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Por Néstor Sappietro
(APe).- Todos, alguna vez, de pibes, hicimos conjeturas acerca de nuestro futuro “¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?” era la pregunta obligada; la respuesta tenía pocas variaciones: jugador de fútbol (lo más deseado), ingeniero, médico, mecánico y nunca faltaba el delirante que quería ser astronauta...
Ninguno tenía entre sus sueños buscar cartones en medio de la basura.
Nadie soñaba deambular por la ciudad acarreando junto a los cartones la discriminación, la sospecha y el maltrato de una sociedad que cae subyugada ante los cretinos que suelen andar camuflados de fina traza.
Los cartoneros apoyan el pie justo ahí, donde se encuentra el último escalón del mercado laboral. Su dignidad se aferra desesperadamente a ese último escalón que les permite vivir en la legalidad, gambetear la malaria y poblar a duras penas la mesa familiar... Sin embargo, una y otra vez, son corridos, empujados al abismo que queda justo debajo de ese último escalón.
En diciembre del año pasado dejó de funcionar el Tren Blanco con el que los cartoneros viajaban del conurbano bonaerense a la capital. La decisión correspondió a la empresa Trenes de Buenos Aires y se alegó “una cuestión de seguridad”. La situación obligó a cientos de hombres, mujeres y niños a abandonar sus viviendas en el Gran Buenos Aires, ya que no podían costear los pasajes de ida y vuelta día a día, e instalarse en distintos barrios porteños como Belgrano y Saavedra. Allí acamparon en plazas y veredas que bordean las vías... Uno de esos sitios, como una burla del destino, fue la intersección de La Pampa y la vía.
Entonces, se produjo la airada reacción de los vecinos que indignados ante tanta pobreza comenzaron a juntar firmas. La presencia de los cartoneros en el lugar afectaba la actividad comercial de la zona. Ninguno de ellos tuvo en cuenta que la actividad comercial de los cartoneros había sido cercenada cuando se decidió que deje de circular el Tren Blanco. Los testimonios de los habitantes de la zona tienen el gusto amargo que deja la intolerancia y el desinterés por el prójimo: "Los clientes ya no vienen", opinó Gastón, que tiene una florería a metros de los cartoneros, y se pregunta "¿quién quiere comprar una flor al lado de esos carros?"; Leonor, que vive al lado de uno de los asentamientos, afirmó: "¡Es un horror! Yo me asomo al balcón y los veo, y la verdad es que es muy insalubre, además hay chicos jugando entre la suciedad".
Finalmente ante las muestras de “solidaridad” exhibida por los vecinos, se acordó con las autoridades el “despeje de los espacios públicos” y el traslado de sus carros en camión. Sin embargo, Alicia Montoya, vocera de los cartoneros lo toma como una salida momentánea para poder seguir trabajando: “El sistema de los camiones va a colapsar porque la recolección del día desborda la capacidad que puedan tener los camiones, que tienen que ser muchos más que los 10 que aportó la Secretaría de Transporte”.
Lucía, cartonera, señala que cada noche llega un vehículo “de hacienda, para vacas", para transportarlos hacia el conurbano, con la promesa de traerlos de vuelta a la mañana siguiente, pero "los camiones nunca vuelven, las familias que ya no están se fueron en ellos”. Por esa razón, sostiene Lucía que, "la idea es sacarnos de Capital Federal”. En 2007 se registró un aumento en un ciento por ciento de la cantidad de personas que cartonean en las calles porteñas.
Miles de personas castigadas con la exclusión no piden más que la vuelta del Tren Blanco. No parece demasiado. Están pidiendo la posibilidad de sobrevivir. Suena a poco. Si pensamos en los sueños de la infancia, es casi nada. La vuelta del Tren Blanco, y la dignidad aferrada al último escalón.
Fuentes de datos: La Nación 19-1-08 / Infobae 23-1- 08 / Página12 - 20 y 24-1- 08 / Clarín 19 y 23 -1- 08 / APe 19- 7-07
Edición: 1194
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