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Por Silvana Melo y Claudia Rafael
(APe).- Siete de cada diez pibes y pibas en este ancho mundo del sur ven caer en sus cabezas y en sus barrigas las esquirlas feroces de la capitulación política ante los gerentes de los sueños caídos, ante los ceos del hambre, ante los patrones del mundo. Siete de cada diez que serán ocho cuando falte la comida abruptamente en el país de la tierra fértil. Con la excusa de una guerra a 14 mil kilómetros. Una tierra donde la espiga es identitaria aumenta su pan fuera del alcance popular por el trigo que no exporta Ucrania. Un 7,5 % se dispararon los alimentos en febrero. Un 8,8 en el Conurbano. Apenas en 28 días. El INDEC no apunta glosas sobre las cifras. No subraya la pobreza que se trepa a millones cuando la comida se va al cielo y se aleja de los estómagos.
Ellos, los propietarios de la tierra que los pobres no tienen ni para caerse muertos, no soportan resignar un punto de su rentabilidad obscena. Se habla de retenciones y se levanta la voz de los que gritan más fuerte. Ante la tragedia de millones de excedentes que desestabilizan la construcción de este país para pocos. Entonces el escaso coraje político retrocede indecorosamente. Y el estado se declara impotente para regular la ganancia exponencial que se dispara con la misma celeridad que la pobreza de los anónimos. Los que son mayoría, pie de pirámide, pero sin el poder de daño de los elegidos.
En medio de la hecatombe, el gobierno se parte en dos en una atroz pelea intestina que esos anónimos miran desde afuera.
La abdicación ante el Fondo Monetario Internacional es la soga en el cuello ante el cacicazgo del mundo. La hipoteca de un futuro que está ahí no más, que es mañana, que es la abolición de la felicidad, que es la clausura del calcio en los huesos, de un crecimiento a mente abierta, de dientes blancos, de escuela que acompañe, de hospital que prevenga, de vida que no se acabe a los 14 por hambre, paco o gatillo ligero del estado que abdica ante el poder pero disciplina a los castigados.
Se decidió pagar una deuda ilegítima, no contraída por los buenos pagadores seriales. Estos que se humillan para sostenerse en gobierno, al punto de pactar con los socios locales de los patrones del mundo. Esos que usaron el gobierno para endeudar a 45 millones de incautos y esfumar 45 mil millones de dólares. Pero que ahora se sienten moralmente autorizados para exigir que se los exima de culpa pública. Y el gobierno pequeño, tibio, pusilánime, acepta.
Es una soga al cuello ante los dueños de la vida y de la muerte en este cuadrilátero de tierra donde se ahogan los sueños. Donde el acceso al pan, a los huevos, a la leche se cae por las alcantarillas por el impacto de una guerra a 14 mil kilómetros de distancia. Hoy el pan, el símbolo del alimento en la historia de la humanidad, aquel que llegó durante el Neolítico poco después de la invención del fuego, roza los 300 pesos el kilo. Contra los 140 de diciembre de 2020 o los 73 de 2019. Hoy es la guerra el subterfugio cuando antes fue la pandemia y más atrás, sin siquiera pretexto alguno, por la simple necesidad de responder ante las exigencias de los acreedores internacionales y de los grandes productores.
Cifras obscenas
Los medios del establishment exponen impúdicamente los números de la infamia. Argentina figura en los mapas de las finanzas del planeta como el tercer productor mundial de miel, soja, ajo y limones. El cuarto productor de pera, maíz y carne. El quinto productor de manzanas; el séptimo de trigo y aceites; el octavo de maní. La Nación escribe: “Los mayores complejos exportadores de la Argentina son el sector oleaginoso (soja, harina y pellets de soja, aceite, porotos y biodiesel); el cerealero (maíz, trigo, entre otros); el bovino y el automotriz”. Claro que no se trata de pequeños productores que trabajan la tierra en amorosa confluencia con la Pacha. Es Cargill, de Estados Unidos, el principal exportador de granos, legumbres, harinas y aceites vegetales (15,1 millones de toneladas). Cofco (China National Cereals, Oil & Foodstuffs), con 14,4 millones de toneladas, la empresa en el segundo puesto. Y Viterra (ex Glencore Agriculture, de origen canadiense) en el tercer lugar con 14,35 millones de toneladas.
El ceo de Singenta recorre micrófonos y estudios de televisión sin grietas: habla con unos y otros. Para delinear, con calma progresista, este mundo de paquetes tecnológicos, transgénesis y venenos que estructura el modelo de producción extractiva que pone en jaque a la tierra y a la gente.
Siete de cada diez pibes y pibas en este ancho mundo del sur ven caer en sus cabezas y en sus barrigas las esquirlas feroces de la capitulación política ante cada una de las megaempresas que son las que marcan el ritmo al que debe danzar esta porción de la tierra. Mientras siete de cada diez pibes y pibas oyen la vaciedad de sus estómagos, se incrementaron en el balance 2021 casi un 37 por ciento las exportaciones a China; en un 32,6 por ciento a Medio Oriente; en un 32,4 por ciento a la Unión Europea; en un 18, 1 por ciento a USMCA (EEUU, México y Canadá); en un 7,2 por ciento al Mercosur; en un 3,2 por ciento a Asean (Sudeste Asiático).
En tanto, en septiembre pasado el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina anunciaba que las exportaciones de carne “crecieron en volumen un 25% en agosto pasado versus julio último”. Eso sí, para tranquilizar las conciencias y amoldar las críticas a los propios estándares, Miguel Schiariti, presidente de la cámara de la carne (Ciccra) aclara por estos días: “Al mundo le vendemos productos que no se consumen en el mercado interno. A China van vacas viejas y animales flacos, y una pequeña cantidad de bife, cuadril y lomo. A Estados Unidos y a la UE les vendemos novillos de 3 años, que pesan 500 kilos, que tampoco se consumen en la Argentina. Aquí, la gente prefiere animales más chicos, de 270 o 300 kilos, de 18 a 24 meses”. ¿Cuánta carne, de vaca vieja o animal flaco, de animal de 300, 400 ó 500 kilos, de lomo o de guiso, fue a parar al plato de esos siete de cada diez pibas y pibes? ¿Cuánto hace que esos pibes no ven pasar un trozo de carne? ¿De dónde, el cuerpo de los niños, recoge proteínas? ¿Cómo será la vida si esa carne fue la que desarrolló el cerebro para que los humanos fueran humanos pensantes y lúcidos?
En esta tierra que, dicen, produce alimentos para 300 millones de habitantes. Que no habitan necesariamente estos pies del mundo. El mejor alimento de esta tierra se exporta y llena de divisas los bolsillos de los superproductores, aquellos a los que no se puede regular en su ganancia obscena con un punto más de retenciones. El alimento que queda, el descarte, es para los excedentes. Los siete de cada diez pibes. Que pasan hambre o comen mal.
El plato vacío
Mientras se profundiza, desde hace décadas un modelo que hace eje en el extractivismo. Que fue –y sigue siendo- capaz de arrasar los montes para no dejar un solo centímetro de tierra sin explotar. Y que permite la utilización de más de 500 millones de litros /kilos de agroquímicos por año, capaz de someter a más de doce millones de personas a un envenenamiento cotidiano producto de las fumigaciones a mansalva.
Hoy se anuncia una inflación del 4,7 por ciento durante febrero, la más alta desde 1991 en un solo mes. Y un 7,5 por ciento de inflación en alimentos que son 8,8 en el Conurbano. Un mazazo a la mesa diaria de esos siete de cada diez pibes y pibas en estas tierras arrasadas del sur del mundo.
Mientras tanto Mauricio Macri –responsable de un capítulo fatal de esta calamidad- jugará en Italia el Mundial de Bridge. Y Alberto Fernández –responsable de esta capitulación timorata- anuncia una guerra contra la inflación para pasado mañana. Una guerra. Cuando el mundo se va desangrando. Y el futuro se ve pequeñísimo. Infimo. Como la cena de los pobres.
Edición: 4080
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