El sentido común de un juez

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Por Carlos del Frade

(APE).- María Isabel, de once años; Axel, de nueve; Jonatan, de cinco y Bruno, de tres; caminaban sin horizonte un sábado por la tarde en la zona del coqueto Parque Independencia, de la ciudad de Rosario. Estaban descalzos, sucios y con mucho hambre.

 

Vanina y Gustavo, un matrimonio que los vio, tuvo la idea de llevárselos a su casa para bañarlos y cambiarlos. Pero primero decidieron avisar a la policía.

Una postal injusta en una geografía que fuera catalogada como la Barcelona de Sudamérica en las jornadas del Congreso de la Lengua.

Una postal repetida y naturalizada.

La consecuencia fue que los chicos fueron derivados a la comisaría de menores.

-Me pasé toda la noche llorando, yo no sabía que iban a dormir en un calabozo o algo así, la verdad es que solamente quería que estuvieran un poco mejor -dijo la mujer que intenta empatarle al fin de mes haciendo trabajos domésticos. Su marido es empleado del Correo Argentino.

No les sobra nada, pero sintieron que le podían dar algo a los cuatro pibes errantes del parque Independencia.

Sintieron necesidad de abrazar a los pibes.

El estado, los estados, mientras tanto, estaban en otra cosa.

Mirando para otro lado.

Sin embargo, el juez de menores, Jorge Zaldarriaga, decidió devolver los chicos a su familia. Y dio razones. Razones de un sentido común que no abunda en estos arrabales arrasados por el robo impune.

-La pobreza no se judicializa -dijo el magistrado- Creo que todos los actos de la solidaridad humana son positivos, nos rescatan como personas y como sociedad. Después de esa solidaridad de emergencia vienen las segundas intenciones y ahí empiezan los disensos -agregó en declaraciones periodísticas.

“¿Se quiere mostrar que el Estado llega mal, tarde o nunca a todo lo que debería? Es correcto, tanto en materia de menores transgresores como en situación de abandono”, apuntó Zaldarriaga.

Explicó que cuando citaron a los padres de los chicos descubrieron lo obvio: “un estado de pobreza estructural, de marginalidad, de indefensión económica total. Un estado para el que todavía no hay una propuesta de cambio rápido. Pero los chicos están bien de salud, no están desnutridos y tienen una psiquis normal. Subsisten en la calle como pueden, no trabajan porque la Organización Internacional del Trabajo no reconoce lo que hacen como trabajo. Como los padres no les pueden dar medios económicos muchas veces estos niños son proveedores y alimentan a los mayores. Es otro desfasaje de la sociedad”, afirmó el juez.

Terminó diciendo que “hay una estigmatización de la pobreza en todos los sentidos. Pero el Código de Procedimientos de Menores dice en su artículo cuarto que la pobreza no se judicializa. Parece demagógico pero es la verdad: no podemos judicializar lo que aparece defectuoso por pobreza, por falta de medios. Hay que respetar el orden familiar si es adecuado antropológicamente al sector social, porque hay diferencias entre las clases culturales y económicas sobre cómo concebir y transferir afecto, cómo constituirse en sujeto”, sostuvo con sentido común.

Un sentido común ausente en otros organismos y reparticiones oficiales.

Los cuatro pibes errantes del Parque Independencia de Rosario forman parte de un universo de casi ciento treinta mil chicos empobrecidos en la segunda ciudad de la Argentina.

Pibes que no encuentran destino ni tampoco sentido. Aunque a veces pueden toparse con una familia y un juez que expresan algo de esos sentimientos que hace rato no están entre los que multiplican la pobreza y los pibes errantes.

Fuente de datos: Diarios El Litoral - Santa Fe y La Capital - Rosario 01-08-05 y El Ciudadano - Rosario 09-08-05

 


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