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Por Silvana Melo
(APe).- Y entonces el país se va volviendo un páramo, vacío de almas y habilitado para la conquista. Ese que habitan a escondidas nuestros niños y en el que crecerán, solapados y mal nutridos, para no fastidiar el camino triunfal de los conquistadores. Los que vuelven al desierto (poblado de millones de nadies) para apropiarse del vientre de la tierra.
La mística festividad eleccionaria del domingo dejó en claro que las urnas no son herramientas de transformación sino de fraude emocional en tiempos de manipulación digital, informativa y de falsa inteligencia. Nadie puede, en una situación de estabilidad afectiva colectiva votar masivamente al verdugo que golpea a los jubilados, abandona a los discapacitados, saquea a los pobres para engordar el patrimonio de los poderosos y tiene como objetivo cerrar el hospital pediátrico y las universidades públicas, entre otras violencias.
Ahora el mal está hecho. El país ya no es un país sino un estado asociado más de la potencia imperial que, dicen, el argentino medio detesta. Información antigua: la sociedad cambió. Y por no tomar nota de ésta y otras tantas modificaciones a través de los tiempos, la mediocridad dirigencial pretendidamente opositora (que asfaltó caminos para este espanto) no leyó lo que está escrito en la carne, el hueso y el alma de la sociedad.
Ahora el país es una zona de sacrificio puesta a manos del mejor postor. En su momento China, ahora Estados Unidos con el desparpajo y la procacidad de quien prostituye, de quien compra el cuerpo que usará hasta agotarlo.
El emperador norteamericano invadió y ultrajó al país en plena campaña. El responsable del país aceptó el ultraje en silencio y gozosamente humillado.
El futuro que habitarán nuestros niños estará alfombrado de una deuda inmensa y de un desierto plagado de sismos producidos por el fracking, de millones de litros de agua dulce consumidos por la megaminería contaminante que se llevará del país el oro, el cobre, el litio y los minerales raros que ávidamente buscan los emperadores. Y del mismo desierto con el viento, el frío, la tierra y el agua puestas al servicio de Open AI, los galpones donde se cocina la inteligencia artificial.
Zona de sacrificio donde buscarán crecer nuestros pibes en pequeñas parcelas de libertad que deberemos construir. Pero de la libertad aquella por la que se ha luchado un siglo o dos, la de cadenas rotas, la de la alegría e independencia de los pueblos. No la de la libertad de mercado. No la de la libertad de los traders para llevarse miles y miles de millones de dólares de reservas del Central que podían salvar universidades, hospitales pediátricos, barrios populares y coberturas humanas para la discapacidad.
Los pibes y las pibas sabrán que hace décadas que se vino construyendo la precarización y la destrucción del trabajo genuino. Hoy, que la boleta única legitimó, entre otras infamias, una reforma laboral brutal, habrá una jornada de unas 13 horas de trabajo legalizada. Un ataque al mínimo grupo de trabajadores registrados, protegidos por sus sindicatos de base y abandonados sistemáticamente por la CGT. El resto –entre los que fatigan centenares de miles de pibes y pibas- trabajan 14 horas por día sin franco ni vacaciones ni protección ni obra social. Y si se lastiman no cobran.
Un país zona de sacrificio donde nuestros pibes deberán comenzar a elegir en quién y en qué creer. Con la libertad que deberán construirse ellos mismos, sujetos políticos de su propia historia. Ya convencidos de que las dirigencias sindicales y partidarias antiguas no los contienen, no los suman a sus agendas, los consideran parte del vacío del desierto. Como los conquistadores.
Habrá que construir otro país donde los sectores populares puedan mirarse en espejos de humanidad y no de perversidad a la hora de decidir liderazgos. Otro país donde los chicos y las chicas estén convencidos de que a la injusticia se la enfrenta con todos.
Otro país.
Como quería Alberto Morlachetti, una nueva sociabilidad humana.
Donde no seamos desierto.
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Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte