Encadenados

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Por Sandra Russo

(APE).- El caso se inscribe en una loca seguidilla de padres alborotados. Y recala en una manía social que, por épocas, va posándose, como una terrible mariposa, en diferentes escenarios. Uno de esos escenarios suelen ser las escuelas, donde la manía social insiste en ver aquello que teme.

Dicho de otra manera y sin abusar de Freud, podría decirse que esa manía social consiste en proyectar irreflexivamente un fantasma sobre los cuerpos de los alumnos y los docentes. Sonó rara la noticia que empezó a circular el 26 de abril, cuando se supo que frente a la escuela municipal y porteña número 8 había un padre y una madre encadenados. Pero sonó más rara todavía cuando también se supo que los dos habían optado por hacerlo en protesta por los malos tratos que al parecer le infligía, a su hijo de siete años... otro chico de siete años.

En la Argentina hemos visto a mucha gente encadenada. Encadenada a puertas de casas que iban a ser rematadas, encadenada a puertas de embajadas por algún caso controvertido, encadenada en la puerta de los tribunales en reclamo de justicia. Pero un padre y una madre encadenados en la puerta de una escuela para exigir la expulsión de un nene de segundo grado seguramente dijo más de los reclamadores que del reclamo. “A mi nene le asestó un golpe de puño con tijera de por medio cerca de la zona ocular”, enfatizó Jorge Deisernia, el padre en cuestión, al lograr el primero de sus cometidos: los micrófonos delante de su boca. “Lo que estamos pidiendo es que el Gobierno de la Ciudad tome la determinación de que, cuando los casos son de extrema violencia, se derive a los chicos a lugares con personal especializado en este tipo de conductas”, se explayó, porque cualquiera, con micrófonos delante, se convierte en un hacedor espontáneo de medidas, reglamentos y procedimientos, cuando no de leyes, como pasó con Blumberg.

La secretaria de Educación porteña, Roxana Perazza, consideró que “este es un problema de adaptación y no de violencia escolar”. Posiblemente se estuviera refiriendo a los problemas de adaptación del presunto agresor, pero podría caberle, la palabra, al padre que hace la nota, monta el numerito y se escapa de toda proporción racional al ejercer la paternidad de un modo... ¿cómo llamarlo? Digamos disparatado.

Se dijo que el presunto agresor “estaba medicado”, dato que quedó flotando y ojalá no signifique demasiado, porque si fuera por recibir medicación, debería quedar cesante medio país. Al parecer, el presunto agresor está bajo tratamiento psicológico, lo cual se inscribe en la misma estadística. La ciudad con mayor número de analistas y pacientes de América Latina mal haría en considerar que alguien bajo tratamiento psicológico debe ser apartado de su lugar de pertenencia, la escuela.

Se habló y se habló del presunto agresor, no así del agredido, es decir, del hijo de los padres encadenados. ¿Cómo lo habrá tomado? ¿Como una muestra de amor y protección, o como una humillación que tendrá que remontar él solo, como hemos estado solos todos siempre y en todas las épocas, en enfrentar los primeros obstáculos, las primeras peleas, los primeros y necesarios roces con personalidades que nos son hostiles. El ejemplo de un padre encadenado por una disputa en el aula, ¿marca más o marca menos que esa primera piña o esa rencilla que forma parte de las biografías comunes y corrientes?

Fuente de datos: Diario Pregón On Line - Jujuy 27-04-05

 


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