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Por Silvana Melo
(APe).- Dos días lloviendo sin parar. La primavera tiene esa inestabilidad emocional de quien llueve y sale el sol según se levante ese día. Para la gente que intenta tener un pedacito de tierra en Guernica, una baldosa donde alzar tres chapas y una cortina de nylon con pretensión y sueño de vivienda, esa primavera parece aliarse con los dueños de los countries, los poderes judicial y político y el canto brutal de la derecha que los quiere ver barridos de la humilde tierrita prometida.
El temporal del fin de semana desnudó la desgracia de la toma. Terrenos ubicados en el trasero del mundo, sin luz –la misma que les quería cortar Massa, Arieto y la intendenta de Presidente Perón-, sin agua, sin un techo que frene el diluvio, sin nada que caliente el feroz frío de la noche. Dos mil familias que no tienen dónde vivir, que no tienen dónde ir, que no tienen donde caerse muertos con sus huesos calados, cuando sientan que se mueren. Que irán a parar a las calles y debajo de los puentes. Tres mil niños descalzos, con las única zapatillas empapadas, con el alimento que les trajeron en los bolsones típicos del estado (fideos, polenta y arroz) definitivamente inutilizados por el barro y el agua. Tres mil pibes sometidos al martirio de la injusticia, de la desigualdad más extrema. Mientras los poderes políticos se disputan el destino de tres jueces que no conocen ni le importan a la mayoría de los mortales que todos los días tratan de esquivar el covid, sobrevivir sin nada, superar una angustia pesada cada amanecer y salvar aunque sea una parte del colchón a la luz de un rayo a las tres de la mañana.
Nadie elige vivir en las tierras hostiles de Guernica. Nadie puede elegir armar tres cartones con una silla de plástico bajo el cemento monstruoso de la autopista. Nadie abandona su buen vivir para levantar tres maderas en medio de los charcos, en terrenos inundables, en suelos que se hunden a los pies. Como la mañana de los pobres, que sucumbe al peso de los cuerpos, al peso de la dignidad que se planta, al peso de los sueños que naufragan en cada chaparrón de primavera.
Dicen las mujeres de la toma: "La policía nos amedrenta, la justicia nos condena, la Intendenta Blanca Cantero nos ataca. La derecha nos criminaliza. Salen a movilizarse contra nuestro derecho a la vida digna, mientras defienden los intereses especulativos e inmobiliarios de unos pocos. Se ríen en la cara de nuestras necesidades. Quieren un mundo donde sólo tengan vivienda unos pocos, y donde los niños pobres no puedan tener un hogar. Nosotras rechazamos sus planes indignos. Hay mucha necesidad aquí que ninguno de quienes nos criminalizan y nos tratan de delincuentes podría aguantar (…). El gobierno nos da algunos bolsones de mercadería que no alcanzan y no llegan para todos, mientras nos dice que si no aceptamos condiciones que de ninguna manera resuelven nuestra situación de precariedad, nos van a desalojar”.
Mientras ellos, con el sol piadoso con que amaneció el lunes, desembarran sus cacharros y ponen la ropa a secar en el pasto, devastados y arrasados, los poderes del estado se juntan a discutir cómo y cuándo la bonaerense asumirá el juego que mejor juega y que más le gusta: echarlos a palos del único terrón que podían disputarle a las caras sin máscara del capitalismo.
Después seguirán sin casa, sin techo, sin puerta que cerrar para construir una pequeña intimidad. Y volverán a ser invisibles.
Edición: 4088
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