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Por Alfredo Grande
(APe).- John William Cooke acuñó la célebra frase: “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”. Los trabajadores empezaron a tener derechos porque previamente podían ejercerlos. Los derechos civiles, políticos, sociales y económicos no se tienen: se ejercen. Y solamente su ejercicio acredita su tenencia.
Los derechos no son abstracciones sino materialidades. Y la materialidad implica que haya condiciones objetivas. Por ejemplo: no hay derecho a comer si no tenemos comida. O peor aún: hay derecho pero en abstracto. Con lo cual las almas bellas quedan anestesiadas y las víctimas sufren en el cruel silencio de la indiferencia burocratizada. Si no se puede hacer huelga, no hay derecho a la huelga al no poder ejercerla. De hecho y de derecho, la constitución del año 1949, derogada por la Contrarevolución Fusiladora, y nunca más recuperada, ni siquiera en el verano camporista, (1973-1973) no incluía el derecho de huelga.
“La huelga es el hecho maldito del país peronista”. La huelga no supera la contradicción capital trabajo que, para la mirada y escucha marxista, no es conciliable. Sin embargo, logra algo devastador.
La huelga transforma esa contradicción en una paradoja. Y como toda paradoja, paraliza. Y enfurece. Lastima. Enloquece. “¿A quién querés más? ¿a tu papá o a tu mamá?” me preguntaba una de las tantas tías locas que estropearon mi infancia. La huelga perfora el fundante político, ideológico y doctrinario de la “columna vertebral”. Una columna vertebral en huelga logra que el cuerpo de desparrame. Obviamente: hay columnas vertebrales que son más columnas que otras.
El ministro Otero, cacique entronizado por Lopez Rega, dijo refiriéndose a la Juventud Trabajadora Peronista: “Tienen algo de juventud, poco de trabajadora y nada de peronista”. La columna vertebral peronista puede balancearse pero nunca inclinarse a la izquierda. Ni siquiera, por las dudas, al centro izquierda.
Nunca el kirchnerismo le dio personería jurídica a la CTA. Hasta que logró dividirla. La izquierda peronista siempre fue marginal a los concentrados grupos de poder partidario. Para lograr eso, la triple A fue una Alianza Anticomunista y también, ya que estamos, anti izquierda peronista.
Mucha sangre costó reconocer que los melones no se acomodan solos. Los melones grandes aplastan a los meloncitos, y luego del viaje no pocos quedan convertidos en puré y jugo de melón. La masacre de Ezeiza tiene mucho que ver con esta cruzada para mantener a la columna vertebral en el centro…centro. Fue necesario el inolvidable “rodrigazo” para que la CGT de Casildo Herreras, aquel que luego se borró, le hiciera una huelga a María Estela Martínez de Perón.
La huelga ferroviaria del año 1950 resultaba inconcebible. ¿Hacerle una huelga a Perón? Muchos obreros no estaban demasiado seguros de que todos unidos triunfaremos. La movilización militar terminó con la resistencia de los mas díscolos. Mas allá o mejor dicho, más acá del análisis político, lo que resultaba intolerable, y Evita lo dijo con todo rigor, era hacerle una huelga a Perón. Por eso digo que es el hecho maldito del país peronista.
La constitución de 1949, que construye una legislación laboral de protección a los trabajadores, tiene su talón de Aquiles: el tabú de la huelga. Los mismos que la convocan, tiemblan.
La CGT desafió al poder militar genocida en Plaza de Mayo pero duda de organizar en estos tiempos un paro activo con movilización. La huelga tabú coloca a quienes la organizan al este de todos los paraísos. De columna vertebral, movimiento obrero organizado, a oligarcas, traidores, vendepatrias. Una aristocracia obrera que apenas representa, y ni siquiera, al 10% de los trabajadores. Incluso los datos del propio Indec Intervenido son omitidos. Gustavo Robles acerca datos contundentes: Según el Indec, en su último informe, que surge de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del último Trimestre del 2014: El 90% de los asalariados en Argentina cobra por debajo de $10.240; el 80%, por debajo de $7.998; el 70%, por debajo de $6.559 ; el 60% de los trabajadores tiene ingresos por debajo de los $5439; el 50% de los asalariados en este país gana por debajo de $4388; el 10% que más gana, se lleva el 30% de la renta salarial, mientras el 10% más pobre, sólo el 1,4%. La presidenta que en el Consejo del Salario, frente a los sindicalistas lacayos y entregadores de su clase, dijo muy suelta de cuerpo que “el salario, por definición, nunca va a ser suficiente. Si el salario fuese suficiente, dejarían de ser obreros para pasar a ser patrones”.
La pregunta que cae de inmaduro es: ¿suficiente para qué? Frente al festival del mega consumo, el salario tiene que ser suficiente para afrontar las 12 cuotas, más los fines de semana largo, más las cuotas de los privados (colegios, medicina “pre paga”) y muy especialmente, suficiente para seguir tributando el enemigo invisible denominado IVA.
Confiscatorio e inequitativo 22% inmóvil. Cuando los obreros del sindicato Sitrac Sitram de Córdoba iniciaron la huelga que luego terminara en el Cordobazo, ya se decía que eran los trabajadores mejores pagos. Para la burguesía que sólo se mueve al ritmo de su corazón contable, esto no es comprensible.
Pero para poder pensar, para poder luchar, para tener el coraje de soñar otros mundos posibles y probables, la panza tiene que estar llena y el corazón contento.
La economía de penuria, la miseria subsidiada, las asignaciones masificadas, permiten muchas cosas menos desarrollar pensamiento y acción crítica contra el orden burgués, explotador y corrupto. Por eso la huelga, cualquier huelga, deberá ser liderada por aquellos que no tienen pactos perversos con el poder.
Nuestra tragedia es que muchos de los que ahora lideran las huelgas tuvieron pactos perversos con varios poderes y los tendrán con otros. Un Agustín Tosco ha sido una excepción que no pudo interpelar la regla. Lo que me parece importante de señalar es que la huelga no es atacada por quienes la convocan. No es atacada por los objetivos que pretende. No es atacada por los supuestos daños que puede generar.
El kircherismo ataca la huelga porque pretende administrar una herencia que no es suya. Lo sabe y entonces sobreactúa el rol y se enoja, y ofende más de lo necesario. Los trabajadores no podían hacerle una huelga a Perón. Los trabajadores no podían hacerle una huelga al primer trabajador. Pero la hicieron. Y a pesar de las dirigencias corruptas y oportunistas, no más ni menos que las dirigencias políticas y empresariales que se reparten la riqueza de nuestra Argentina, los trabajadores organizados como clase, más temprano que tarde, volverán a cantar: “a la huelga compañeros, no vayan a trabajar, deja quieta la herramienta, que es la hora de luchar”.
Edición: 2888
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