El crimen de las palabras

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Por Ignacio Pizzo

(APe).- Nahiara de 1 año y dos meses, está en la etapa de la “palabra frase”, busca recuperar kilos, busca poner desesperadamente palabras a sus dolorcitos. Llanto enérgico, para resistirse al estetoscopio, al bajalenguas, a la balanza. Su hermana Aylén de 4 años mira, a un costado. Nahiara y su madre pasaron toda una noche en el edificio-hospital, esperando el turno para realizar estudios, que consisten en la obtención de una gota de sangre para saber si su anemia ha respondido al tratamiento.

La pediatra de la salita renunció y busca ahora a quien mostrar esos resultados, para que la bebé le saque ventaja a la desnutrición, adquiera palabras, practique sueños, transforme llantos en demanda, silabeos en vocablos agudos que pregunten "por qué", pataleos en primeros pasos, primeros pasos en trepadas y travesuras.

Al asomo, la "ciencia", encriptada en el edificio-hospital no garantiza que resolverá su bajo peso. La comunidad científica médica pone palabras, diagnósticos. Desnutrición, Bajo Peso, Riesgo Nutricional, Emaciación, Baja Talla. Pone palabras a esa bebé a quien por convención fáctica se le quitan palabras. La medicina pone palabras y parches en un cuerpo azotado por la voracidad de una despiadada carrera antiternura.

Los ministerios que disimulan, hacen simulacros de programas. Programa REMEDIAR, estrictamente necesario pero que no remedia. Planes Nacer o SUMAR para matar y restar generando menos pibes, no explican por qué la mortalidad infantil permanece aún en dos dígitos. Y si se nace ¿acaso el nacimiento por si mismo garantiza vida? El hambre sistémico ¿no es acaso una muerte en cuotas?

Ahora que se renueva el ministerio, los programas caídos se caen. Se estrellan. Los planes que no se planifican, planean ahora la CUS (cobertura universal de salud) mediante la cual los pobres tendrán su propio documento de identidad de pobres, resignificando la idea de pertenecer a otro país, aquel lejano, el de la intemperie. La Cobertura Universal de Salud, así como la Asignación Universal por Hijo, nunca será para todos. Será para los pobres, los despojados del trabajo bendito, los sumergidos en el fondo de la olla a presión. Para ellos la caridad aviesa del poder, los servicios de peor calidad, las escuelas descascaradas, los hospitales vaciados. Verdaderos crímenes del estado que no repara en recursos para deshacerse de los sobrantes demográficos. Ya no requiere valerse solamente del aparato represivo, siempre vigente y latente. Sino también de metódicas torturas y despojos, generadores de resignación cultural.

Los apropiadores de palabras las retienen y se las apropian obturando, conspirando para que los chicos del pueblo no las utilicen.

Porque si ponemos la cosas en su justo lugar, la palabra popular, le pertenece al pueblo y no a los farsantes que perpetuaron la tragedia, disfrazados de Nacionales y Populares. Las palabras Cambio y Revolución también pertenecen al pueblo, y no al poder CEO que en sus hebras de ADN conlleva la impronta fascista que hoy se expresa con su fenotipo más descarado, con revoluciones de la alegría superflua y globos en Costa Salguero. Las palabras son para los niños, que son del pueblo.

Las administraciones del estado criminal con su potencial de acción destructivo, no cesan en intentos de robar las palabras. El hambre cumple tal función. Quitar salud y vida, proponer muerte, sembrar escuelas deficitarias, despojadas de educadores transformadores, para crezcan en su lugar las escuelas del no pensamiento y de la desidia estatal. El hambre con sus mutaciones sistemáticas, sus brazos ejecutores: el paco, la policía, el despojo de bienes, la indiferencia de una sociedad que llena sus medios con shows banales. El hambre masacra palabras. Hasta la palabra hambre es masacrada. Tan sencillo como no nombrarla y sacarla de escena, para colocar en primeras planas consignas vacías, reivindicaciones necesarias pero que no intentan subvertir el orden establecido, cinematográficos allanamientos, falsas promesas de justicia, y demostraciones de dinero robado que nadie vio volver.

Las palabras se masacran desde el nacimiento, donde Nahiara es representante extrapolable de esa fragilidad.

Las palabras quitadas para el pensamiento crítico, se ven hoy mutiladas en los cerca de novecientos mil a un millón de pibes de entre 15 a 24 años que ni trabajan, ni estudian.

Se reflejan palabras muertas en los resultados que difundió la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de las pruebas PISA (2012) con respecto a la educación en Argentina, que terminó en el puesto 59º.

El ex ministro de Educación y licenciado en Economía y Sociología, Juan Llach, afirmó que "algo más del 50 por ciento de los alumnos argentinos de 15 años de edad no llega al nivel 2 en Lectura".

Argentina comparte los últimos puestos de la lista con varios países de América Latina, pero sólo Colombia (62°) y Perú están peor (en el último puesto). Chile se ubicó 51°, Uruguay 55°, México 53°, Costa Rica 56° y Brasil 58°. El rendimiento en la región fue muy malo: todos estuvieron por debajo de la media académica de la OCDE.

Al inmiscuirnos en las estadísticas, nos encontramos con números que no hacen más que inundar de datos, lo que vemos a la vera de un país desangrado. La Universidad Católica Argentina, en su último trabajo llamado “Las múltiples dimensiones de la pobreza infantil. Incidencia, evolución y principales determinantes (2010 – 2015)”, resalta que el cuarenta por ciento de las chicas y los chicos de cero a diecisiete años son pobres, casi cinco millones de niños y niñas carentes de insumos básicos.

Nuestro Cono Sur, fue el laboratorio del neoliberalismo, que se impuso a sangre y tortura, primero con dictaduras militares que fueron el medio para imponer las políticas económicas hambreadoras de la escuela de Chicago, mediante sus Chicago Boys. Luego la subsiguientes democracias continuaron y confirmaron lo que el entrañable Rodolfo Walsh anunció en su último valeroso acto, "muchas más vidas serán arrebatadas por la miseria planificada que por las balas". Walsh fue mentor de palabras articuladas en textos, indispensables para que generaciones enteras elaboraran utopías, diseñaran países y por eso fue asesinado.

Nahiara recuperará kilos, oxigenará su alma con los fundamentales nutrientes, para que la “palabra –frase” devenga en consignas, en lápices que apuesten a trazar monigotes, en cuadernos donde plasme la libertad de escribir su nombre en el primer intento. Se necesita a Nahiara con palabras articuladas. Se necesitan palabras y números para encontrar el sol y el cielo, perdidos por apropiación violenta e ilegítima.

Edición: 3227

 


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