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Por Alfredo Grande
(APe).- Escribí 3 artículos titulados: “Corporación Republicana :la democrática” . Mi enamoramiento con las formas y modos burgueses de la democracia duró lo que duran dos cubos de hielo en un whisky on the rocks, al decir de Joaquín Sabina. Quizá en la primavera alfonsinista. Un oasis de agua en el atroz desierto de las restituciones, las caricaturas, las traiciones y las cipayadas.
Así no es la vida, pero la vida obviamente es de diferentes maneras. Felices aquellos que eligen desde y con el amor. Los que viven para hacer lo que quieren. Los ricos de espíritu que habitualmente tienen pobre su cuerpo. La década de los 90 llegó para quedarse así como la década de los 60 llegó para ser arrasada. El sida viral, cultural, vincular y político logró más que el terror y el espanto que los genocidas marcaron.
Una inmunodeficiencia nos convirtió en posibilistas, temerosos del mercado, de dios y del dios mercado. Resignados a la bancarización de la vida y al consumismo de lo inútil y al no consumo de lo necesario. A la banalidad del bien de la democracia, casta en su origen pero prostituida en su destino. Nos lavamos las manos en las aguas potables o contaminadas de las urnas. Los rituales del eterno retorno a la inercia de una república sometida a la cosa privada de los dueños de tierras, aguas y cielos. Llegamos con el caballo cansado, la montura desvencijada y las coyunturas quebradas.
El faraónico costo de la publicidad de los candidatos deviene inversión para ellos pero costo brutal para los pueblos que vía impuestos al consumo, sostienen el aparato burocrático estatal del cual están excluidos. Como la inclusión bien entendida empieza por casa, nombro en cada rincón del estado a familiares y amigos. La familia patriarcal deviene principal. Y no solamente la familia judicial, ya que familias sobran. Militar, clerical, empresarial, provincial. Familias nacionales y familias internacionales. Los derechos humanos son defendidos en cada generación. Los privilegios se heredan. Y por varias generaciones.
Diferentes sumas del poder público convierten a muchas dinastías en “infames traidores a la patria”, según reza (es un eufemismo) nuestra carta magna. Claro que en los tiempos del mail, instagram, twitter y facebook, las cartas por más magnas que sean, poco se leen. Y menos se recuerdan. Por eso los 30 años y más de democracia, los he pensado entre el dolor y la furia. Y pocas veces, demasiado pocas, entre el amor y la alegría. Escribí alguna vez que sólo saben los que luchan. Y sólo vale el amor y la alegría entre los que luchan contra todas las formas de la cultura represora.
El domingo a la noche estaba en la ciudad de Viedma para la capacitación que lunes y martes daba en la delegación de la UNTER, el sindicato de docentes de Río Negro. Amada organización. Nos reunimos con varios compañeros y compañeras para cenar mientras los resultados electorales iban impidiendo digerir los alimentos y las noticias. Como dijo el general, peronistas son todos. Y yo sin serlo no pude ni quise dejar de sentir como peronista en ese momento que la honesta militancia estaba siendo agredida y frustrada una vez más.
Mi alegría por la derrota de Aníbal Fernández no pudo compensar mi desazón por la forma en que se llegaba al balotaje. Dije y escribí que lo mejor era que el candidato del FPV no ganara en primera vuelta. La suma del poder público más la suma del poder privado es demasiado suma. Pero la forma en que se llegaba a segunda vuelta más que vuelta era una voltereta de la historia. El infierno más temido, y eso que tenemos muchos infiernos para temer, estaba golpeando la puerta de nuestras casas. El candidato del oficialismo era políticamente derrotado, vapuleado, azotado por la rancia derecha de paladar blanco. Y colmillos afilados.
Scioli, inventado por Menem y luego reciclado por Néstor como vicepresidente primero, y doble gobernador después, llegó como caballo de comisario, pero entró como un caballo en los manejos del comisario. O comisaria. Los mismos que lo apoyaban, lo denostaban. Ya no era tragarse un sapo, o varios. Ya era una aceptación servil, resignada, cobarde, a una determinación unipersonal que ni siquiera toleró las PASO que el mismo gobierno nacional había inventado. Mal PASO y peor caída.
El peronismo sostiene su ritual de hacer todo por la mitad, o menos de la mitad, plastificar y encerar los caminos a la derecha, incluso la derecha criminal, y luego ensayar discursos justificatorios y culpógenos. Hacen buches y gárgaras con la palabra traición. Obviamente, los traidores son los otros y las otras y siempre están dispuestos a tirar la primera, la segunda y la última piedra.
Han creado el peor de los escenarios posibles. La amenaza fascista está a cientos de kilómetros de la tierra, pero cual meteorito se acerca con una inscripción que dice: “va a estar buena la argentina”. El kirchnerismo armó la trampa. No hay forma de medir la “derechemia” en sangre. En ambos contendientes los valores son altos. Demasiados altos. Pero lo único que puede subvertir un texto es el contexto. Dime quién te apoya y te diré quién eres. Dime quién te paga, y te diré quién eres. Dime quién te sufre, y te diré quién eres. Entonces creo que hay que dinamitar el sistema de voto secreto y obligatorio. Que la boca de urna deje de ser los primeros auxilios, la respiración boca a boca para los que quieren llegar a la playa después de tragar aguas servidas. Entre esos tipos y yo hay algo personal e institucional.
Kirchner fue electo por la furia de los anti Menem, sin tener que salir de boxes. Las andanzas en el sur eran desconocidas en las pampas y en las orgullosas ciudades de los opulentos puertos. Se levantó y andó. Y durante 12 años siguió andando y fue creando a todos sus enemigos. Hasta llegar en el tiro del final, que parece que ahora si va salir, a crear al mejor peor enemigo. Una astilla del mismo palo. En la actualidad, Scioli parece más un candidato de la oposición que del oficialismo. Pero sin tener ningún as en la manga, sabe que a nadie le interesa esperar que el meteorito llegue a tierra.
El sistema de voto secreto devino clandestino. Hay personas que no dicen a quién votan, ni siquiera después. Obligatorio consagra la democracia por mandato. O sea: parodia de parodias. No haber institucionalizado la revocación de mandatos o el plebiscito vinculante, hacen de los pueblos meros espectadores de las comedias y tragedias de las actrices y actores principales y de reparto. No participar del circo me parece meritorio. O sea: no votar. Porque votar es un derecho, pero no tendría que ser un deber.
Votar o no votar. Pero gritar que nunca más el fascismo, aunque el meteorito todavía esté lejos, pueda arrasar la tierra de mis hermanos, mis combatientes desaparecidos, torturados y masacrados. Combatir la más cruel y letal expresión de la cultura represora es necesario. Malcom X dijo: “Normalmente, cuando las personas están tristes no hacen nada. Sólo lloran sobre su condición. Pero cuando están enfadados, provocan el cambio” .
Yo grito furioso. Con la furia del negro que encadenado odiaba al secuestrador y destructor de su familia. Furioso contra el fascismo de consorcio que pretende encadenar a los pueblos. Fascismo nunca más. Entonces quizá sienta un poco menos de dolor, aunque por años y años seguiré sintiendo la misma furia.
Edición: 3039
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