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La salud mental de cualquiera de nosotros y nosotras es importante. La de un presidente también. Por eso afirmo la importancia de diferenciar locura de psicosis. Loco es aquel que se desmarca del sentido común. Que arremete contra molinos de viento porque lo que importa son los molinos no el viento.
Por Alfredo Grande
(APe).- Decir debate es un poco exagerado. Un debate es algo muy serio, muy profundo y muy necesario. Un fuego cruzado de opiniones más o menos fundamentadas no alcanza el nivel de un debate. Es la misma diferencia entre un partido de fútbol con sus reglamentos y cuando jugamos a la pelota. Como dice el tango, “en tu esquina rea cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel”.
El cruce de opiniones más relevante es sobre la condición mental del presidente. Me parece deplorable, porque si la judicialización de la política es mala, la psiquiatrización es peor. Pero en eso estamos. Entonces me siento interpelado por mi condición de psiquiatra. De paso decir que la psicología política es una disciplina muy importante, pero no se ocupa de la salud mental de los políticos. Es cierto que de eso nadie se ocupa demasiado y un apto psicofísico sería importante. Después de todo conducir un país es más complejo que conducir un auto.
La ventaja que en un país híper presidencialista manejas sólo en la ruta. A pesar de eso, no es imposible que choques. Despejada la ruta de manifestantes y congresistas, quizá el peor conductor llegue a su destino. La salud mental de cualquiera de nosotros y nosotras es importante. La de un presidente también. Por eso afirmo la importancia de diferenciar locura de psicosis. Loco es aquel que se desmarca del sentido común. Que arremete contra molinos de viento porque lo que importa son los molinos no el viento.
La locura siempre fue necesaria, si bien como no podría ser de otra manera, la locura también está atravesada por la lucha de clases. Hay locuras revolucionarias y locuras reaccionarias. Lo más cercano a la locura es el denominado “delirio lúcido”. Ampliaremos.
La psicosis no sólo es diferente, sino que es lo opuesto. Hay dos ejes para considerar: el del pensamiento y el de la senso-percepción. Oscurece, así que aclaro. En la psicosis el pensamiento está controlado por ideas delirantes. Que son erróneas, incluso absurdas, pero acá viene lo peligroso, no son pasibles de crítica y condicionas la conducta del sujeto. O sea que una idea delirante o varias terminan en conductas de riesgo especialmente para terceros y terceras. Para decirlo son monos con mucho más que una navaja.
La idea delirante al no ser pasible de criterio, está muy cerca del pensamiento único y del dogma. Los grados de libertad en los casos de ideas delirantes es nulo. Algo avanza, menos la libertad. El otro aspecto es la aparición de alucinaciones. He descripto hace mucho lo que denomino el “alucinatorio político social”. Versión actualizada del famoso diario de Yrigoyen. Sin pretender competir con el conocido teorema de Baglini, o quizá sí, digo que cuanto más se concentra el Poder, más se desarrolla la capacidad alucinatoria.
La alucinación es percepción sin objeto. Un ejemplo sería definir como pueblada una protesta de no más de 200 personas. O denominar comercio exterior al saqueo sistemático. O deuda externa a una estafa planificada. O hablar de niños y niñas cuando han sido eviscerados de su niñez. Para el poder absoluto es necesario mirar lo que conviene, y para eso nada mejor que alucinar.
El peligro de que se cierre el Congreso está aminorado porque ya los propios congresistas lo cerraron al reunirse sólo ocasionalmente. O sea, decir “Congreso” también es una percepción sin objeto. Lo alucinatorio germina en el enamoramiento, muy habitual en las parejas y en la política. Lo más patético es alucinar democracia cuando apenas percibimos un orden constitucional, incluso precario.
Estas cosas y otras muchas medito en mis soledades, como cantaba el gaucho Martín Fierro. Yo tengo mis propios delirios y demasiadas alucinaciones.
El mercado es otra alucinación porque apenas son condiciones infames de intercambio. El león que inventó la fábrica de chocolate encontró a los Oompa Loompas —miembros de una tribu de Loompalandia, obsesionados con el cacao—, haciendo un trato con ellos los llevó hasta su fábrica donde se convirtieron en fieles trabajadores con lo que consiguió poner la fábrica en marcha nuevamente y con esto seguir con su sueño. Diría que no es sólo un sueño, sino que es una vivencia delirante. Y que el “cacao” es el delirio del consumismo, lo opuesto al consumo.
Por penúltimo, el tema no es tanto la forma decreto, sino el contenido. Estoy esperando un DNU donde el hambre se considere un crimen contra la humanidad, donde los hambreadores sean considerados delincuentes de extrema peligrosidad.
Obviamente, he sido capturado por mi propio alucinatorio político social.
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