“Echar a los bolivianos”

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Silvana Melo

   (APe).- Las villas y los asentamientos de la CABA y los cordones conurbanos están plagados de cesanteados sistémicos. Las villas y las barriadas de periferia de los pueblos del interior, que se hincharon cuatro veces en las últimas dos décadas, están desbordados de pobres y excedentes sociales. Argentinos, paraguayos, bolivianos, peruanos comparten ese espacio del afuera que se les asesta a quienes no fueron elegidos para ocupar el adentro de un sistema legal, constitucional, institucional e iluminado, donde los elegidos cultivan el plantín del futuro venturoso.

Cuando Carlos Ruckauf legitimó desde el poder político la idea de “meter bala a los delincuentes” el gatillo ligero y fácil dobló el número de víctimas de la violencia estatal. La mayor parte jóvenes, desterrados de la vida buena. Y destinados a la muerte, más temprano que tarde.

Cuál es el vínculo entre el brote xenofóbico del virtual ministro de Seguridad de la Nación, Sergio Berni (el que siempre es vice pero maneja los secretos y la espectacularidad del poder) y el ataque al barrio boliviano de Río Cuarto tal vez no pueda conocerse nunca en fórmula de laboratorio. Pero sí puede deducirse la consecuencia fatal de la criminalización de las migraciones periféricas, desde la misma plataforma institucional desde donde se proclama la maravilla de la Patria Grande. Y se condecora a Evo en la Facultad de Periodismo de la UNLP.

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La muerte del argentino Alexis Rodríguez –en una riña según algunas versiones, salvajemente a machetazos y tiros según otras- desató una furia xenófoba impensada en los confines más pobres de Río Cuarto. Los detenidos fueron dos argentinos y dos bolivianos. Pero la ira se derramó como una erupción sobre el barrio Las Delicias. Unas treinta personas incendiaron casas, usurparon otras, desvalijaron varias más y golpearon a la gente con palos y botellas.

Dejaron a decenas de familias sin nada; se llevaron heladeras, televisores, garrafas, frazadas. Más de cien personas huyeron aterradas con lo puesto y con sus niños atados a la cintura. La consigna era “echar a los bolivianos del barrio” con la amenaza de “va a correr sangre”. La violencia del anonimato configura la expulsión bajo el paraguas institucional que impulsa la deportación de “los inmigrantes que llegan al país para delinquir”. Ambigüedad tan profunda que abre las puertas para una política de cerrojo hacia los pueblos hermanos de una patria que para algunos es bastante más pequeña que la del discurso.

Unas 500 familias bolivianas viven en Las Delicias, en los arrabales de Río Cuarto. Llegaron desde Chuquisaca, Tarija, Potosí y Cochabamba. Alzan paredes, cultivan, hacen hornos de ladrillos. Delinquen en el mismo porcentaje en que delinquen los argentinos. No hay un 20% de presos inmigrantes en las cárceles argentinas (Horacio Verbitsky aporta números tajantes en su crónica del 31 de agosto http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-254187-2014-08-31.html). Y si lo hubiera, no tiene que ver con un ejercicio de la criminalidad superior en las corrientes migratorias, sino con que son los que peor la pagan; igual que los pobres, los jóvenes y los analfabetos (argentinos), mayoría que engorda el sistema penitenciario federal y de cada una de las provincias.

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Sergio Berni está feliz. Su cuidadoso pespunte social que busca quitarse de encima la hilacha inmigrante –siempre y cuando sea la fronteriza, la más morocha, pobre y desdentada- le ha redituado en imagen contante y sonante. Más allá de ser el funcionario oficial mejor visto, dice la consultora de Julio Aurelio que el secretario de Seguridad encabeza las encuestas para gobernador de la Provincia. Incluso por sobre el mismísimo Martín Insaurralde. Es decir que la xenofobia nacional constitutiva puede más que la imagen de conquistador de la chica de la tele con la que MI saltó a la celebridad.

Los embates xenófobos de Berni son espasmódicos: dos años atrás (el 12 de setiembre de 2012) ya había relacionado la inseguridad en la capital federal con los migrantes latinoamericanos. En ese momento soñaba con fletar un avión repleto de colombianos, sin escalas a Bogotá. Dos años antes, Mauricio Macri había blanqueado su propio desprecio ante la toma del Indoamericano. En este setiembre tanto Sergio Massa como Francisco De Narváez y Ernesto Sanz abonaron la semilla de Berni. A ninguno se le conoció la voz ante las denuncias por trabajo en condiciones infrahumanas en la empresa textil de la esposa de un altísimo funcionario. Tal vez porque esta vez los bolivianos son esclavos y no ladrones ni traficantes.

Porque hay un serio y furioso embate para restringir la entrada de inmigrantes en los pasos de frontera y retirarles arbitrariamente los permisos de residencia.

No es de estos inmigrantes de quienes se busca insuflar sangres nuevas a la patria. No de sus niños será la costura del futuro que a duras penas toma forma. No de su cuero oscuro, surcado por la tierra seca y la desesperanza.

Parece que con otra mezcla se hará lo que viene. Vaya a saber con quiénes.

 Edición: 2772


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