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Por Fernando Fernández Herrero (*)
(APe).- El pibe del alto me mira esquivo, tiene los ojos vidriosos, “consumo problemático” es la nueva etiqueta, eufemismo para definir alcohol, marihuana, cocaína, pastillas, y otras cosas, todas formas de escaparse un poco.
Tiene la ropa cara y sucia, las zapatillas son siempre importantes, tal vez para correr más rápido, como corrió esa vez después de enfrentarse duramente al padre que como muchas noches llegó borracho a pegarle a la madre que también había tomado, después el padre y la madre estaban enojados con él, nunca entendió bien eso, pero empezó a estar más en la calle que tiene códigos más claros, a la casa ya vuelve poco, y esos días siempre toma.
Hay otro pibe al lado del primero, éste siempre tiene el celular tocando cumbia, mueve la cabeza de arriba a abajo siguiendo el ritmo, la mirada vidriosa una vez más como en casi todos, siempre mira para abajo, quizás tratando que la imagen de su hermano colgado se le desprenda por fin de los ojos por simple gravedad y lo deje tranquilo, era muy chico cuando lo encontró suicidado en la casilla del alto, “estaba repasado y no aguantó más” me contó una vez, “después de eso me fumé todo , hasta yerba usada, no sabés como te hace doler la cabeza”, ¿y entonces para qué lo hacías? Le pregunto entendiendo antes de terminar de hablar lo estúpido de mi pregunta, me mira, se calla indulgente, vuelve a bajar la cabeza, ladran unos perros por allá, vuela mucha tierra, siempre vuela mucha tierra en esta época del viento.
Otro pibe que está inquieto, mueve mucho las piernas, coletazos de otro consumo problemático más problemático, éste se hizo literalmente en la calle, la madre lo parió a los 14 y a los pocos años se fue con otro hombre, quedó solo el pibe del alto, en pata, chiquito con mocos permanentes, de acá para allá pidiendo algo para comer, o buscando en el basurero en las épocas que no pegaban por ir a escarbar, también chiquito aprendió a robar, empuñó un arma antes de los 12, las escuelas se lo fueron sacando de encima una a una, algunas personas empezaron a ayudar, ropa, un poco de comida, una palmada, una casillita de cartón en un fondo, alguna pobre ayuda estatal, increíblemente hoy es un hombre muy bueno, debería ser todavía un pibe pero ya es un hombre que changuea, de repente se le escapa un chiste pavo y se ríe a carcajadas, es un pibe, no sabe que es un héroe.
El pibe callado de más allá tiene marcas en el cuerpo, él no cuenta mucho pero los amigos van completando con frases cortas la historia, unos años atrás estaba metido hasta el cuello, le debía mucho al transa del barrio, un día lo paró la policía, creyó que como tantas veces solo lo hostigaban por ser un pibe del alto vestido de pibe del alto, pero no, esta vez lo subieron al coche, lo apuntaron, y le dijeron que lo iban a ayudar a devolver lo que debía, solo tenía que estar en la esquina indicada a la hora indicada, lo llevarían a otro lugar de la ciudad para robar unas casa grandes, le explicaron que evidentemente no debía preocuparse por la policía, después lo pasarían a buscar y con lo logrado iría pagando la deuda de a poco. Las marcas son de cuando dijo que no lo quería hacer más.
Los pibes reunidos cuentan historias del fin de semana, en casi todas descontrolan por los “consumos problemáticos”, las cosas que hacen en ese estado son motivo de largas risas, muchas veces las historias incluyen peleas, con puños, con facas, con armas, hay muchas armas en los barrios, se consiguen baratas. Naturalizaron hace rato el estado de violencia que los rodea. Eso es la vida, hay que adaptarse.
El último pibe tiene 6 hermanos, casi todos de distinto padre, él nunca conoció al suyo ni le interesa, dice él. La madre es prostituta, hace lo que puede, él tiene que ayudar, y ayuda, consigue dinero que no es de él. A una pregunta que pretendía orientación vocacional sobre como se veía a sí mismo en unos años me contestó: “en el penal, ¿en dónde más?”. Es muy bueno, pero siempre agrede, saluda con una amenaza, da miedo, pero que no vaya a ver a alguien agrediendo a algún compañero más débil porque se pudre todo.
Hay otros pibes, hay muchos pibes, cientos de pibes solos que se juntan por ahí, casi ninguno tomó la leche con galletitas sobre una mesa con mantel de tela con flores mientras miraba los dibujitos después de hacer la tarea con la ayuda de la mamá, casi ninguno pudo grabar a fuego para su futuro la imagen de su padre llegando del trabajo agotado, protestando por algo, pero con la autoestima bien alta por la satisfacción interna de mantener una familia dignamente, casi ninguno tuvo abuelos que los acariciaran y los malcriaran llevándolos a la calesita, no hay calesita, no saben qué es, a casi ninguno la abuela le planchó la cama en invierno para que estuviera calentita como abrazo que dura, ni jugó con sus hermanos en un patio inexpugnable a cualquier riesgo, ni le sostuvo la bicicleta su papá mientras aprendía a hacer equilibrio. Son pibes, son de los barrios, se pelean entre ellos, hacen lo que pueden, no hay escuela, no hay trabajo, no hay gimnasio, sólo queda ir!
Sólo queda ir viendo qué pinta, a veces pinta mal, por eso hay que tener buenas zapatillas.
(*) Colaboración especial desde Bariloche.
Edición: 2580
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