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Por Sandra Russo
(APE).- 1975 es un año con muchos significados, algunos manifiestos, otros potenciales. En 1975 el país ardía, viciado de violencia política. Era, ese año, una víspera siniestra. La salvaje embestida de la dictadura contra los opositores, que provocó uno de los mayores genocidios de la historia contemporánea, bloqueó por varias décadas la otra embestida, la económica.
No se contradecían sino todo lo contrario: fueron perfectamente complementarias. Sin el golpe del 76 es difícil pensar en la década del 90 tal como la conocimos y la padecimos. El modelo económico de concentración de capitales que privilegió a la renta financiera por sobre el aparato productivo dio por resultado algunos datos de los que se infieren vidas deshechas. Un informe publicado por Médicos del Mundo Argentina indica que en la actualidad sólo un tercio de los argentinos puede ser considerado como sujetos portadores de derechos efectivos. Esto implica que hay país para la tercera parte de los habitantes de la Argentina. El resto es remanente de un modelo antiguo, aunque sean jóvenes.
En 1975, según ese mismo informe, la tasa de inversión en la economía local era un 23% mayor, los ingresos salariales eran un 52% más altos y la desocupación era seis veces menor. En ese país que ardía, la situación social era mucho más benéfica que la actual. En 1975, había clase media. Con ingresos promedio la gente mandaba a sus hijos a la escuela, llevaba una vida digna y no faltaba el plato de comida. El desempleo era coyuntural, no estructural, de modo que incluso aquellos que habían perdido su trabajo tenían la expectativa de encontrar otro.
Hoy, con el aparato productivo destruido, con la incesante transferencia de recursos al exterior, con fuga de capitales, con privatizaciones monopólicas, es decir, con el modelo neoliberal instalado en el tuétano de las relaciones productivas, aquel país que ardía parece un país mucho menos injusto que el que parió el modelo que inauguró Martínez de Hoz y prorrogaron luego ministro tras ministro de Economía, bajo la presión de los organismos financieros mundiales. En la década del 70, la población total de la Argentina trepaba a los 22 millones de habitantes, de los cuales 2 millones eran pobres. En la actualidad, sobre 37 millones, 20 son pobres. Hay que digerir esto. Es grueso. ¿Voy de nuevo? De 22 millones, 2 millones eran pobres. Hoy, de 37 millones, 20 millones son pobres. Eso es exactamente un modelo de exclusión: más para menos.
El informe recalca algo insoslayable: semejante desastre no hubiese podido ser llevado adelante sin el consentimiento de gran parte de la población, y para esto fueron necesarias una cantidad considerable de estrategias culturales que hicieron que mucha gente asimilara el neoliberalismo al progreso, el orden y el ingreso al primer mundo. O, en otras palabras, que el modelo, para entronizarse, necesitó generar millones de idiotas útiles.
Fuente de datos: Informe Médicos del Mundo Argentina (www.mdm.org.ar) Febrero 2004
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