diaguita en la presidencia de la Argentina. Pero sí es posible un aymara en Bolivia o un hijo del encuentro de Cajamarca en Perú. Un maestro rural moreno que se dice marxista y que arrastra el conservadorismo social y sexual de los pueblos que emergen.
Que trae el adn del sueño ambicioso de Pizarro y la dignidad altiva de Atahualpa. La mixtura fatal del invasor y el origen.
Una alquimia que sigue atravesando el destino desigual de esta tierra.
Edición: 4333
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