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Por Alfredo Grande
(APe).- No hay una batalla cultural. Hay batallas culturales. Una es la que hoy es hegemónica. La batalla cultural de la cultura represora contra toda otra cultura que pretenda, intente, organice, cualquier acción que la cuestione y/o interpele. Esta batalla tiene distintos recursos, todos sinérgicos.
Represión policial, masacres selectivas, ignorancia absoluta de todas las alarmas ambientales, destrucción sistemática de colectivos y organización que pretenden alguna forma de bien común. Obviamente no es lo mismo la destrucción del Estado que la construcción de un Estado portátil y represor. Nuestro Presidente (escribo nuestro y mis dedos parecen garrotes) no es un topo. En el mejor de los casos, que no significa que sea bueno, es un castor que supera al que robaba para la corona. Supera porque piensa y siente que la Corona es él, que el Estado es Él. No diré que está en situación de corona, porque si está es porque es.
Un Estado portátil y represor. He aquí su batalla cultural represora. Pero al igual que si hay una historia oficial es porque debe haber otras historias, quien quiera oír que oiga. Si hay una batalla cultural oficial y represora, hay otras batallas culturales. Hay verdades que no se miden en votos. La cantidad no siempre da cuenta de la calidad, de la misma manera que la legalidad no siempre, y diría casi nunca, da cuenta de la legitimidad.
La batalla cultural por la liberación es trans-generacional. Por lo tanto, no hay, al decir de Gregorio Baremblitt, una victoria final, sino una victoria sin final. O sea, la batalla cultural por la liberación es una batalla cultural permanente. Ni sabemos cuándo empezó, pero sí sabemos que no terminará. Justamente porque la batalla cultural represora tampoco terminará, al menos en los tiempos históricos que podemos abarcar. Y en esa batalla cultural por la liberación, la lucha por el sentido de cada palabra es fundante. Hoy se habla pomposamente de que bajó el riesgo país. Un índice financiero, o sea, un índice no humano. La humanidad es una cosa y las finanzas son otras cosas. Y la humanidad nada sabe de finanzas. Me acuerdo de la famosa frase atribuida al General Perón: “¿Alguien vio un dólar?” En el capitalismo financiero la humanidad es apenas una molestia. Bajó el riesgo país, pero sigue subiendo el riesgo de vivir en el país.
No se trata ya del hambre, el crimen más cobarde y más impune. Ahora se trata de la planificación de la hambruna. La hambruna es una condición humana prolongada y generalizada de no consumir alimentos por largos periodos de tiempo, con graves consecuencias en la vida de los más vulnerables como son niños, mujeres, ancianos y personas con menores recursos. Por lo tanto, ante la hambruna planificada, el país del riesgo se ha instalado. Y ya no hay hipocresía como antes. Es el triunfo del cinismo. No solamente del gobierno de turno, sino de muchos que dicen combatirlo.
El país del riesgo es el país del no me acuerdo, como nos enseñara María Elena Walsh. El país del riesgo es un país sin memoria histórica, donde el alucinatorio politico social sigue trabajando para la corona, no importa quién se ponga esa corona. La dictadura militar nos regaló a Menem, y Menem nos regaló a Milei. Y hubo otros regalitos peores.
Este país del riesgo que sigue aumentando no admite que no cambiemos de remedio. Pero tampoco admite que olvidemos la enfermedad. Todas las enfermedades psico político sociales que hemos padecido y aún padecemos. La batalla cultural para la liberación es tan difícil como necesaria. Pero no es mera enunciación. Es un potente enunciado que debe acompañarse con actos. Incluso el acto combatiente de la Agencia de Noticias Pelota de Trapo.
Los muros del país del riesgo también caerán. Sólo espero estar para disfrutarlo.
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