El dictador y sus fantasmas

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Por Miguel Semán

(APe).- Aunque la revista Cambio 16 le haya colgado el rótulo de ex dictador, Jorge Rafael Videla seguirá siendo un dictador y genocida hasta el último instante de su tiempo. Así será aunque se encuentre huérfano de poder y desde la cárcel no haga otra cosa que sacar de paseo a sus fantasmas y maldiga a la sociedad que, según él, por pura cobardía lo abandonó a su suerte.

 

El reportaje de la revista española no es más que el repetido compendio, apenas actualizado, del viejo pensamiento autoritario argentino. Videla se permite decir que no hay república porque el poder legislativo no funciona y la justicia que lo juzga no es justicia. Que en el país actual reinan el miedo y la venganza. Y sigue soñando con ganar guerras, hoy políticas, que sólo existen en su imaginación.  

Para él todo empezó el 25 de mayo de 1973. Esa noche se desató el caos y el terror se adueñó de las calles de la Argentina. Como si fuera un médium invoca el espíritu de una sociedad civil complaciente o cómplice. Políticos cobardes. Una Isabel Perón anticomunista, pero ineficiente y débil, incapaz de ponerle coto a López Rega, que mataba por razones ideológicas, pero también para cobrarse algunas cuentas pendientes. 

Recuerda un artículo de la revista Time, donde se afirmaba que los terroristas alemanes e italianos eran mucho más humanos que los argentinos. Y uno se pregunta por qué a la Time no se le habrá ocurrido comparar nazis con nazis y genocidas con genocidas. Así al menos habríamos sabido qué rango de humanidad ocupaban por entonces Videla y sus secuaces.    

Ahora, como en el 76, fustiga a los gobernantes, la lacra que hay que sacar del poder, y desprecia a los políticos opositores por no haber sido capaces de construir una alternativa que cambie el rumbo del país y a él lo libre de la prisión. Evoca el mundial de fútbol y 1978 como un año de objetivos cumplidos. Ni asomo de guerrilla ni mucho menos de delincuencia común. Éramos uno de los países más seguros del mundo.

Vuelve a hablar de los desaparecidos, cuestiona cifras, y como hace más de treinta años dice que no se sabe dónde están. Que todo se trató de un error, de una cuestión de comodidad terminológica porque a ellos, los militares, les resultó cómodo aceptar el término desaparecido, encubridor de otras realidades. 

Y así hasta el final, al que se llega a fuerza de empujones y tomando aire. Lo que sorprende no es el contenido sino la forma en que se presenta la nota. Publicada originalmente el 12 de febrero vuelve a aparecer el 4 de marzo de 2012, con la aclaración de que se trata de la segunda parte de la anterior. Pero más que una segunda parte es una versión depurada y ampliada. 

El reportaje es largo y parece haber sido respondido por escrito. A uno le queda la sensación de que Videla ha tenido todo el tiempo del mundo para buscar palabras y pulir sus respuestas. Que despilfarra el tiempo como si no fuera suyo. Y tal vez sea así. Quizás el dictador hoy esté viviendo a costa de los años y los días que nos arrebató a todos. El tiempo de vida que le quitó a los muertos y la vida con ellos que nos robó a los vivos. Esa eternidad contada paso a paso que a nosotros nos falta y a él le sobra aunque no le alcance ni para el arrepentimiento. 

Si se lo preguntaran miraría hacia los costados y contestaría que el tiempo usurpado no está, que nunca estuvo porque nunca fue. Que sus habitantes desaparecieron y los desaparecidos no existen. 

Ambas notas vienen ilustradas con la misma foto: Videla y Benjamín Menéndez. Los dos de perfil. La mirada fría. El rictus pétreo de los imperturbables. La temible impasibilidad de los que creen que Dios es su rehén. 

Edición: 2192

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