El día de todas las culpas

|

Por Miguel A. Semán

(APe).- Si existe una noche imperdonable en la historia del cristianismo es la de los santos inocentes. Sin embargo, cada 28 de diciembre, en vez de dolernos por la masacre nos dedicamos a hacer bromas como si el peso de la culpa sólo pudiese mitigarse con una enorme dosis de estupidez. Tanta ha sido la estupidez que después de más de veinte siglos la broma, uno de los disfraces del olvido, acabó por devorarse la verdad y la memoria.

José Saramago en su Evangelio según Jesucristo descubrió una culpa que nadie supo encontrar en los evangelios ortodoxos. Además de Herodes y los soldados que consumaron la matanza, hubo un hombre que a partir de aquella noche vivió perseguido por el remordimiento. José, padre de Jesús, único en el pueblo, en la tierra y en la historia que sabía la verdad eligió salvar sólo a su hijo y escapó de Belén de noche y en silencio.
El ángel anunciador que después se le apareció a María se mostró tan decepcionado como implacable. Como simple mensajero tal vez desconocía el plan divino y depositó demasiadas esperanzas en el hombre. El ángel esperaba que José fuera de puerta en puerta y alertara a sus vecinos sobre la muerte que venía por sus hijos. No fue así. Figura desplazada de la historia, el carpintero no había sido rozado por ninguna gracia especial. Sólo era un padre asustado al que no se le ocurrió pensar en los hijos ajenos. Se portó como uno de nosotros. Aunque en su favor hay que reconocer que él, al menos, conoció el remordimiento.
Nosotros en cambio, hemos desarrollado una gruesa capa de inmunidad frente a la culpa. Eso nos permite el orgullo donde debería crecernos la vergüenza. Salimos a bailar con el olvido en el mismo cumpleaños de la memoria. Rematamos de pura indiferencia a los ausentes. Y sobre todo no nos preguntamos nunca qué hemos hecho con los niños. Dónde enterramos sus manos y sus ojos. El “tamaño” de nuestra soledad.
Para aquel hombre todo cambió después de la matanza. Esa noche se soñó soldado, provisto de escudo y lanza, cabalgando hacia Belén con la misión de matar a su hijo. No era un sueño premonitorio ni una señal divina, sólo era la pesadilla de un hombre acorralado. José despertó llorando y de golpe comprendió la verdad. Hasta el último instante de su vida cargó con esa culpa que no pudo traspasarle a nadie. El ángel que lo visitó no era un ángel de perdones. No hubo perdón para Herodes ni para los verdugos. Tampoco para los genocidas, ni para los que pasan por el mundo sin hacer nada por el otro, ni siquiera avisar en la aldea que los soldados vienen por sus hijos.

24 de marzo de 2014

Edición: 2660


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte