Niños en la cancha de Gimnasia

El fútbol no se juega con borcegos

Toda la cancha para ellos: el arco, la pelota, todo lo que él iba a disfrutar con su padre ahora, entiende mientras el aire se le entrecorta, ahora es de ellos.

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Por Facundo Lo Duca

(APe).- Los ojos de Nicolas, de 8 años, ardieron durante la estampida de gente y los disparos. No se puede correr a ciegas, entenderá más tarde, cuando despierte en la guardia de un hospital y las luces blancas lo encandilen.

No habrá anécdota esa noche, ni abrazos, ni pancho después del partido. Nicolás recordará dos cosas: su muñeca atenazada por la mano de su padre y a los policías queriendo jugar al fútbol. ¿Qué otra cosa querría alguien con armas largas y gases lacrimógenos? ¿Qué hacían ahí unidos y desafiando a los hinchas a irse para que el estadio entero les quede a ellos?

A él le gustaría tener toda la cancha para sí mismo, piensa Nicolás, mientras corre. Ellos también juegan, repara. Porque ahora los rodean, los incitan a retroceder. El gas pimienta empieza a picarle la lengua, a cerrarle la garganta. Su padre le moja la cara, lo cubre con su campera. Pero él quiere ver cómo juegan los policías. Forman una línea, dos, tres. Y avanzan. Así es fácil, piensa. Toda la cancha para ellos: el arco, la pelota, todo lo que él iba a disfrutar con su padre ahora, entiende mientras el aire se le entrecorta, ahora es de ellos.

Escupe, Nicolás, una saliva negra y grumosa. Y su padre lo mira. ¿Cómo es jugar al fútbol con borcegos, pensará, antes de cerrar los ojos?

Antes de que su juego favorito ahora esté incautado por hombres de casco y armas.


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