Donde se topan los panditos (1)

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Por Alberto Morlachetti

(APE).- La historia parece remitirnos al sueño, y más de uno se reconforta con esta visión humanística, según la cual “el hombre no perderá jamás su justa rebeldía”, su afán de justicia ni dejará de asumir la redención de los humildes como causa fundamental de vida, pero vivimos “el tiempo de bajamar de las utopías”. Será cuestión de aguardar al diseño de una nueva aspiración: “Años futuros que habremos preparado”.

 

Mientras tanto el programa neoliberal avanza a vela desplegada. Deriva su poder social del poder político y económico de aquellos cuyos intereses expresa: accionistas, operadores financieros, industriales, políticos de derecha y socialdemócratas que buscan para la gloria de los mercados la eficiencia económica, que requiere el sometimiento -o la extinción- de las poblaciones excedentarias del país mercado. Dicho de otro modo la eliminación de barreras sociales y políticas capaces de obstaculizar a los dueños del capital su objeto perverso de deseo, la maximización de sus ganancias.

Este “programa científico” -convertido en un plan de acción política- es un programa de destrucción metódica de los colectivos. Así, vemos cómo la “utopía neoliberal” tiende a encarnarse en la realidad en una suerte de máquina infernal, donde la "inferioridad social" de los otros se torna discriminación, desprecio, confinamiento, para exacerbarse finalmente y convertirse en rabia, odio y locura asesina.

Todo comenzó en la mediatarde del viernes 5 de mayo cuando se asomó por el lado sur de las vías una locomotora que tiraba diez vagones cargados con carbón de coque a la altura de la estación Perdriel -a 25 kilómetros de la capital Mendocina- la formación comenzó a disminuir su velocidad y se detuvo frente al barrio Cuadro Estación de Luján de Cuyo.

En ese momento varias decenas de personas -mujeres y niños- se treparon a los vagones y comenzaron a descargar al suelo piedras de carbón para encender el amor. Niños -color desamparo- sorprendidos en el acto de hacer la vida.

La policía mendocina -con odio furiosamente trazado- mató con bala y en el pecho a Mauricio Morán de 14 años, a quemarropa hirió en la pierna a un niño de 13 y a un bebé de 18 meses en sus pequeños dedos.

Mientras sigue lloviendo vida frente a los ojos sensuales de la tarde que deja caer su pollera naranja el poder del señor crea, asigna nombres, produce realidad, devenir animal. Nietzsche tiene razón al observar que el conocimiento no nace de la curiosidad, aguijoneada por la contemplación de la maravilla, sino que nace del horror que nos aparta de cualquier emoción.

Conservo mi dulce creencia en los niños de pelos chuzos y piojos acróbatas: la ternura les proporciona los ojos amarillos de un felino.

(1) pequeños, bajitos.

Fuentes de datos: Diarios Los Andes y Uno - Mendoza y Clarín 06-05-06

 

 


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