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Por Claudia Rafael
(APe).- Belén fue degollada este martes, en Misiones, a los 17 años. Su novio de 22 se justificó: “no sabía que estaba embarazada”. Ni ella ni la nena tucumana de 11 embarazada de 16 semanas y violada por el novio de su abuela conocieron el amor romántico de Romeo, de 17, y Julieta, de escasos 13 años. Ese amor hasta la muerte misma que hoy fue reivindicado desde la Casa Rosada con una pintura del artista inglés victoriano Frank Dicksee que los retrata en un beso eterno. Ojos, mirad por última vez. Brazos, dad vuestro último abrazo. Y labios, que sois puertas del aliento, sellad con un último beso, escribió Shakespeare tres años antes de que terminara el siglo XVI. Hace más de 400 años. La última mirada, el último abrazo, el último beso. Exactamente ése que hoy caía del balcón destinado a grandes épicas discursivas que ya no son.
El Estado reivindica el amor romántico que deriva en la muerte como destino final en un contexto social en el que se propagan las violencias de quienes proclaman amar, de quienes dicen estar puestos en la vida para proteger, de quienes se jactan de ser el todo imprescindible para completar al otro. Vacío. Estereotipado. Tóxico. Que debe necesariamente soportar todo embate. Con el sacrificio impuesto como único destino. Como la cruz inescindible que acompañará los días y las noches. Para siempre. Mientras destina en su presupuesto 11,36 pesos por cada mujer violentada.
El beso perenne hasta la muerte misma. Como pontifican los poderosos. Los que determinan destinos. Los que tejen con sus prácticas, sus símbolos y sus discursos los corsé del sometimiento y la pasividad.
Edición: 3814
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