Emma y las tempranas muertes de la infancia

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Por Laura Taffetani

(APe).- Hay un proverbio africano que dice que se necesita todo un pueblo para criar un niño. Sin embargo, son tantos los niños y las niñas que no tuvieron esa oportunidad. No la tuvo Emma, una pequeña bebé de dos meses, por cuya muerte fueron detenidos sus jóvenes padres. Seguramente ellos tampoco tuvieron esa posibilidad.

Fue en la ciudad de Las Heras, en la provincia de Mendoza, e inmediatamente la noticia se filtró en los titulares dominicales de distintos medios de comunicación en todo el país.

La bebé, que se llamaba Emma, llegó en brazos de su madre al hospital ya sin signos vitales. Su mamá Solange, de 21 años de edad, dijo que se había ahogado con la leche de su mamadera, pero la autopsia de la niña estableció que la causa de muerte fue un traumatismo de cráneo y asfixia.

Los medios cuentan que luego se descubrió que la madre de la pequeña había denunciado a su pareja Leonel, de 22 años de edad, por abuso sexual y violencia de género el año pasado.

Meses antes de la muerte de Emma, Solange había compartido en sus redes sociales la alegría de esa nueva vida: "Por vos he cambiado mis prioridades, mis debilidades y aumenté mis fortalezas, para demostrarte que quiero ser la mejor mamá, quiero que cada día puedas sonreír y que sepas cuanto te amamos. Has llegado en nuestras vidas en el momento preciso, nunca pienses que estarás sola, yo prometo cuidarte y velar por ti, siempre". Un mensaje que ya no podrá ser inscripto en la bitácora del futuro.

¿Cómo puede convertirse un deseo tan hermoso en tragedia?

Para los medios de comunicación, cuyo tiempo se fragmenta en segundos, es fácil la respuesta: una pareja perversa y asesina que será condenada, una deformación humana que dejará tranquila las conciencias de las “familias de bien” que jamás serían capaces de semejante atrocidad.

Quizás, en el mejor de los casos, en algún lector preocupado, despertará la pregunta acerca de lo sucedido con las denuncias que la madre hizo contra su padre, qué intervenciones se hicieron. Pero enseguida vendrá el lapidario razonamiento que si estaba con él en ese momento Solange también es portadora del mal.

Ni Emma ni tantos otros niños y probablemente tampoco sus padres fueron criados por todo un pueblo como advierte el antiguo proverbio africano que se hace necesario para crecer.

Tampoco fue posible para Liam de un año y siete meses que falleció en noviembre del año pasado por lesiones internas por un fuerte golpe, también de padres muy jóvenes de 23 y 21 años. Ni lo fue para Brian, Nicolás y Morena de 5, 7 y 10 años que, en ese mismo mes, murieron en un incendio cuando se encontraban solos al cuidado de su hermana de 13 años. No fue factible para Eithan, de tan solo un año, que falleció ahogado cuando sus padres “lo perdieron de vista” y apareció flotando en un depósito de agua en febrero de este año.

Todas esas muertes de niñas y niños se sucedieron en la misma ciudad de Las Heras en apenas un manojo de meses y son aquellas que llegamos a conocer porque tuvieron el privilegio de figurar en los diarios locales.

Las demás muertes, las que no llegan a titulares, tienen como destino el anonimato de las estadísticas que yacen en letra muerta en los escritorios de los funcionarios de turno. En agosto del año pasado la Fundación Conin hizo un relevamiento en Las Heras en el que se consultó a más de 350 niños y madres embarazadas, detectando falta de controles médicos, vacunación incompleta, malnutrición (desnutrición y obesidad) e infecciones en la piel.

Entonces, cuando vamos colocando más piezas en el rompecabezas, Emma deja de ser sólo Emma y comenzamos a poner nombres al infanticidio de una sociedad que hace décadas dejó de abrazarlos.

Frente a estos casos, las figuras penales se ciernen sobre los que consideramos responsables directos de estas muertes, con la tranquilidad de que el Código Penal jamás alcanzará a la comunidad donde viven, ni a los burócratas de turno de las instituciones por donde han pasado que ven pasar al pobrerío con mirada indiferente, no dejan de ser náufragos que han perdido toda esperanza de rescate y que finalmente, jamás llegarán a la orilla. Muchas veces en estos casos nos hemos preguntado: ¿Cómo mirarían sus ojos cuando aún tenían alma?

Un viento humano hace gemir los corazones con las vidas truncadas de una infancia que no supimos resguardar del desamparo y la soledad. En el fondo, todos y todas sabemos que, a Emma, como a tantos otros niños y niñas que se mueren acabaditos de nacer, en realidad los mata la indiferencia de aquellos que sueltan su mano en la ronda infinita de la vida que los une.

Con estas muertes el otoño llega a las puertas de un país que hace tiempo que exterminó la utopía y llevará generaciones volver a ponerla en pie algún día. Pero, mientras tanto, será cuestión de hacer nuestra la promesa que Solange no pudo cumplir para su pequeña Emma y volver a hacernos pueblo para criar y velar por todos los niños y niñas que nos rodean. Sólo se trata de abrir ese nuevo camino, no debería darnos miedo llegar hasta el final.

Edición: 4090

 

 


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