El holocausto del Negro Marcelo

Sobrevivió a aquel incendio atroz, al holocausto de la comisaría de Formosa, a la muerte voraz en la infancia. Con la misma terquedad anduvo detrás de las revoluciones del día a día, las que les cambian la vida a los pibes y a las pibas. Alberto Morlachetti le puso alas. Y él vivió como loco. Hasta ayer. Que comenzó a ser semilla.
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(APe).- Si lo habrán perseguido las llamas de la injusticia al Negro Marcelo. Hasta que ayer por fin lo atraparon. Disfrazadas de enfermedad, de cosas que les pasan a los seres humanos, de vida que sucede y termina porque debe ser así. Pero el Negro Marcelo le escapó a la injusticia con pertinacia. Y a la muerte con una destreza que muchos le envidiaron desde aquella vez de 1989 cuando esa injusticia maldita lo encerró junto a otros pibes chiquitos como él en una comisaría del menor en Formosa. Y la cadena de abusos y de tratos crueles se extendían hasta el hambre infinita y las llamas se tragaron a los otros y él quedó vivo para contarlo y para aprender que a veces la vida elige quedarse en un cuerpito para rodar pequeñas revoluciones y cambiar el mundo que se va transformando desde abajo.

Alberto Morlachetti supo de él y se lo trajo a estas tierras del sur del conurbano, donde todo es complejo, donde hay que sembrar y sembrar para cosechar victorias debiluchas, donde quien saliera de las llamas vendría a milagrear entre los pibes porque demostró que puede vivir a toda costa. Estuvo en la granja de Pelota de Trapo y mucho tiempo amasó sueños en la panadería Panipan. Después se enamoró, siguió su camino a Rosario, después a Río Cuarto, siempre detrás de la infancia, siempre mostrando ese capricho por vivir a carcajadas.

Recuerda Laura Taffetani que “en todas las marchas (del Movimiento Chicos del Pueblo) fue guardaespaldas de Alberto. Tenía una humanidad increíble”.

El Negro Marcelo junto a Alberto Morlachetti en una marcha de los Chicos del Pueblo.

Marcelo se corrió de Formosa y se dejó traer a Avellaneda por Alberto Morlachetti. Después de la masacre de la comisaría, después del incendio feroz, corría peligro su vida. Era único sobreviviente y único testigo. Alberto le abrió las puertas y le resguardó la vida.

Luciano Candiotti, de la obra Juanito Laguna de Santa Fe, recuerda que lo conoció en las inolvidables Escuelas de Educadores de Pelota de Trapo, por el 2001. “Nos hicimos muy amigos en la marcha de Misiones a Buenos Aires. Nos visitábamos muchísimo, nos fuimos de vacaciones con los pibes y nuestras compañeras; recuerdo su risa, su serenidad para situaciones más complicadas. Estaba siempre a disposición con una sonrisa de oreja a oreja. Un tipo con muchos principios, con muchos valores”.

Rockero y ricotero, era hincha de River. Marcelo tenía doce años cuando volvió de las llamas.

“La gran alegría de su vida fue Julia, su hija. Los ojos se le encendían como brasas cada vez que hablaba de ella”, dice Luciano.

Para el negro Marcelo que volvió de las llamas

En octubre de 2001, con ese título, recordaba Alberto Morlachetti en la Agencia de Noticias Pelota de Trapo:

“En la ciudad de Formosa en 1989 la Justicia ordenó la reclusión de 8 niños hambrientos, prohibiendo barriletes y travesuras de gomeras. El inasible misterio del que puede crecer sobre el hambre del otro.

Los enviaron a una comisaría con los fundamentos de ser recuperados, protegidos y evitar todo acto nocivo a su salud física. Una lectura ingenua nos hubiese dicho que estaban ahí por el trozo de pan, de historia y de dicha que le toca, por el pedazo de amor, grande, chico, triste, alegre, que le toca, por todo lo que le toca y se le arrebata en nombre de qué.

Sin embargo, estaban presos en condiciones infrahumanas, subalimentados hasta el límite de la tortura según el informe de la legislatura provincial, que calificó a la comisaría del menor como engendro desnaturalizado.

Los niños, algunos ni siquiera llegaban a los 12 años, un 16 de octubre de 1989 tomaron los colchones y prendieron fuego a sus propias vidas.

Fue inútil el grito, una división furiosa, abismal, los había colocado de espaldas a la vida.

La guardia conformada por 5 personas estaba inexplicablemente ausente, solo se encontraba el llavero Maidana, célebre por sus crueldades con los chicos, quien manifestó haber extraviado las llaves de la celda Nº 1 de 3 metros por 3,10 metros donde estaban los 8 niños más niños que se quemaron en una temperatura que va de los 300 a 500 grados. Abrazados, amontonados en ese espacio mínimo de horror, mientras el Llavero Maidana, llamado el Comanchero, buscaba las culpas y las llaves.

A los 12 años del holocausto la justicia fue incapaz de penalizar a los responsables.

Cuántos silencios más hemos de recorrer. Y es lícito preguntarnos en qué momento se separó la vida de nosotros, en qué lugar, en qué recodo del camino se detuvo el amor para decirnos adiós”.

Dentro de 14 días se hubieran cumplido 36 años de la masacre de la comisaría.


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