El cielo con las manos

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Tras mantener por 34 días, en solidaridad con Gualeguaychú, un corte de la ruta 135 que une la Argentina y el Uruguay, los ambientalistas de Colón, Entre Ríos, decidieron suspender la medida de fuerza, contribuyendo al diálogo entre gobiernos que busca resolver el conflicto generado por la instalación de dos plantas celulósicas en Fray Bentos.

 

Ya la Asamblea de Gualeguaychú -la más numerosa, que cuenta con la adhesión de 6.000 vecinos- había levantado su propio corte de la ruta 135, atendiendo a la condición sine qua non del Uruguay para reentablar el diálogo.

Pero los de Colón -unas pocas decenas de activistas- se mantenían firmes en la ruta, aguardando que su propia Asamblea decidiera cómo seguir.

Esa actitud mereció la burla del mismo intendente de Colón, Hugo Marsó, quien los calificó de “más papistas que el Papa”.

También recibieron los de Colón una fuerte presión del gobernador Busti, que mandó a su propio ministro de Gobierno, Sergio Uribarri, a persuadirlos.

Para completar, merecieron los insultos de otros vecinos, que creen que esa lucha resulta exótica, ya que Colón, a diferencia de Gualeguaychú, no resultará directamente perjudicada por la instalación de las plantas.

Ahora, levantados los cortes, anunciada la paralización de las obras y abierta una tregua de 90 días (que permitirá a los presidentes de la Argentina y el Uruguay participar sin conflictos de la próxima cumbre del Mercosur), comenzará una lenta negociación, de impredecible final.

Para cuando concluya esa negociación -si es que concluye-, hay otro conflicto esperando: la instalación de una tercera planta celulósica en el departamento de Río Negro, sobre un afluente del Uruguay.

Por eso, desde el humilde espacio de esta crónica, queremos homenajear a los ambientalistas de Colón, a ésos que fueron burlados y hostigados por ser solidarios, por ser “más papistas que el Papa”.

En la selva de hipocresía y secretos intereses que mueven a la dirigencia política y empresaria, ellos, los de Colón son los únicos que saben, verdaderamente, de qué se está hablando.

Hay un graffiti del Mayo Francés que resiste al tiempo y que vuelve a aparecer en las paredes, cada vez que la lluvia borra las sucesivas capas de mentira: “Seamos realistas: pidamos lo imposible”.

Las bellas consignas

En febrero de 1917, la Rusia de los zares se debatía en el peor de los escenarios posibles: ya había perdido Polonia, Lituania y gran parte de Ucrania; ya habían muerto en el frente dos millones de soldados; ya el desabastecimiento, el hambre y la inflación estaban desquiciando a la población de las ciudades.

Fue entonces cuando Lenin y un puñado de revolucionarios (entre ellos -nunca la olvidemos- Alexandra Kollontai) arribaron a una sintética consigna, que entrañaba un ambicioso programa político: “Paz, Tierra y Pan”

Para noviembre de ese mismo año, los bolcheviques habían tomado el poder en Rusia e iniciado la primera revolución socialista de la historia.

En la Argentina de la Década Infame -ésa que, al decir, de Liborio Justo, no fue menos infame que las otras- un pequeño grupo de intelectuales nucleados en FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), acuñó la consigna “Patria, Pan y Poder al Pueblo”, sintético programa que ponía en cuestión el orden conservador imperante.

El cumplimiento de aquel programa significó, ni más ni menos, el ascenso del peronismo, es decir, la entrada en la vida política de millones de ciudadanos no empadronados, jaqueados por el hambre o heridos por el desprecio de las élites gobernantes.

El ascenso del peronismo significó -como bien se sabe- la disolución de FORJA. Pero a la vez, fue el indiscutible triunfo de su consigna.

En septiembre de 1843, poco antes de varios importantes levantamientos obreros en Europa, Carlos Marx escribe una significativa carta a Arnold Ruge, viejo compañero de la izquierda hegeliana. “El mundo -le dice Marx a Ruge, en esa carta- tiene desde hace tiempo el sueño de una cosa, de la que tan sólo le falta tomar conciencia, para poseerla realmente...”

Fuera de contexto, aquella frase de Marx peca de un idealismo cercano al del famoso obispo Berkeley. Pero puesta en contexto, nos abre una dimensión completamente nueva de la praxis política.

Porque Marx destaca allí que tomar conciencia de una cosa es un hecho cualitativo y diferente, diferente al solo mirar, el solo vivir o el solo padecer una cosa.

El sueño de una cosa logró mover multitudes, a lo largo de los siglos. El sueño de una cosa hizo girar los pesados engranajes de la Historia.

Existe en el acervo de nuestra lengua una expresión poética y feliz: “tocar el cielo con las manos”. Se nos ocurre que los luchadores ambientalistas de Gualeguaychú, de Colón, de Concordia, le están diciendo al poder que tienen el sueño de una cosa, que quieren tocar el cielo con las manos.

Quieren hundir las manos en la tierra. Mojarlas en el río. Acariciar la vida, en este fugaz instante en que les ha sido concedida.

¿Disponen los funcionarios de una propuesta alternativa?

¿Tienen algo mejor?


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