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Por Alfredo Grande
(APe).- La batalla cultural es, en realidad, una guerra entre mundos. El mundo del capital, hoy digitalizado, y el mundo de los y las trabajadores. Obviamente los dos mundos son distintos en todo. Para simplificar, el mundo del capital tiene como primera tarea aniquilar el mundo de las y los trabajadores. Aniquilar de varias maneras, incluso en su dimensión física. Pero sobre todo en su dimensión conceptual. El proletariado en franca retirada frente a los mecanismos más básicos. Por ejemplo: las paritarias.
Por eso la batalla es cultural, incluyendo por cultural las condiciones materiales de producción. La confusión que nunca es ingenua entre economía y crematística, por ejemplo. Para Aristóteles, la crematística es la administración dirigida a la ganancia pura del dinero. Reconozco que hablar de ministro de crematística no resulta grato a los oídos. Ministro de Economía tampoco demasiado. Pero el capital sólo busca negocios, o sea, beneficios puramente monetarios. La cuestión de la $Libra es ejemplo de esto. La batalla cultural debería hacer fuerte hincapié en esto. Vivir para los negocios, para el beneficio monetario, o vivir y luchar para la economía de la producción.
La diferencia entre la “macroeconomía” y la “micro” forma parte de esta batalla cultural. No hay que aclarar que en realidad lo que importa es la “micro”, que a la Argentina no le puede ir bien si a la mayoría de las y los argentinas y argentinos les va mal. Y muy mal. Pero la batalla cultural de la crematística tiene sus propios márgenes. Zonas marginales que sólo pueden intentar controlar con la represión explícita. O sea: policías, fuerzas armadas conjuntas, sicarios, y toda la escoria del universo.
Una zona marginal es la de los denominados manteros. Ya decir manteros es un triunfo de la batalla cultural de las derechas. Es la reducción del sujeto a una cuestión operativa: mantas donde apoyar los productos. Pero no “ES” mantero. Usa las mantas, y eso es otra cosa.
La palabra “mantero” es muestra de absoluta discriminación. Es como si en mis años de médico en hospitales me hubiesen dicho “guardapolvero”. Pero las palabras no son ingenuas: si decimos “reprimieron, desalojaron, a los manteros” estamos avalando el discurso cultural de las derechas. El denominado mantero es el sujeto político de los márgenes del capitalismo en formato digital.
Los manteros son desalojados de las zonas de tránsito peatonal y comercial. En otros casos, los manteros son reprimidos por las autoridades. En Parque Patricios, los manteros han sido desalojados en reiteradas ocasiones. En el Aeroparque Jorge Newbery, los manteros han sido desalojados. En la Plaza de Mayo, los manteros han sido desalojados. En Plaza Lavalle, los manteros han sido desalojados. En las veredas del Congreso, los manteros han sido desalojados. En Plaza Constitución, los manteros han sido desalojados.
Ahora mal: un “mantero” es una persona que vende en la calle de manera ilegal productos expuestos en el suelo sobre una manta o algo similar. Es ilegal porque está en los márgenes de la mayor Ilegalidad que es el capitalismo. En la batalla cultural de la derecha lo legal es apenas lo ilegal centralizado. Si sacás alimentos de un supermercado, es saqueo. Si el saqueo es a los recursos de un país se llama comercio exterior.
Cada “mantero” es también mantera, manteritos, manteritas. En una economía de penuria, como hace más de 20 años el economista Jorge Beinstein enseñara. Diré lo que debería ser obvio: el reduccionismo a la manta, es una forma de hacer desaparecer personas. Y como escribí la semana pasada, implica “desaparecer al desaparecido” justamente para que el sujeto político no advenga. Y quede en el insoportable reduccionismo de una manta.
Por eso creo que debemos, si queremos, elogiar al mantero. Y no hay mayor elogio que pensarlo como sujeto político y no como mero utilizador de una manta.
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