Condenas por el crimen de Lucas: pobres reparaciones

Es la institución. Son las instituciones

Los tres policías condenados a perpetua saciaron el tedio de una tarde de ronda. Salieron de emboscada y los vieron. Venían del lado de la villa, eran morenos. Y les dispararon. No son sólo algunos policías. Y la sentencia no evitará que sigan matando jóvenes condenados por origen.

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Por Silvana Melo

 (APe).- Y el Tribunal descerrajó una hilera de condenas para una docena de policías. Esos que hace un año y medio, como festejando el día de la creación de la policía de la ciudad, salieron de caza y mataron a Lucas González. Lobos respondiendo a su instinto. Ese mismo día, ese 17 de noviembre de 2021, a partir de las 18, el gobierno de Caba iluminaba los edificios en celebración de la fecha. Ocho horas y media antes un grupo de sus efectivos había perseguido, herido de muerte y torturado. Por nada. Por piel. Por origen. Por escarmientos recurrentes, heredados y milenarios.

Los tres policías condenados a perpetua por el Tribunal saciaron el tedio de una tarde de ronda, en un Nissan sin identificación y vestidos de civil. Salieron de emboscada y los vieron. Asomaban de un barrio precario, vestían con pantaloncitos y gorra hacia atrás, manejaban un Suran y eran adolescentes, eran morenos. Es decir, eran chorros y había que matarlos. Tenían armas truchas para plantarles, experiencia en eso del enfrentamiento y la defensa propia y necesidad de depositar la violencia contenida en una pequeña porción de esa población aniquilable que cada vez está más impelida al borde del abismo. En la tierra que supone un futuro para menos. Muchos menos.

Los chicos jugaban al fútbol en Barracas Central. Cuando notaron la persecución del Nissan con los policías de la Brigada 6 de la Comuna 4, llegaban a Vélez Sarsfield por Iriarte. La villa está a un suspiro. Y los lobos huelen la sangre. Lucas y sus amigos huyeron porque creyeron que los perseguían ladrones. Les dispararon. Los torturaron y utilizaron como insultos adjetivaciones de negro y villero. Lucas agonizó un día entero. Y se murió el 18, cuando ya había pasado la fiesta del quinto aniversario de la creación de la policía de la ciudad. Y los monumentos se fueron apagando.

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Los asesinos son el inspector Gabriel Alejandro Isassi (42), el oficial mayor Juan José López (48) y el oficial Fabián Andrés Nieva (38), integrantes de la División Brigadas y Sumarios 6 de la Comuna 4 de la policía de la Ciudad. Los jueces los encontraron culpables de homicidio quíntuplemente agravado por uso de arma de fuego, con alevosía, con odio racial, en concurso premeditado de dos o más personas y en abuso de sus funciones como fuerzas de seguridad. Hubo varias condenas más por delitos igualmente graves. Y se busca investigar la responsabilidad del jefe de la fuerza.

Hoy es el cumpleaños de Cintia, la madre de Lucas. Quiso morirse varias veces desde el asesinato de su hijo. Y cumple años hoy, día de la sentencia. Sus cumpleaños están ensombrecidos desde aquel 17 de noviembre. Y es posible que a ella la vida se le antoje un esfuerzo cotidiano a los 37. Su hijo de 17 años, que jugaba al fútbol con sus amigos para ganarle juntos a tanta oscuridad, fue asesinado por el brazo armado del estado. Que no es sólo la policía de la Ciudad de Buenos Aires. Es la bonaerense, la mendocina, la rionegrina, la tucumana, la salteña, la federal. Y no son sólo dos, tres, quince policías. Es la institución. Son las instituciones.

Las condenas de hoy son pobres reparaciones para quienes ya no tienen un hijo comiendo en casa. Para quienes sufrieron una experiencia límite en manos del estado. Pero no evitarán que las policías sigan matando jóvenes.

Multitudes de jóvenes expulsados a la marginalidad por la educación que no los forma, la salud que los desatiende, el mercado laboral que los desprecia, el estado que los abandona a la buena –o a la mala- de dios y luego los encarcela o los asesina.

Sin que nunca hayan estado en los planes ni en las plataformas políticas de nadie.


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