Dos amparos en los cajones de la Corte

En Avigdor el veneno vuela en el viento

Es un pequeño pueblo de Entre Ríos. Un docente rural, Elio Kohan, lleva adelante una lucha de años a partir de las fumigaciones apenas a metros de la escuela y de la planta urbana.

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Por Silvana Melo

(APe).- Avigdor es un bello pueblo rural enclavado en la provincia más fumigada del país. Los amaneceres rojos de la colonia judía fundada en los 30 suelen nublarse con las derivas de las aplicaciones a 50 metros de la vida urbana. Elio Kohan es un típico maestro entrerriano: abraza la educación de sus niños y los cubre cuando pasa el avión y sobrevuela los sembrados desplegados como alfombras en los campos de aquel funcionario macrista. Como sucedió en aquel febrero de 2021 cuando una suerte de ducha de venenos bañó al pueblo, a la escuela, a los cursos de agua y a los colmenares.

Después, la justicia y sus instancias. Hoy en la Corte descansan serenamente dos amparos presentados en un derrotero de votos a favor y en contra que hoy continúa dejando al pueblo desnudo ante el poder del agronegocio. Que finalmente resulta tener más eficacia que la política y la justicia. Más influencia que la gente de a pie, que el anonimato popular que recibe la lluvia envenenada, que se enferma, que se agota y que se muere.

Los amparos, dice Elio Kohan, “están impulsados por el interés de la protección a los gurises que asisten a las escuelas rurales, rociados constantemente con distintos agrotóxicos y en distintas campañas, que son mínimamente siete en el año”. El primero de ellos fue presentado por AGMER, en representación de la docencia entrerriana, y el Foro Ecologista de Paraná, en representación de la Coordinadora Basta es Basta.

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Elio Kohan, en Colonia Avigdor

La batalla judicial en la que el maestro se vio sumergido tuvo claros y oscuros. El juez de La Paz –departamento al que pertenece Avigdor- había considerado inconstitucional el artículo 2º de la resolución provincial Nº 47 que dispone una distancia “de 50 metros para el uso de agroquímicos en lugares donde existan casas o caseríos lindantes a lotes de uso productivo”. Y suspendía las fumigaciones hasta que se aprobara una ley que dispusiera distancias de mil metros para la aplicación terrestre y tres mil para la aérea.

Un mes después, el Supremo Tribunal de Justicia lo borró de un plumazo. Y criticó al juez por “incongruencia” y “exagerado activismo”.

El segundo amparo fue presentado con la firma de Elio Kohan contra la comuna de Avigdor. "Lo hice como integrantes de la Coordinadora Basta es Basta, con el patrocinio de Aldana Sasia, abogada del Foro Ecologista". Y fue una decisión de ir adelante "después de siete años denunciando aplicaciones con agrotóxicos”. Una de las primeras denuncias fue “informal”, a través de las redes. “Justo el 10 de diciembre de 2015, cuando el rabino Bergman asumía en el ministerio de Ambiente, aplicaban un tipo de agroquímico alrededor de una industria láctea que funcionaba de manera ilegal; fumigaban frente a casas de familia en la misma planta urbana de Avigdor”. El sector fumigado, asegura Kohan, “pertenece a las fundaciones de Bergman”.

A principios de los 2000, relata el docente, Avigdor –aquella colonia judía fundada setenta años antes- despierta de su languidez cuando comienza a llegar “la Fundación Judaica para dar cobijo a los judíos afectados por la crisis de 2001”. En ese momento “es cuando llega Bergman con sus fundaciones”. Kohan habla de “una industria láctea, con tambo, que apareció con la excusa de la generación de fuentes de trabajo” pero “extrañamente levantada en un bajo, a metros de un arroyo y muy cerca de la zona urbana”. Avigdor comenzó  a ser comuna en 2020.

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En 2016, cuando las denuncias informales no tenían una consecuencia efectiva, el docente denunció en la comisaría “las fumigaciones a menos de 800 metros de la planta urbana. Lo recuerdo porque mi tía estaba saliendo de un tratamiento oncológico y le habían recomendado que no estuviera expuesta ni siquiera a los aerosoles que se usan cotidianamente. Y era una fumigación aérea con un funguicida”.

 Las denuncias “incluyeron a los lotes de las distintas fundaciones del (entonces) ministro de Ambiente” por lo que “quedaron claros los vínculos y esas denuncias se archivaron en la comisaría, en la fiscalía”.  Institucionalmente, las secretarías de Ambiente y de Agricultura “buscan más salvaguardar a los que aplican que pensar en un control”. El pueblo y gran parte del Entre Ríos con vecindad rural sufre “la desprotección por parte de los poderes del estado, además de algunos vínculos entre los funcionarios de (lo que era) la junta de gobierno de Avigdor y las fundaciones, que acallaban las denuncias”, sumado al “desprestigio social que enfrentamos los denunciantes”. A tal punto que uno de los fallos “me condenó a pagar más de cien mil pesos, con un claro carácter disciplinatorio”.

Hoy la Corte guarda en sus escritorios dos apelaciones contra los fallos del Supremo Tribunal de Justicia de Entre Ríos. No hay insomnios para los cajones de la Corte. Ni recreos para los gurises de la escuela de Avigdor. Ni resguardo para quienes respiran día tras día “en un pueblo hermoso”, según define el docente.

Hoy sigue vigente la ya célebre resolución 47 que permite fumigar a 50 metros de la puerta de casa, del patio de la escuela, encima del curso de agua, sobre los colmenares y los animales.

El ‘activismo’ del Ejecutivo es más fuerte que el judicial”, ironiza Kohan. “El gobernador decidió modificar la conformación de la sala de Supremo Tribunal, que se animaba a proteger la salud y la vida de los niños y niñas entrerrianos. Por eso ahora las sentencias de amparo son anuladas”.

Kohan, a pesar de una soledad que tantas veces lo abruma, sigue asumiendo un “compromiso moral con cada uno de quienes padecen las consecuencias severas en su salud por ser presos de este sistema de agricultura tóxico dependiente” que “para nosotros no son las estadísticas frías, son amistades entrañables, son compañeros y compañeras de trabajo, vecinos, familiares, hijos e hijas tanto de quienes se animan a denunciar, como de aquellos a quienes solo les quedan fuerzas para acompañar el calvario que tienen que atravesar estos niños y niñas con algún diagnóstico oncológico que les llega”.

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Los fallos judiciales germinan en escritorios grises, en despachos penumbrosos. “Ellos viven lejos de la realidad de los pueblos fumigados, de vivir rociados a 200, 100, 50 o 0 metros, de vivir encerrados para disminuir la carga de veneno en nuestros cuerpos, pero ellos no lo ven, no lo saben, no lo viven”. Deberían compartir, dice Elio Kohan, “un solo día de esos que nosotros vivimos, un solo día en un centro oncológico, para que vean que esa realidad está encarnada por personas de carne y hueso”.

En un territorio donde el agronegocio, representado por la Federación Agraria, reclamó extirpar a las escuelas rurales de los campos; donde el gobernador opta por la protección de la matriz productiva adicta a los venenos, donde el poder político mira hacia donde nada se incendia y desprotege a los humedales.

En ese territorio hay gente que resiste. Que pone el pecho a su tragedia. Y sabe que alguna vez la volverá victoria.


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