El grito de los santafesinos

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Por Carlos del Frade 

(APe).- Diez años después…

Hay números que dicen cosas y otros que sirven para no decir nada o ahogar razones.

El 29 de abril de 2003 las aguas del Salado se tragaron la tercera parte de la ciudad de Santa Fe, la capital del segundo estado argentino.

 

Desde entonces hay cifras distintas.

Para el estado provincial hubo 23 muertos.

Para los sobrevivientes, 161.

Una gran diferencia.

138 vidas, 138 existencias que no parecen figurar en los registros oficiales.

138 invisibilizados que, sin embargo, están, fueron denunciados como víctimas de las distintas consecuencias de la inundación.

¿Por qué esa brutal diferencia?.

Quizás esa cifra revele otros estragos.

¿Quiénes se hicieron cargo de tanto dolor?.

¿Qué reparación ofreció el poder judicial santafesino ante tanta manifiesta desidia antes, durante y después de la invasión de las aguas del Salado producida el 29 de abril de 2003?.

¿Qué palabras no fueron dichas todavía por aquellos que tuvieron distintas responsabilidades y funciones políticas en aquellos días de otoño?.

¿Qué tipo de pactos de silencios siguen invictos una década después?.

En la página oficial del gobierno de Santa Fe figuran algunos expedientes de la causa pero existe la certeza que hay otras verdades que todavía no aparecen.

Cuando llegaron las “indemnizaciones” a los inundados, los montos monetarios parecieron más una provocación que un mínimo acto de justicia.

¿Quiénes fueron los contadores que llevaron adelante esos mezquinos cálculos?.

¿Cuáles son los nombres de los encargados de apretar a cientos y cientos de afectados a que olviden parte de lo perdido porque si no, no cobraban nada?.

Porque la impunidad, una vez más presente en la historia argentina en general y santafesina, en particular, no solamente envuelve las grises figuras de Carlos Reutemann, Jorge Obeid y Juan Carlos Mercier, sino también a los agentes de quinta línea que ejecutaron estas perversas órdenes para imponer silencios y resignaciones.

Distintos grados de responsabilidades y distintos grados de impunidades.

Las aguas del Salado parecen haberse tragado esas identidades, como las 138 personas que las listas oficiales no nombran, no señalan entre los muertos originados por un hecho de corrupción como se ha demostrado desde hace tiempo.

“Volver a empezar” fueron las tres palabras que ingresaron con fórceps a la vida cotidiana de los santafesinos.

Como si fuera simple, sencillo. Como si “volver a empezar” fuera la lógica continuidad que siguió al escurrimiento de las aguas y al exilio momentáneo del bicherío que trajeron.

Y otra vez los 138 santafesinos que no están en los papeles de los gobiernos.

Las fotos que sobrevivieron junto a los sobrevivientes muestran las siluetas vacías. Un extraño fenómeno de las placas. Varias veces los integrantes de la Carpa Negra, símbolo de resistencia y esperanza, mostraron estas curiosas imágenes en las que se convirtieron esas fotos familiares. Hay perfiles blancos, como las siluetas que las Madres de la Plaza multiplicaron en las distintas geografías de la Argentina.

Precisiones que faltan, justicia ausente, impunidades lacerantes, la inundación que, de alguna manera, continúa.

Recuerdos persistentes: la emocionante entrega de todas y todos aquellos que le pusieron el cuerpo a la solidaridad concreta, desde maestras y maestros a los veteranos de Malvinas que eran los únicos en quienes confiaban los inundados, la lucidez de los internados en un psiquiátrico de Carlos Pellegrini, en el centro oeste de la provincia, que pensaron en regalar caramelos a las chiquitas y chiquitos afectados porque era necesario reparar, primero y antes que a cualquiera, la realidad de las pibas y los pibes inundados. Una lucidez que nunca exhibieron los funcionarios de varias administraciones, no solamente aquella de Carlos Reutemann.

La inundación de abril de 2003 fue consecuencia de negocios, negociados, políticas públicas en el contexto de la ferocidad del capitalismo que siempre exhibe su lógica: los castigados de siempre, los empobrecidos que justifican con su existencia el poder de las minorías, fueron, una vez más, los inundados.

Si en las fotografías surgen las siluetas blancas, uno puede imaginar otros vacíos, imposibles de llenar, en los miles de sobrevivientes, en los que debieron seguir viviendo pero que de ninguna manera pudieron “volver a empezar”.

Como siempre los sobrevivientes, los insistidores, apuestan a la memoria, la verdad y la justicia.

Para que el agua del Salado no siga engordando de impunidad, vayan estas palabras.

Fuentes: Entrevistas y artículos propios del autor de esta nota que acaba de presentar junto a Julieta Haidar y Miguel Cello el libro “Lo que el Salado sigue gritando”.

Edición: 2441


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