El veneno según Frei Betto

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Por Sandra Russo

(APE).- En el inicio de su gobierno, Lula le dio a elegir, pero él no quiso ser ni ministro ni funcionario. Eligió ser uno de los impulsores del programa Hambre Cero como un simple militante, pero claro que es mucho más que eso. De pasado franciscano, íntimamente ligado a la creación de la Teología de la Liberación, autor de más de cincuenta libros, pensador avezado de problemas sociales, Frei Betto, que de él se trata, apuntó, en la elección de su papel junto a Lula, a una de las heridas más grandes de Brasil, que involucra a 45 millones de personas.

Fueron meses agitados y de expectativas enormes, en el que el programa estrella de Lula parecía que iba a marcar un antes y un después en el flagelo que azota a Brasil, pero en noviembre, Frei Betto hizo público su deseo de renunciar al Programa Hambre Cero para seguir, simplemente, como asesor personal del presidente brasileño. Ese gesto hizo sospechar lo que otras sociedades latinoamericanas experimentan al mismo tiempo. Ni gobiernos bienintencionados ni mentes y espíritus brillantes y dispuestos son capaces de desarmar la atroz ingeniería del hambre. Frei Betto no fue más allá en sus explicaciones. Pero ese paso al costado deja colgando la idea de que los respectivos gobiernos no implican necesariamente el poder: la inequidad está anclada en lo profundo, allí donde sólo llega el bisturí del poder real, dispuesto a chocar contra otros poderes.

Que Betto haya dirigido claramente sus actos contra el hambre en su momento sí tuvo fundamentos que se explicitaron: “Mucha gente piensa que son tres las causas principales de muertes en el mundo: la guerra, el terrorismo y el SIDA. ¡No es para nada verdad! Lo que más mata es el hambre. 842 millones de seres humanos viven en situación de desnutrición crónica. Las estadísticas hablan de 100 mil muertes diarias por esa causa, de las cuales 30 mil son niños en edades que oscilan entre los 0 y 5 años. ¡Varias Torres Gemelas cada día!”, supo decir, al borde de una metáfora que no llega a serlo: las muertes son muertes sin más, podría pensarse, pero todos sabemos que no es así. Hay muertes jerarquizadas y muertes desjerarquizadas. Las del hambre “son muertes anónimas, nadie las llora, pocos se indignan, no hay monumentos con sus nombres”, dijo Frei Betto.

Este hombre que reservó para sí una concepción del mundo y de las relaciones sociales bañada en espiritualidad más que en dogma religioso, de lo que habla es de valores. Hay un valor incrustado en las cabezas de todos los que presenciamos sin atontarnos ni responsabilizarnos el cotidiano espectáculo del hambre. Un valor que nos inferioriza como seres atentos al prójimo. Un valor negativo tan naturalizado que ya forma parte del paisaje. En el punto en el que las culpas políticas se entrelazan con la tolerancia general: no es casual que el programa Tolerancia Cero haya surgido en Nueva York para arrasar con la delincuencia y hoy se lo pretenda importar desde estas sociedades latinoamericanas, y que, en cambio, esa misma Tolerancia Cero no haya surgido nunca ante desastres como el hambre. “Cada pueblo tiene el desgobierno que se merece (...). En esta sociedad, se relativiza y se carnavaliza hasta la tragedia humana. No se culpe indagando en dónde falló usted como profesor o como padre. Pregúntese por los valores de la sociedad en la que vive. ¿En qué medida tales valores, invertidos y pervertidos, no se posesionan también de nuestras cabezas, envenenándonos el alma?”, se preguntó Frei Betto. La indiferencia es el veneno.

 


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