Elías

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Por Claudia Rafael

(APe).- La noche suele ser peor porque hay que quedarse quieto. Ni correr ni saltar con las piernas abiertas para ver si bailotea la tierra del piso. A la noche hay que dormir. Taparse hasta la nariz para que el frío que se cuela por la rajadura esquinera -la que su madre intentó neutralizar con bollos de noticias viejas- no le hiele la frente. Cuando el sueño no viene mira la humedad del techo cruzado por tirantes que lo sostienen. Las manchas son el cuento que no le cuentan para dormir. Ahora son duendes altibajos. En cinco minutos, un ejército godo. Al rato, un león acechando a una cigüeña.

 

El problema es la tos. Que no se va nunca. “Ese catarro”, le dice la madre. Y la frazada, testigo inerme, va soltando hilachas a medida que los días y los meses pasan.

La historia de Elías, que alguna vez garabateó que el sueño más grande en la vida era “tener una casa con baño adentro”, es la de millones de rostros anónimos. Escritos con dolor en cada uno de los vericuetos de un país que dice festejarse libre de todo coloniaje. Rompedor de cadenas. Oíd mortales el llanto de los Elías de cabellos revueltos cuando las noches no tienen más que un matecocido aguachento.

La última encuesta de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina desnuda que, al menos, el 36 por ciento de las viviendas no tiene cloacas. Que el 20 por ciento no tiene acceso a las redes de gas. Que el 21 por ciento no tiene calles con pavimento y que el 27 por ciento vive en terrenos o calles inundables. Y la vida suele hundirse demasiadas veces en el fango.

Lejos, muy lejos de los senderos perdidos de oropeles y gloria Argentina festeja sus 200 años. Ajena a aquella independencia social, económica y política que buscaban los antiguos hacedores de la América Latina grande y profunda que murieron mayoritariamente asesinados o exiliados. Con la utopía deshaciéndose en pedazos.

La encuesta puso la mirada sobre la Argentina urbana actual en la que el 12 por ciento de los hogares y el 17 por ciento de la población viven en una casa a la que llaman “irregular”. Esa irregularidad manifiesta se traduce como vivienda en villa miseria, asentamiento popular sin regularización, ocupación de hecho de casas o edificios, conventillo u hotel de pensión pública.

Argentina contradictoria si las hay. Pujante y rica para algunos pocos. Paradójica y marginal para millones. Esta situación -dice el informe- es explicable “en el contexto de condiciones estructurales de pobreza y de ausencia de un plan real de construcción de viviendas populares para los sectores marginados”.

Desde 2003 a la fecha -sigue el estudio- “mejoró de manera significativa el porcentajes de hogares urbanos con acceso a agua corriente, red de gas, desagües pluviales, cloacas y calles pavimentadas, al mismo tiempo, casi sin variaciones, el 11% de los hogares no cuenta con un baño con retrete con descargada de agua, un 12% sufre hacinamiento (3 o más personas por dormitorio), un 16% experimenta riesgo alimentario (estimado en un 11% a partir de la Asignación Universal por Hijo), el 22% sufre de exclusión laboral severa (trabajos informales de indigencia o desempleo abierto), el 24% sufre riesgo de alto malestar psicológico y el 27% no logra tener un proyecto más allá del día a día”.

Hay vidas jugadas en cada percentil. Hay pibes arrastrados por ríos enteros de inequidad. La exclusión marca muerte y define territorios. Las estructuras habitacionales endebles y carentes de servicios abonan enfermedades transmitidas por el agua contaminada. Bebés y chicos pequeños suelen ser la presa preferida de las patologías infectocontagiosas.

La Argentina reluciente en contradicciones a los 200 años de su nacimiento, mira atónita cómo casi una de cada tres familias “resulta al menos prescindible a nivel económico y social”.

Desechables, prescindibles, eliminables. Una de cada tres familias. La tercera parte del total de las familias del país es considerada por el sistema como innecesaria. Ajena a los designios de una patria de utopías.

Mientras tanto, Elías se sigue durmiendo con la frazada deshilachada hasta la nariz. El frío se cuela. Pero también los brazos usurpadores de vida que lo consideran desechable.

Edición: 1816


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