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Por Carlos del Frade
(APE).- Como las postales religiosas que se venden en los alrededores de las iglesias, María va con su bebé recién nacido sobre el lomo de un burrito.
Pero no es una imagen que sublima lo sucedido hace dos mil años atrás, sino la desesperada búsqueda de ayuda de una familia de la puna catamarqueña, en el noroeste argentino.
Tierra de quebradas, águilas, riachos y cerros azules, los habitantes de Catamarca viven del Estado. Seis de cada diez familias son empleados estatales.
Aunque el verbo vivir es una exageración.
Sin embargo, más allá de la ciudad capital, ese mismo Estado que funciona como la gran industria, no está presente en la existencia de todos y cada uno de los catamarqueños.
Lugares huérfanos de asistencia pública, exiliados de los presupuestos, tachados de los recorridos habituales de cualquier burocracia.
Lugares en los cuales, a pesar de la desidia, viven familias enteras de mujeres, hombres y chicos que intentan el amor, la dignidad y la porfiada insistencia de los que no se resignan a ser menos que las quebradas, las águilas, los riachos y los cerros azules.
Personas que merecen tener lo mínimo necesario para continuar la cuesta arriba de la historia cotidiana.
Por eso María lleva a su hijo a lomo de burro.
Su marido se llama Crisólogo Rasgido y los tres caminaron catorce horas por la cordillera de San Buenaventura, para llegar a un puesto sanitario.
Vienen desde un lugar llamado Las Papas. María fue asistida en el parto por un grupo de vecinos. Pero no alcanzó con la solidaridad.
El bebé no tuvo lo indispensable para lograr un nacimiento tranquilo.
Cuando la joven mamá de veintitrés años se repuso, decidieron la increíble travesía hasta Palo Blanco.
Necesitaban un médico. Esos profesionales que según algunas estadísticas parecen sobrar en determinados sitios del mapa argentino pero que en Las Papas brillaban por su ausencia. Porque el Estado decidió que hay familias que deben vivir a suerte y verdad, sin la mínima asistencia.
La crónica periodística describe que “transitaron por el lecho del río Las Papas, con el agua hasta la cintura y por los médanos hasta llegar, a la una de la madrugada del viernes, a un puesto sanitario del paraje Palo Blanco”.
Una médica, llamada Sofía Bellido, los llevó en su auto hasta el Hospital Regional de Tinogasta y el recorrido terminó en la propia capital catamarqueña.
El bebé ingresó con problemas neurológicos derivados de la falta de oxigenación.
Nadie le había hecho el proceso de reanimación al nacer, algo básico que puede realizarse en cualquier centro de salud. Pero en Las Papas no hubo centro de salud, sino la buena voluntad de vecinos. Mujeres y hombres que la pelean hasta donde pueden en medio de la soledad decidida desde algún ministerio o escritorio del Estado catamarqueño.
Ahora, el chiquito hijo de María y Crisólogo, pesa dos kilos y está en incubadora. Presenta convulsiones, focos de infección y desnutrición. Su estado es crítico, afirman desde el hospital de la ciudad capital de la provincia multicolor del noroeste argentino.
Crisólogo contó que en Las Papas necesitan ayuda, que reciben un caja alimentaria por mes y que faltan otras cosas.
Lo único que espera es que Dios lo ayude.
Es lo que le queda, porque desde hace rato algunos funcionarios decidieron que el Estado no se ocupará de gente como ellos.
De esas obstinadas familias que siguen apostando al amor en medio de los páramos inventados por la indiferencia y el desprecio.
Fuente de datos: Diario Clarín 10-03-06
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