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Por Alberto Morlachetti
(APE).- La tarea de los intelectuales orgánicos -de este modelo específico de sociedad- es la de tratar de demostrar de una manera “científica” la existencia inicial de “criaturas privilegiadas” que facilitan el éxito o el fracaso escolar. Los colectivos intelectuales cercanos al poder, con el fin de disculpar a la propia institución escolar -y a otras estructuras económicas, culturales o políticas de la sociedad- vienen construyendo argumentos explicativos para vestir las injusticias del sistema con un vocabulario con sonoridad científica para convencer a los pobres de sus limitaciones genéticas en las algarabías de sus recreos.
La famosa parábola del reparto de los talentos, de la que habla el Nuevo Testamento, coadyuvó a reforzar las ideas deterministas acerca del destino del ser humano. Éste venía a la tierra y su suerte dependía de los talentos recibidos.
Señala CEPAL (ONU) que en América Latina y el Caribe unos 92 millones de personas "no han concluido sus estudios primarios, y de ese total, 36 millones declararon no saber leer ni escribir". Subraya -además- que “el 25 por ciento de las niñas y los niños en edad escolar deserta de la escuela antes de llegar al quinto grado, sin haber adquirido la formación elemental indispensable”. País nuestro incluido.
Nosotros -debo decirlo- tenemos un problema genético con la estadística. Cuando hay que ponerle número al delito de niños aumentamos cifras para determinar el grado exacto que deben alcanzar las humillaciones públicas con las travesuras de los panditos. Si hablamos de mortandad infantil restamos a la realidad hasta llegar al ficcional “un solo dígito”, la utopía contraria afectaría la imagen país.
Si hablamos de no matriculados, repitentes o deserciones escolares incurrimos en secreto de Estado. Pero ese país que dibujan las estadísticas es difícil reconocerlo en las calles donde los ojos de los pequeños no brillan como una brasa.
La república es un diagnóstico feliz desde la matemática, pero no deja de ser una mujer combada que bizquea la vida de sus niños y que se va de la realidad a cada instante. Pero siempre pronuncia una virtud en sus estadísticas, quién sabe, “si por demasiado malditos o por demasiado sabidos” como dice Cabrujas.
El arzobispo de Tucumán Héctor Luis Villalba -en este gobierno hace un tiempo- ponía agua bendita a la aritmética y a la “insaciable voracidad del mal”: denunció que el 52% de los niños estaban fuera del sistema escolar en su provincia. El evangelio miraba pálido -como una rosa blanca- cómo los niños se iban con el corazón a otra parte. Pero al mundo le es consustancial la novedad. “De lo posiblemente otro. De lo humanamente otro”. El país de Alicia y las maravillas pareció agotarse con la rapidez de una chispa en el asfalto.
Pero la ausencia de palabras no se mide, el olvido debe ser vencido. La miseria no se mensura, la miseria debe ser echada. Para eso, es necesario que haya pájaros en cada pecho, porque los asuntos de un pueblo no son con la estadística, sino con el horizonte que tiene clavado aquí, en el entrecejo.
Fuente de datos: Diario La Jornada - México 19-06-06
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