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Por Angel Fichera
(APe).- Hacíamos poemas con harina, algo de tinta y agua. A veces les ponía unos paréntesis, la yema de dos huevos, los acentos. El abuelo agregaba la sal, signos de admiración y cincuenta gramos de levadura. El Chicho batía los puntos y las comas. Entre todos amasábamos con jubilosa arremetida.
Después, media hora de cocción y que reposasen respetando las reglas de la ortografía.
Al tiempo salían, humeando, poesías sustanciosas, algo chirles o recocidas. Poemas de amor, agridulces o decididamente crocantes. Empalagosos sonetos de cumpleaños, según el día.
Pero cuando arreciaba la miseria en la cocina y el olor de la gramática nos despertaba el apetito, nos morfábamos uno que hablara de churrascos, de sopa de letras o pucheritos de gallina.
Edición: 2440
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