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Por Carlos del Frade
(APE).- Para los aymaras, hay un vínculo que atraviesa a todos los existentes. Le llaman sonco. Y hace que los seres humanos sepan algo más de la vida que los rodea. Una conexión vital al universo y entre los reinos animal, mineral y vegetal.
Cuando el sonco es desaparecido por la prepotencia de unos pocos, el cosmos se altera. La vida del universo resulta maltratada y el sentido de la existencia se pierde. Cuando el sonco es silenciado, sobrevienen tiempos de oscuridad para todos los reinos del planeta. No hay armonía y entonces empieza la pelea por sobrevivir hasta rescatar la unidad original con los distintos mundos que conviven entre sí.
Si el sonco es ninguneado, los seres humanos sufren y esperan cambiar, algún día, la pacha, la era cósmica. Así dicen las viejas sabidurías que algunos supieron escuchar y abrigar para que no se perdieran en tiempos de impunidad.
En la provincia de Jujuy, en tierras del viejo estado incaico del tawantisuyu, hay claras señales de la pérdida del contacto con el sonco, con la energía vital que recorre todas las cosas y seres del universo.
En aquellos tiempos previos a la llegada de los conquistadores, el estado incaico se hacía cargo de sostener todas las necesidades materiales de cada una de las familias que poblaban el tawantisuyu. A cada uno según su necesidad, dijeron las crónicas de los españoles que describieron aquel sistema político, económico y social.
Pero la llegada de Pizarro y compañía comenzó a destruir la unidad existencial entre todos los seres y cosas que habitaban el corazón del continente verde. El sonco usurpado, el sonco perdido, fue el resultado de décadas de ultraje, depredación y humillaciones. Y semejante pérdida llega al presente. El Grupo Indígena Kolla “Omallaguasol” constituido por 28 familias que integran las comunidades Agua Blanca, Soledad Ochanque, Mal Paso y Cuchillaco ubicadas a 23 kilómetros al Oeste de la ciudad de Humahuaca, sufren las consecuencias de una realidad hecha a imagen y semejanza de las peores pesadillas contrarias al sonco.
Las informaciones periodísticas dicen que de diecinueve niños que viven en la comunidad, tan solo seis asisten a la escuela primaria. Pero no es fácil llegar a ella. Está a tres horas de camino del lugar en donde sobreviven los descendientes de las familias originales. Los pibes tienen que salir a las cinco de la mañana para gambetear montañas y cerros de la puna jujeña.
La otra docena de chicos están exiliados del campo de la lectura. Son analfabetos y, al mismo tiempo, sufren distintos grados de desnutrición.
Hace rato que la comunidad kolla pidió una maestra para poder dictar clases en una casa vecina, “pero hasta el momento no se tuvo ningún resultado”, contó Albino Benicio, presidente de la Comisión de Aborígenes al periodismo regional.
Tampoco hay sala de primeros auxilios ni enfermeros. Una sola vez al año reciben la vista de un médico y las mujeres embarazadas tienen que caminar todo el día para ser atendidas en la ciudad de Humahuaca a la que es una odisea llegar porque no existen caminos directos.
“Nuestra gente trabaja en agricultura, ganadería caprina y algunos en artesanías, pero ello no es suficiente para satisfacer las necesidades básicas. Necesitamos urgente un camino que permita el acceso y la comunicación con los centros más poblados”, dice una de las tantas notas enviadas a la ministra de Desarrollo Social de la Nación, Alicia Kirchner.
Funciona un comedor asistido por la Iglesia donde comen once chicos y dos ancianos y el agua llegó gracias al dinero invertido por un proyecto financiado desde las Islas Canarias. Los kollas pusieron la fuerza de trabajo y el material vino de Europa. Todo un símbolo de la construcción de soledad que fabrican todos los días los gobernantes más cercanos.
Fuente de datos: Copenoa Agencia de Noticias del Norte Argentino 28-07-05
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