El misterio de la felicidad socialista

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Por Alfredo Grande

Dedicado a Guillermo Olveira, que se murió de tristeza, cuando

arrasaron al Comité Capital del Partido Comunista.

(APe).- Alfredo Zitarrosa enseñó y muchos aprendimos que “dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes; él siente que el pueblo en su inmenso dolor hoy se niega a beber en la fuente clara del honor. Tú no pediste la guerra, madre tierra, yo lo sé”. Los mil valientes son un colectivo: es decir, un grupo con una estrategia de poder. La construcción colectiva es autogestiva. La forma fundante de lo democrático.

En el socialismo autogestionario hay lucha de clases pero no hay exterminio de clases. En la concepción reaccionaria de la vida, luchar es destruir. Más allá de la oda sarmientina, donde reza que “fue la lucha tu vida y tu elemento”, la liturgia burguesa abomina de toda lucha. Busca la paz, pero es una pax romana. La del conquistador que no quiere rebelión en los conquistados. La clase burguesa ha conquistado a la clase obrera por lo que llamo el beneficio secundario de todo sistema injusto. Las sobras del banquete, el despilfarro del consumo, bonificaciones de todo tipo y cada vez menos tamaño, son una forma de adoctrinar a los trabajadores de que otro mundo es posible, y que ese mundo es la clase media.

Si los proletarios del mundo se unen es apenas para disputar patrones de consumo y asociarse a los espectáculos del sistema desde populares o plateas de la tercera bandeja. Sin embargo, a pesar que el capitalismo ha comprado al socialismo real, hay cosas que no pueden comprarse con dinero. Hasta la tarjeta visa lo sabe. Tenemos varios mundos por fuera del lucro, del despilfarro, de la codicia, de la avaricia. En esos mundos, nadie reina. Se manda obedeciendo.
La ternura vence todos los días. Y el amor es más fuerte porque siempre está unido a la solidaridad militante. No vivo en ninguno de esos mundos, pero los conozco bien. Décadas de militancia social me han permitido construir una forma de profesionalidad donde, como enseña Barrios de Pie, mi mente piensa donde mis pies pisan. Y desde que pisé la Fundación Pelota de Trapo pude entender que la salud mental apenas es un tema de especialistas. Casi diría que no es un tema de especialistas. Es un tema de militantes. El socialismo, al menos tal como yo lo entiendo, no es solamente un modo de producción social.

Asimetrías

El socialismo es una forma colectiva de construcción de una nueva subjetividad, lo que alguna denominamos “el hombre nuevo”. Y lo nuevo de ese hombre y de esa mujer es el desalojo definitivo, la amputación y erradicación absoluta de toda marca jerárquica. De un dios, de un burócrata, de un dirigente. El socialismo necesita de asimetrías, de tal modo de cumplir que “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo”.
Las asimetrías son funciones, son desplazamientos, son potenciales que permiten el intercambio. Lo más importante: son cambiantes y variables. La fuerza va de abajo hacia arriba, de arriba a los costados, de los costados hacia abajo…Por eso la única autogestión es siempre colectiva. La asimetría no es la verticalidad jerárquica y tampoco la horizontalidad de la quietud permanente. La apelación constante a la horizontalidad, prolongadas en los tiempos insoportables de los asambleísmos estériles, siempre terminan en los zarpazos jerárquicos que suceden entre gallos y medianoches y no pocas veces entre gallinas y mediodías.
En el acta fundacional del Partido Socialista del 28 de junio de 1896 leemos: “el socialismo es la lucha por la defensa del pueblo trabajador que guiado por la ciencia, busca construir una nueva sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios de producción”. La clave es “propiedad colectiva”. Esto es lo que sigue haciendo palanca a todos y todas que hacen de la propiedad privada de las cosas, de las ideas, de las personas, la razón de su miserable vida. Y esta es la tragedia de los pueblos. Los dirigentes, más o menos eternizados, incluso aquellos que hacen buches con la participación y gárgaras con la horizontalidad, se apoderan de los colectivos como Menem de la Ferrari. “El partido es mío, mío, mío”. O sea: es mío y lo destruyo.
Enumero algunos pecados y el lector sabrá quién es el pecador. Frepu, Izquierda Unida, Autodeterminación y Libertad, Frente Amplio Progresista, Partido Comunista, Proyecto Sur, MAS, y obviamente me quedo muy corto. En mi último unipersonal, “Así no es la Vida” contaba que había sido tentado para una candidatura en el Frente Estrecho Progresista. Y remataba: “Me gusta esa gente, es criteriosa, para qué le van a poner amplio si igual se van a agarrar a patadas”.
Los trabajadores, los militantes sociales y políticos construyen sin prisa, sin pausa y con una obstinación digna de las mejores causas. Y siempre esas construcciones colectivas son pulverizadas por dirigencias alucinadas, ya que no iluminadas, y con un personalismo asesino.
Con palabras de Guillermo Amilcar Vergara: “Para acallar las quejas de ´los traicionados´, el poder transcurre en ´falsas dictaduras de los proletariados´...cuyo objeto material es la supresión de las voces justicieras y/o contestatarias...para eternizarse, en el poder”. Las jerarquías son eternas. Celestiales, terrenales, anónimas, con nombre propio, con apellido ajeno.

La jerarquía y el poder

El Poder es la jerarquía de todas las jerarquías. Y el Poder inventó al Estado Benefactor. Arbitro. Mediador. Componedor. Cuando afloja, las Tiranías ocupan su lugar un tiempo. No demasiado. 30 años de democracia, 7 años de tiranía. Repudiar la Tiranía es tan necesario como insuficente. Los 10 millones de pobres tienen que interpelar al Estado Benefactor. Que cambia de nombre, pero no de mañas. En la denominada corrupción estructural, la tiranía nos sopla en la nuca. Y en la frente. Por eso el socialismo abomina de toda jerarquía, porque es también el huevo de las serpientes de todas las tiranías.
Un colectivo que autogestione la vida toda, y que tenga dispositivos de autoanálisis permanente, que atraviese los mandatos de la familia para dar paso a los deseos de la familiaridad, que sepa de la alegría de consumir objetos pero repudie la manía de consumir consumo, donde nadie gane fortunas para ocuparse de la vida de los que ninguna fortuna tienen. La buena nueva es que eso existe. En dimensiones territoriales que no alcanzan a toda la república, pero que son antorchas que alumbran, aunque no deslumbran, los caminos del hombre nuevo. Por eso puse mis pies en la Fundación Pelota de Trapo. Y por creo, firmemente que en uno, dos, tres…muchos colectivos autogestionarios! El único misterio de la felicidad socialista.

Pinturas: El cuarto Estado, de Giuseppe Pellizza da Volpedo y The Phantom Cart, de Salvador Dalí

Edición: 2620


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